Opinión

El sentido (oxidado) de la inclusión

Los humanos tenemos los que, quizás, sean los cachorros más 'torpes' de todo el reino animal. Cualquier especie adquiere habilidades propias de su instinto de supervivencia mucho antes que nuestros bebés. Aún así, lo tenemos asumido y se genera una actitud de protección que no se discute. Eso es así, empezando por sus padres y extendiéndose a todos los integrantes de la tribu donde se desarrollan esos cachorros.

Bien, eso es el germen del sentido de la inclusión. No hace falta ser un padre ejemplar para incluir a tu hijo en todos los planes de la familia, aún sabiendo que vas a tener que hacer un sobreesfuerzo para cuidar de él y para que participe del día a día de grupo. De ahí que, incluso antes de nacer, la familia se prepare con todo tipo de artilugios para hacer la vida más fácil al nuevo integrante. Se adquiere cuna, cochecito, sillita para el coche, trona para comer... En fin: Accesibilidad.

Nos rodeamos de cualquier ayuda técnica que necesite nuestro hijo para incluirlo en nuestros planes de familia, cueste lo que cueste, lo que haga falta por atender sus necesidades. Si todos los que hemos sido padres entendemos, explicados así, los significados de inclusión y accesibilidad, ¿en qué momento se nos oxida el sentido que activamos para todo eso? Quiero decir, ¿por qué hay que seguir explicándolo, más allá de un desarrollo infantil ordinario, de manual, cuando hablamos de discapacidad?

Algunos de nuestros cachorros tardan más en adquirir las habilidades que se suponen normales. Otros, quizás no lo harán nunca. Pero, ¿qué más da? Si alguna vez aprendimos por qué se hace todo eso, ¿por qué nos miran con extrañeza el resto de padres a los que seguimos allanando el caminio a nuestros hijos con algún tipo de discapacidad?

En fin, yo, llevo trabajando por la discapacidad once años y pico. Los mismos que tiene mi hija, gran dependiente con un 100% de grado reconocido. Desde hace siete, con una fundación privada, que echamos a andar mi mujer y yo para ayudar a otras familias tan perdidas como nosotros. Desde hace poco más de cuatro, en la cosa pública, al frente de la Delegación de Inclusión y Accesibilidad del Ayuntamiento de Córdoba.

Estamos haciendo cosas que llaman la atención, y me da cierto coraje, la verdad, porque sólo tratamos de seguir haciendo lo que todos entendimos como normal al cuidar de nuestros chachorros, como padres primerizos. Ahora, cuando se trata de adultos, da rabia tener que explicar por qué destinas recursos sólo para garantizar al máximo posible su autonomía personal: accesibilidad universal.

Una persona ciega, si pones los medios para que acceda a un servicio público, lo aprovechará exactamente igual que otra que no lo es. Una persona sorda, si le facilitas los medios para interactuar con el resto, disfrutará de cualquier oferta de ocio, cultural, deportiva o artística tal y como lo harían el resto de los mortales. Una persona con movilidad reducida, si le das alternativas accesibles en su día a día, no te pedirá nada extraordinario, porque estará en igualdad de condiciones que los demás. Y así, con lo cognitivo, con lo intelectual.

No es nada extraordinario. Es una cuestión de justicia, de dignidad, de asegurarnos que todos  tienen acceso a cualquier cosa que surja de lo público (otro día hablamos, también, de lo privado). Porque, de verdad, que el ser humano sale de fábrica con la consciencia y la intención de no dejarse a nadie atrás. Si lo piensas, es más que obvio.