Opinión

Las que cuentan la ciencia

Comienzo a escribir este artículo la víspera del día de la mujer y la niña en la ciencia y tras haber asistido a unas estupendas charlas en la séptima edición de 'Las que cuentan la ciencia'. Desde hace siete años, como nos recordó Elena Lázaro,  coordinadora de la Unidad de Cultura Científica de la Universidad de Córdoba, nuestra ciudad ha acogido una serie de charlas de divulgación científica sobre diferentes aspectos de todo aquello que nos rodea. Siete años de una muy interesante iniciativa pero desaprovechada por los centros educativos y por los ciudadanos de nuestra ciudad que dejaron gran número de asientos vacíos pese a su gratuidad.

Pese a ello algunos disfrutamos de un evento promocionado por la Universidad de Córdoba, el IMAE, The Conversation, y Maldita.es. Lástima que para este tipo de eventos no haya más patrocinadores, especialmente administraciones públicas, que apoyen la difusión de la ciencia. Pero las científicas son tozudas y el evento va ganando año tras año llegando incluso más allá de nuestras fronteras. De hecho, este año incluso se celebró un acto hermano en la Universidad de Guayaquil, Ecuador, con el nombre 'Ellas y la ciencia'. 

Desde aquí, y como recomendación para el próximo año, pediría a los responsables de los institutos cordobeses que aprovechasen la gratuidad del evento para que sus estudiantes pudieran pasar un día de charlas donde va a aprender ciencia, historia, cultura, en suma, capacidad para entender el mundo que les rodea, de una manera amena, amable, informada y precisa.  

Tierra: la nave común. 

Las charlas se agrupaban todas bajo el título de 'Tierra: la nave común', porque está claro que es la nave sobre la que todos vivimos y no existe ninguna otra opción por ahora y por mucho tiempo. Así que, o prestamos algo más de atención a lo que hacemos o nuestro futuro, no el del planeta, el nuestro como especie, civilización o sociedad, va a ser muy duro. 

La mañana comenzó con una charla sobre la visión. Conchi Lillo, neurobióloga de la Universidad de Salamanca, nos enseñó de qué manera los diferentes organismos perciben aquello que les rodea. Desde las más simples células hasta los organismos más recientes, necesitamos reconocer el ambiente en el que nos encontramos. Muchos organismos usan células especializadas que pueden ser simples células fotorreceptoras a ojos tan complejos como los de los insectos o los nuestros. 

El mecanismo es común a todas ellas, las células contienen sustancias que reaccionan ante la luz y que emiten señales a otras células que actúan como centro de recepción. En nuestro caso, estas células se encuentran en la retina de los ojos y son de dos tipos: Conos y bastones. Los bastones son utilizados para la luz nocturna y son menos precisos pero los conos pueden detectar luz de tres colores diferentes. Tenemos, por lo general, tres tipos de conos, y por eso la mayoría de los humanos tenemos una visión tricrómica. 

Sin embargo, no todos disfrutamos de ese tipo de visión. Las personas daltónicas sufren mutaciones que hacen que solo tengan dos tipos de conos por lo que no distinguen bien rojos, amarillos y verdes. Y, por otro lado, otras personas sufren otra mutación totalmente contraria que les permite tener cuatro tipos de conos. A estas personas se las conoce como tetracrómatas, y pueden visualizar hasta 20 millones de colores diferentes, mientras los tricrómatas, que somos la mayoría, solo podemos distinguir un millón. 

La conclusión de la charla de Conchi era que no todos percibimos la realidad de la misma forma y, permítanme decirlo así, tal vez no entender eso sea uno de nuestros grandes problemas para afrontar los problemas que tenemos como especie. 

A continuación Rocío Benavente, periodista de Maldita.es, nos presentó los problemas del negacionismo climático. Ya he tratado el tema del cambio climático en esta columna varias veces, pero está claro que por mucho que se hable de él no parece que haya quien se quiera enterar de qué es lo que nos estamos jugando. 

Rocío puso muchos ejemplos sobre negacionistas y forma de enfrentarse a los movimientos que avisan sobre las repercusiones de lo que hemos ido abonando con el tiempo. ¿Estamos dispuestos a sacrificar algo para evitar lo que se nos viene encima? Creo que no y como ya he comentado antes, creo que llegamos ya tarde y solo nos queda afrontar lo que viene y espero que alguien ponga algo de inteligencia. Aunque en los ambientes económicos y políticos prima más el beneficio rápido. Ya saben, eso de 'más vale pájaro en mano que ciento volando', que acabará con una pírrica comida para unos cuantos. 

Al hilo de esta charla, Cristina Crespo,  Investigadora del Departamento de Ingeniería Forestal de la Universidad de Córdoba presentó su visión de cómo se nos ha olvidado algo que los antiguos entendían mucho, hay que cuidar la tierra para que siga ofreciendo sustento. Imaginen ustedes qué pasaría si, además de usar nuestra inteligencia y el avance tecnológico, entendiéramos qué es lo que se está haciendo mal que acaba con los bosques y con la producción esquilmando los recursos; desde los alimentos hasta el agua. 

En un futuro donde los recursos hídricos y la obtención de energía corren peligro y la desertificación de España y las altas temperaturas ponen en peligro nuestro sustento y la habitabilidad en pequeñas y grandes ciudades, no podemos seguir como ahora. Y, recordemos, los primeros perjudicados vamos a ser nosotros. Al planeta Tierra, la insignificante especie homínida autodenominada sapiens, le importa un bledo. Es una más que se acerca a la extinción, aunque en este caso, por causas autoinfligidas. 

Continuamos con Elena Sanz, redactora jefe de The Conversation, que encadenó la charla anterior con la cantidad de sesgos que los seres humanos utilizamos para no tener que tomar decisiones. El negacionismo y, peor aún, el inmovilismo, tiene sus cimientos en una cantidad de mecanismos mentales que utilizamos para negar la realidad incómoda y no tomar decisiones que enfrenten los problemas. 

La ciencia, sin embargo, tiene que romper obligatoriamente con esos sesgos ya que debe analizar la realidad y llegar a conclusiones evitando prejuicios y teniendo en cuenta únicamente los resultados que expliquen la realidad. Lamentablemente la pandemia nos ha enseñado que para muchos, aunque la realidad les explote en plena cara, eso de tomar decisiones como que no entra dentro de sus circuitos neuronales. 

Una de las charlas que más me impresionó fue la de Susana Escudero, periodista de Canal Sur y Premio Andalucía de Periodismo, que llamó la atención de la audiencia con la historia de los ocho inuit que fueron traídos a Europa como parte del circo humano que hacía las delicias de los europeos de finales del siglo XIX como representantes de la diversidad humana. 

La historia de Abraham Ulrikab y su familia y de Terraniak y la suya que partieron el 26 de agosto de 1880 hacia el zoológico de Carl Hagenbeck en Hamburgo acabo muy mal. Cuatro meses después de pisar tierras europeas, las dos familias habían sucumbido a la viruela por el terrible descuido de no haberles vacunado durante la travesía. Toda su historia quedó reflejada en el diario que Abraham escribió sobre su viaje y que recientemente ha sido publicado  para que entendamos su historia. 

Recomendaría a todos aquellos que se empecinan en pleno siglo XXI en ir contra la vacunación que se informaran mejor y se lo pensaran dos veces antes de mandar información falsa a todos los demás. El error en 1880 se podía entender más por descuido que por mala intención, en el siglo XXI ya no es error, es mala fe.   

Y finalizamos la mañana con Gaby Jorquera, vocal asesora del alto comisionado para la pobreza infantil, que con un tono calmado y sobrio trató otra de las grandes pandemias del siglo XXI que ya afecta tanto a países ricos como a aquellos que quieren serlo: el sobrepeso y la obesidad infantil.

Las cifras ya han dejado de ser alarmantes para llegar a valores terroríficos. Puede que 1 de cada 5 niños vayan a sufrir enfermedades relacionadas con el sobrepeso y 1 de cada 10 con la obesidad. Tanto el uno como la otra van a generar dolencias crónicas que les acompañarán toda la vida y reducirán su longevidad. ¿Es suficiente para prestar atención al problema? No, parece que no ya que el sedentarismo y la comida basura no parecen tener freno.

Y por mi parte poco más les puedo contar ya que me fue imposible asistir a la sesión de la tarde donde otras maravillosas divulgadoras científicas siguieron explicando lo que ocurre en esta pequeña bola azul que gira y se mueve por el Universo. Como decía el gran Carl Sagan, somos un punto azul pálido en el Universo. El único hogar común de todos y del que no tenemos repuesto, así que ya es hora de que pensemos en que lo estamos estropeando y debemos atender a las reformas que lo hagan más habitable para todos. 

Malos tiempos para la divulgación. 

El mismo día en el que asistí a este evento me encontré con la noticia de que una de las revistas más importantes en divulgación científica, Investigación y Ciencia, desaparece. Crecí coleccionando estas revistas junto con otras ya desaparecidas como Conocer y algunas que aún quedan pero que ya no son lo que eran como Muy Interesante. 

La tecnología ya hecho que podamos tener acceso inmediato a la información gracias a la era digital pero da pena perder el tacto del papel y la lectura reposada de buena divulgación científica. Espero sinceramente que el futuro no dependa del campo embarrado y lleno de trampas mentirosas en el que se mueven las redes sociales. Espero y deseo que haya fuentes fiables que tomen el relevo, aunque sea en el mundo on line y que ofrezcan divulgación científica de calidad. Ya las hay pero hay que buscarlas y, sobre todo, no dejarse llevar por las opiniones no contrastadas y los comentarios interesados.

Y un comentario más por estar cerca de ese día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. No es cuestión de forzar vocaciones, es cuestión de no coartar la libertad de decisión. Las vocaciones forzadas no son verdaderas vocaciones. La participación de la mujer en la ciencia necesita, como para todos, de fondos, financiación, apoyo y una política científica adecuada y continua. 

Los edificios y los dispositivos no funcionan sin personas que los llenen y los usen. La inversión científica necesita de recursos humanos, de personal técnico que aprenda y mejore la tecnología optimizando los recursos técnicos, de científicas y científicos que tengan continuidad en sus proyectos con independencia de los cambios de gobierno, de una financiación basada en la adquisición de conocimiento y en su aplicabilidad y de un empresariado que piense algo más en invertir en mejorar y en innovar que en ganar más en menos tiempo. 

Permítanme insistir en aquello de que #Sinciencianohayfuturo y sin científicas y científicos no hay ciencia.