EL RINCÓN DEL AUTOR

A ver si me acostumbro

Roberto Loya
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A veces el exceso empequeñece el temor. Oscura exageración escéptica. Como lo fue mantener que ni amar ni odiar pudieran ser reglas como mitad de toda sabiduría.

El llanto de Doña Juana, La Loca, a la muerte de su esposo, en el cuadro de Pradilla, tiene la oscuridad de aquel santo que dijo que el llanto es gustoso y dulce a los desventurados y afligidos.

Cuando la verdad peligra, el dicho cobra forma: Veritas odium parit. Lo leemos en la primera comedia de Terencio, Andria, escrita con apenas cumplidos los veinte años.

A esa edad el gusto y la gracia no pueden existir fuera de un lenguaje bien cuidado.

La verdad aún permanece encerrada en la mano sin una íntima convicción.

La verdad es un exceso, una espada desnuda, que puede oponerse al bien o a la propia belleza. 

Para un místico hindú la verdad es una tierra sin caminos.

Para Pilatos es una pregunta: ¿Qué cosa es la verdad? Quid est veritas? Le dijo a Jesús cuando éste proclamó: "Todo aquel que es de la verdad, escucha mi voz".

Para el poeta sólo hay que sonar las verdades como espuelas (Rostand).

La verdad de los miles de mujeres y niños asesinados por el ejército de Israél es oscura, dice Netanyahu. Es una verdad que sangra en el fondo de un pozo.

Parafraseando a Horacio sobre un texto alusivo a un proverbio de Aristóteles, soy amigo de Israel, pero aún lo soy más de la verdad.