Opinión

¿Transgénicos? Sí, gracias

La palabra transgénico (o como se les conoce técnicamente Organismos Modificados Genéticamente (OGM del inglés)), produce efectos contrarios dependiendo de la persona a la que se le pregunte sobre ella. Pero seguro que nos encontraríamos rápidamente a muchos que dirían que son algo muy malo y que nos van a matar o acabar con el medio ambiente o llevarnos al apocalipsis. El mayor problema es que la mayoría de la gente no sabría explicar qué es un transgénico pero nos dirían que es algo malo, muy malo, aunque sin saber por qué. Lo curioso es que muchas de esas personas no saben que están utilizando productos transgénicos sin saberlo y, además, incluso considerando a esos productos como buenos para su salud o para su vida. Porque esos productos están entre nosotros en forma de algodón transgénico que se usa para nuestras ropas, en los billetes que manejamos todos los días, en la insulina producida por microorganismos que usan los enfermos de diabetes, o las enzimas producidos por otros microorganismos que se usan para desgastar la ropa guay conocida como denim, es decir, los pantalones vaqueros desgastados o en la soja que se utiliza en las bebidas de soja buenas para la salud. 

Para entender de qué estamos hablando hay que saber qué es un transgénico. Todos los organismos vivos de este planeta contienen información genética almacenada en unas grandes moléculas denominadas ácido desoxirribonucleico, o lo que es lo mismo, ADN. Las células copian la información que tiene el ADN en forma de ARN, otra gran molécula, y fabrican proteínas a partir de esta última. Es decir, el ADN contiene la información necesaria para que se fabriquen las proteínas que las células necesitan para funcionar. Cada organismo contiene la información necesaria para fabricar sus propias proteínas. Es decir, el ADN de las bacterias tiene la información para fabricar las proteínas que forman parte de las bacterias al igual que el ADN del tomate lleva la información para las proteínas del tomate o nuestro ADN para las nuestras. Todos los organismos, ya sean simples como las bacterias o complejos como los mamíferos, copian la información del ADN y fabrican las proteínas básicamente de la misma manera. Por eso, podemos pasar la información genética contenida en el ADN de un organismo a otro y así conseguimos que ese otro organismo produzca proteínas que no le pertenecen, eso es un transgénico. De esta manera conseguimos que una levadura fabrique una proteína humana como lo hacen para fabricar la insulina u otras proteínas usadas en farmacia o enzimas que se usan como detergentes o aditivos sin que se nos pongan los pelos de punta.

La transgénesis ha tenido un gran desarrollo en las plantas. A lo largo de los últimos decenios hemos aprendido a conocer cómo funciona la genética y los mecanismos que regulan el ADN para así conseguir plantas que sean más resistentes a plagas, a la salinidad, que fabriquen más cantidad de un determinado compuesto nutricional o que soporten mejor compuestos como los plaguicidas o para que contengan fármacos para tratar enfermedades raras como la enfermedad de Gaucher, para inmunizar contra la hepatitis B o para incrementar la cantidad de una sustancia natural como la vitamina A en alimentos deficientes en ésta y así evitar enfermedades debidas a la carencia de esta vitamina. Entonces, ¿dónde está el problema? ¿Por qué tiene tan mala prensa los transgénicos? ¿Por qué tanta precaución e incluso miedo a los organismos modificados genéticamente?

Lo primero que debemos saber es que en agricultura prácticamente no comemos nada “natural”. Todo lo que comemos ha sido seleccionado desde hace miles de años y cualquier parecido a la especie natural de la que procede es pura coincidencia. Es decir, hemos estado comiendo organismos modificados genéticamente desde hace siglos pero a nadie le parece importar, hasta ahora con los transgénicos. Y uno de los ejemplos más claros lo tenemos en los híbridos, es decir, organismos procedentes de la mezcla de la información genética de dos especies diferentes. Sí, los híbridos como la naranja clementina, la toronja, la nectarina, el oro blanco (una variedad de pomelo muy considerada por su capacidad antioxidante), el colinabo (híbrido entre repollo y el nabo), el triticale (un cereal producto de la hibridación entre centeno y trigo con el que trabajé durante un tiempo), la uva tempranillo (producto de la hibridación de dos variedades diferentes de uva), o el sorgo, un cereal muy utilizado en África, son todos ellos productos de la manipulación de dos especies diferentes y su posterior selección, pero, como he dicho, no parece importar. Sin embargo, se ha orquestado una auténtica campaña contra los transgénicos porque a algunas plantas se les introduce uno o varios genes pero no nos preocupamos cuando todos los genes de un organismo se mezclan con todos los genes de otro organismo para dar un híbrido. Es decir, la mezcla compleja de todos los genes de dos organismos diferentes no se considera peligrosa pero si se introduce un gen determinado entre los genes de un organismo, es un peligro para la humanidad, para el medio ambiente, o para vaya usted a saber qué. Pero además de eso, los verdaderos transgénicos llevan con nosotros más de 30 años y aún no se ha demostrado ningún efecto perjudicial para la salud ni para el medio ambiente. Así que, sinceramente, no entiendo muy bien dónde está el problema.

A todo ello añadiría algo más. Podemos ir a la farmacia y acudir a la sección de suplementos alimenticios y allí ver una cantidad de extractos de plantas de muy diversa procedencia. Incluso de países tan desconocidos como el Tibet. Nos proponen meternos por el cuerpo extractos de frutos de los que ni siquiera sabemos ni como son ni de dónde vienen, pero van con la etiqueta de ricos en antioxidantes, previenen el envejecimiento, ayudan a controlar el colesterol, etc, etc… ¿Alguien se ha parado a pensar qué tienen esos extractos y mezclas de plantas? Nadie. Pero como lo venden en la farmacia es bueno, sin más. Es decir, nos metemos por el gaznate cualquier potingue o tisana natural considerando que nos hará bien pero demonizamos a un arroz al que se le haya incrementado por transgénesis la capacidad de síntesis de vitamina A o a un trigo al que se le haya quitado la capacidad de producir gluten (ahora en experimentación).

Por no aburrir voy terminando. Cuando comemos, introducimos dentro de nuestro sistema digestivo miles y miles de genes. Si alguien les asusta diciendo que se están haciendo tomates con genes de pollo, no se asusten. Si ustedes se comen un buen pollo asado con una ensalada de tomate estarán mezclando en su intestino los genes del pollo y del tomate y nuestro cuerpo los destrozará en el intestino como hace con cualquier sustancia orgánica que comamos. Luego, dentro de nuestras células ensamblará los componentes y fabricará el ADN, el ARN y las proteínas que necesitan nuestras células para funcionar. Y no hay más, ningún gen de los miles de millones de genes que nos comemos todos los días se mete en nuestro cuerpo como tal. Aparte es una tontería poner genes de pollo en un tomate; cosa que no creo que se haga nunca. Pero sí que puede que algún científico ande por ahí buscando un tomate que aguante más tiempo o que tenga más polifenoles beneficiosos para la salud, eso se lo aseguro.

Todo el ruido sobre los transgénicos me suena a un mucho de hipocresía social de aburrido primer mundo. Queremos poder ir al supermercado a comprar lo que necesitemos en cualquier momento, pero le hacemos caso al continuo bombardeados de noticias que nos alertan contra lo malo que es cualquier cosa que comemos. Disfrutamos de terapias preventivas sin igual en la historia de la humanidad como son las vacunas, pero aparecen grupos que dudan de su efectividad a la vez que las acusan de males que llevan con nosotros mucho antes de que llegasen las vacunas poniéndonos en peligro a todos los demás. Tenemos a nuestra disposición compuestos para mejorar nuestras enfermedades descubiertos y desarrollados con gran cantidad de trabajo e inversión pero nos echamos en brazos de cualquiera que pase por el lado prometiendo la curación definitiva contra cualquier dolencia ya que hay una confabulación contra todos nosotros de las grandes farmas. Cuando se quiere abrir una mina para explotar una veta de material raro necesario para que funcionen nuestros ordenadores y móviles ya tenemos adelante una plataforma de personas que usa móviles y ordenadores para lanzar una campaña en las redes contra tamaño atentado medioambiental. Queremos vestir ropas que nos salgan baratas, pero hacemos campañas contra los transgénicos poniendo eslóganes sobre camisetas elaboradas con algodón transgénico y pagadas con dinero fabricado con algodón transgénico. La verdad, es para volverse loco.

Si de verdad están interesados en el tema y quieren abordarlo con información de calidad, háganse con un ejemplar del nuevo libro de José Miguel Mulét titulado Transgénicos sin miedo. Léanlo con un sentido crítico y les aseguro que aprenderán muchas cosas que tal vez no sabían y acabarán viendo a los transgénicos como una oportunidad y no como un peligro. Piensen solamente en una cosa: somos algo más de 7000 millones de personas en el mundo que necesitan comer todos los días. Necesitamos obligatoriamente desarrollar sistemas que nos permitan obtener alimento con el mayor rendimiento posible y que requiera del menor consumo de recursos y de superficie. Apostar por cultivos con menor rendimiento significará necesitar cada vez más superficie para producir la misma cantidad de alimento y eso, créanme, es poco ecológico. Los transgénicos no son más que otras plantas con características seleccionadas para que sean más eficientes o para que ayuden a tratar nuestras enfermedades.

Desde esta columna pido un poco de cordura, especialmente a personas con capacidad de llegar a muchas otras personas como Rosa Montero que hace poco escribió una columna en El País donde basaba su opinión en grandes errores confundiendo, entre otras cosas, la revolución verde de los años 50 con los transgénicos, que todavía necesitarían más de 20 años para aparecer. Los ciudadanos tenemos el derecho de que se nos informe adecuadamente de las cosas antes de lanzar una campaña contra cualquier amenaza que a cualquiera con buena o mala voluntad le apetezca. Hagamos que nuestras neuronas funcionen y nos hagan meditar antes de aporrear el teclado lanzando consignas a las redes sociales contra tal o cual cosa. Un “poquito de por favor” como decía mi paisano Fernando Tejero.