Cuando el grito se impone a la palabra,
la piedra rellena los huecos del oído
y el corazón se endurece.
La sangre fluye densa con lentos latidos
y en el alma chica crece un vacío de odio regado en la nada.
Cuando la palabra se oculta tras el grito,
de los ojos velados nace un fuego frío que ciega.
Los dedos de sarmiento se crispan
como secas ramas de olivo eterno
y atroces ideas de muerte velan sobre la razón dormida.
Si la palabra fallece sin aire por el grito,
el suelo fértil se envenena
bajo un lecho blanco de sal amarga.
Las venas del mundo arden con locura desatada
y el cielo estéril se envilece vacío de gases y vida.
Si el grito asesina con urgencia la palabra,
no habrá pozo, sima o abismo
que oculte la honda tristeza.
Suspiros de cera gris esculpirán lentos epitafios de mármol
y la tierra vomitará ahíta el agrio festín de la guerra.