Opinión

El aire que respiramos

 

Final de Septiembre y 40º en el valle del Guadalquivir, y temperaturas parecidas en otros puntos de España. Si solo con este dato tratara uno de aseverar el cambio climático sería una imprudencia: picos de temperaturas los hemos sufrido en todas las épocas. Pero el problema es que no es un dato aislado, circunstancial o local. La multiplicación de datos cada vez más abrumadores que marcan una clara tendencia en el aumento general de las temperaturas ha provocado que, a estas alturas, queden relegados los científicos 'negacionistas' a un reducto en fase de extinción. La cuestión, por tanto, no se trata tanto de seguir aportando argumentarlo que avale dicha teoría, sino cómo empezar a aplicar las medidas que consigan detener la marcha hacia ese abismo al que apuntan todos los datos.

No cabe duda que uno de los factores determinantes de éste cambio climático es la contaminación del aire a causa del intensivo tráfico, especialmente en las grandes ciudades. Y Córdoba es lo suficientemente grande como para mantener unos niveles de contaminación más elevados de lo mínimamente aconsejable. Especialmente si, a causa del propio cambio climático, la tendencia es que llueva cada vez menos y, por tanto, nuestra atmósfera tenga menos posibilidades de regenerarse. Motivo suficiente para que nuestro ayuntamiento, en el ejercicio de sus competencias, hiciera una clara política dirigida a reducir dichos niveles de contaminación. Por eso hoy quiero destacar la clara apuesta que otros municipios de España o de Europa están haciendo por facilitar el transporte de personas sin tener que recurrir a los vehículos contaminantes.

Y una de las opciones más eficaces es poner a disposición de los conciudadanos una extensa red de los denominados “carriles-bici” por los que, a su vez, pueden transitar ese número creciente de monopatines eléctricos que, en todas sus variedades, cada vez son más visibles por nuestras calles y avenidas.

Es cierto que en nuestra ciudad, poco a poco, se va incrementando la extensión y número de estos carriles; pero entiendo que aún dista mucho de acercarse a lo que Córdoba necesitaría para promover una verdadera invitación a usar éste tipo de transporte. No sólo la red de carriles es claramente insuficiente, mal conectados entre sí en muchos casos, sino que además están mal diseñados y su mantenimiento brilla por su ausencia. Muchos de esos carriles, por poner un ejemplo, se limitan a ser una franja pintada sobre el acerado o zonas peatonales que, por otra parte, resulta poco práctico y, en cierta medida, peligroso, dado que los transeúntes suelen acceder de forma inadvertida a dichos carriles al no encontrar ningún elemento físico que claramente advierta que se está pasando de la zona peatonal a un carril-bici.

En definitiva, la precariedad general de estos carriles en nuestra ciudad provoca que sea un número muy reducido de ciudadanos los que se atrevan a apostar por este tipo de transporte. Y lo digo como un usuario de dichos carriles que, cada día, comprueba el cúmulo de dificultades que he ido exponiendo. Es más, me resulta triste comprobar lo potencialmente peligroso que puede resultar el uso de nuestra red de carriles-bici por los más pequeños (incluso acompañados por mayores), debido a esa defectuosa conexión entre el carril que se acaba y al siguiente al que se pretende acceder, o por la falta de pericia para sortear al peatón que distraídamente cruza o accede a esa franja pintada que nos ofrecen como carril. Por eso deberíamos tomar como referente esos municipios que ya han empezado a aplicar una verdadera política sostenible de movilidad. Y para ello hay que hacer una decidida apuesta por priorizar en nuestra red de calles y avenidas la inclusión de un carril-bici verdaderamente diferenciado, por una parte, del resto de carriles destinado al tráfico convencional y, por otra, de las aceras o zonas peatonales. Carriles que deberían cumplir la norma básica de contar con los mínimos elementos físicos de delimitación para dotarlos del suficiente grado de seguridad; evitando, por un lado, la posible invasión del resto del tráfico rodado y, por otro, de los peatones.

Hace bastante tiempo pude comprobar cómo en algunas ciudades inglesas ya era una realidad éste tipo de apuesta, y no sólo por su extensa red de carriles-bici que conectan toda la ciudad y la calidad de los mismos, en cuanto a su trazado y seguridad, sino por acompañarlo con otras medidas de orden vial que me sorprendieron muy gratamente: como priorizar en los cruces el paso de las bicicletas sobre el resto de vehículos. Eso si son verdaderas políticas activas de movilidad sostenible, que demuestran que, en los municipios donde aplican, se multiplica de forma muy considerable el número de ciudadanos que optan por este tipo de transporte mucho más sano y solidario con la lucha contra la contaminación del aire que respiramos y el cambio climático.

Dicho de forma coloquial, hasta ahora nuestro ayuntamiento nos ha ofrecido un sucedáneo de política de movilidad alternativa y sostenible, que parece más dirigida a cubrir el expediente que a procurar una seria reducción de nuestros niveles de contaminación a causa del tráfico rodado convencional. Ya es hora que se defina por una apuesta clara que nos invite a los ciudadanos a crear una nueva cultura de movilidad, de la que todos saldríamos ganando. El futuro de los grandes ayuntamientos, y por imperiosa necesidad, va en esa dirección. De nosotros depende, y de los representantes municipales que hayamos elegido o elijamos en el futuro, que Córdoba llegue tarde y mal a la hora de afrontar éste grave problema, o comience a tomarse en serio la calidad del aire que respira nuestra ciudad y la salud de sus ciudadanos, y, por extensión, del propio planeta.