Opinión

La antigua era post-covid

Decía el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, que de la Covid saldríamos más fuertes, más reforzados. Me parece que no. Y no porque no entienda sus deseos, yo creo que pecó, y mucho, de optimista, demasiado optimista. Viendo lo que todos podemos ver a nuestro alrededor, lo que imperan son las costumbres; las malas costumbres anteriores. ¡Menos mal que más del 90% de la población está vacunada y esto, para la enorme mayoría de nosotros, ya solo será un catarro más gracias a las vacunas!

Por poner un ejemplo muy fácil de comprobar, basta con salir a la calle y mirar al suelo. Allá por donde pasa la turba humana en pos de los nazarenos y los pasos de Semana Santa no vemos ni pisamos más que basura. Basura y más basura. Cáscaras de pipas y más cáscaras de pipas. Todo ello pese a la campaña de bolsitas para los comedores compulsivos del Ayuntamiento de Córdoba. Las cáscaras de pipas y cacahuetes se mezclan con los vasos de plástico, con los papeles higiénicos y con las perseverantes mascarillas. Creo que ahora en las calles hay más mascarillas en el suelo que en la cara de la gente. ¿No sabemos que las mascarillas son de algodón y que cuando la lluvia o el baldeo de las calles se lleve a muchas a las alcantarillas van a acabar formando un tapón considerable? No, creo que no, eso no se piensa; es mucho trabajo pensar en las repercusiones. 

Mira que hay papeleras (llenas muchas de ellas), pero también contenedores para que dejemos nuestra basura en ellas. Pero no, es más fácil dejarlo en el suelo. Ya vendrá alguien a recogerlo para que mañana las calles estén limpias. El civismo solo es importante cuando algo nos estorba, el resto del día, no importa. 

Luego, en la era post-covid volveremos a nuestros antiguos miedos, los miedos a lo que no entendemos. Ahora están de moda los microplásticos. Hay microplásticos hasta en la sopa. Vemos imágenes de animales marinos con plásticos en su interior y nos preocupamos porque tal vez nuestra salud esté en peligro. Pero luego salimos a la calle y, ¡ay amigo!, el vaso de plástico, la bolsa de las chuches y el juguete roto del nene que se aburría acaban en el suelo. ¿Pero qué creemos, que va a desaparecer porque lo dejemos en el suelo y nos vayamos? No, no lo hace, se queda ahí y entra en el famoso ciclo de la vida. 

No considero a los plásticos como los malos, todo lo contrario. El plástico es extremadamente útil. Ha permitido fabricar miles de cosas que usamos todos los días y que forman parte de nuestras casas. En cuestión de envases han permitido mantener los alimentos en mejor estado durante mucho más tiempo al poder envasarlos en ambientes no oxidantes o al vacío. Evitan muchos problemas que sufríamos anteriormente en las conservas al no interaccionar el alimento directamente con los metales de los envases. No, la cuestión no es ir prohibiendo los plásticos, sino en que el ser humano deje de ser 'el ser más guarro de la galaxia'. La herramienta no tiene la culpa, es el uso que le damos y, especialmente, el mal uso que le damos. 

Hace un tiempo me enfrenté al frutero de enfrente de mi casa. Es un buen muchacho y muy trabajador que ya está abriendo a las 7 de la mañana todos los días, pero que parece no entender la diferencia entre cartón, plástico y verdura. Un día tuve que llamarle la atención porque estaba echando las cajas con verdura podrida dentro del contenedor del cartón. De hecho, en ese contenedor aparecía de todo, desde cajas de plástico y poliestireno hasta envases, tomates y pimientos pochos y cartón. Obviamente su acción estropeaba todo el papel y cartón que había dentro del contenedor. Ya no servía para nada. Incluido el que yo había estado recopilando en mi casa día a día en bolsas de papel que ya pagamos a 10 céntimos en las tiendas (de lo que, por cierto, no he visto ninguna campaña de ciudadanos enfadados contra ello, dicho sea de paso). Tras decirle que eso no se hacía así, me preguntó que qué problema había. Imaginen la cara que se me puso si tenía que responder a esa pregunta. Lo malo es que no es el único que no entiende dónde está el problema. No, es uno de muchos. 

Pero aparte de nuestras propias actitudes como ciudadanos, luego están las actitudes de quienes tienen que gestionar los residuos y eso también crea un problema. ¡Cómo no va a haber microplásticos en el océano si acabamos vendiendo los residuos plásticos a otros países donde éstos acaban en vertederos cerca de las costas! Esto es como enterrar la basura debajo de la alfombra para que no se vea. Pero la basura sigue ahí, aumentando. Nuestras administraciones, desde la local hasta la nacional tienen la obligación de gestionar los residuos de la manera más eficientemente posible. No es cuestión de ganar dinero con ellos, sino de que el objetivo, que es que no acaben contaminando, se cumpla. Es necesario que esos residuos que generamos todos los santos días no acaben afectando a todo. ¿Tan difícil es entenderlo?

Así que en la era post-covid volveremos a las antiguas andanzas y comenzaremos a preocuparnos por todas esas cosas que nos asustaban antes como las antenas, los chemtrails, y los disruptores hormonales entre todos. Miedos, muchos de ellos infundados, pero basados en el desconocimiento mientras hacemos cosas que verdaderamente sí que importan, pero a las que no prestamos atención. La gente se seguirá enfadando por no poder fumarte encima pese a saber que te puede estar provocando daño en los pulmones, seguirá estropeándote el sueño a altas horas de la madrugada pese a saber la cantidad de problemas que eso provoca y cosas por el estilo. Son riesgos asumidos, no hay problema. Lo malo está en el riesgo no asumido y desconocido. Eso sí que es malo. 

Un día coincidí en un congreso en Madrid con el Dr. Nicolás Olea Serrano, famoso escritor de libros sobre los plásticos y su efecto sobre la salud. El Dr. Serrano es famoso por alertarnos sobre el uso de sustancias como el bisfenol A, presente en muchas cosas que usamos habitualmente, entre ellas los tickets de compra, esos que se imprimen al calor y todo el plástico. Su intervención fue justo la anterior a la mía y era todo un compendio de maldades de estas sustancias que nos afectaban de todas las formas habidas y por haber. Entre la precaución a la hora de tocar el ticket de haber pasado la tarjeta bancaria por el TPV hasta el peligro de ponerte la chaqueta con tejido acrílico (hecho de plástico), todo era un auténtico ataque a la salud. ¡Nos íbamos a morir todos! Pero, no se alarmen, no como en la película, sino poco a poco. 

Permítanme decirles que ese miedo lo considero totalmente injustificado ya que, como en muchas otras cosas que hacemos todos los días, todo depende de la dosis y la exposición a estos compuestos es tan baja que su riesgo se considera nulo. Por poner un ejemplo, poca exposición al sol es buena para la salud, mucha te puede provocar un cáncer de piel. ¿Lo pillan, no?

En mi turno de exposición justo tras el suyo, yo hablaba de polifenoles. Los polifenoles se consideran sustancias muy buenas para la salud, son antioxidantes (bueno, no tanto, pero sí que inducen los sistemas antioxidantes internos de nuestras células), activan los sistemas incluido el inmunitario y miles de cosas más. Pero curiosamente, muchos polifenoles se conocen también como fitoesteroles, es decir, que se comportan como hormonas esteroides aunque los produzcan las plantasDe hecho, las isoflavonas de soja se utilizan para tratar los problemas que se producen durante la menopausia. ¡Y nadie dice que estos disruptores endocrinos sean malos para la salud a pesar de comerlos todos los días (si tienes una dieta sana, eso sí)! No, si vienen de las plantas son estupendos. ¿Pillan la diferencia? Por si no la pillan, puedes exponerte a disruptores endocrinos naturales y es guay, pero si son artificiales son lo peor de lo peor. ¡Y a los nenes les ponemos calcetines con estos compuestos artificiales! ¡Horror!  

Así que en la era post-covid estamos rápidamente volviendo a la normalidad pre-covid. A los mismos hábitos malos para todos, para el medio ambiente y para la salud, y a los mismos miedos a lo desconocido sin aplicar un razonamiento sosegado sobre lo que verdaderamente es peligroso o no. La pandemia nos debería haber enseñado que tener síntomas respiratorios significa que podemos contagiar a otras personas pero me temo que volveremos a diseminar los gérmenes libremente ya que nadie nos va a imponer llevar mascarillas cuando tengamos un trancazo. Ya estamos volviendo a ensuciar las calles con nuestra actividad y poco a poco volveremos a asustarnos por aquello que apenas produce daño pero a lo que tenemos miedo porque se nos dice que es muy malo. 

Bienvenidos a la nueva-antigua era post-covid.