Opinión

Decepción en Groenlandia

Marceó de lo lindo aquel Mayo de 2020 donde nos tocó el confinamiento. Nevó lo que le pareció conveniente y llovió como cuando llovía. La evasión de aquellos días, fuera de ir a por un poco de compra, excitante experiencia, se reducía a los paraísos que el magín fuera capaz de fabular.

Los de casa nos mandábamos ánimos y alargábamos las comidas también comiendo horas. Los de la tele alternaban las macabras noticias de como corría la muerte –tan callando– por hospitales, residencias y por donde podía llevándose abuelos, tíos, primos, amigos… con programas hechos desde las casas de los presentadores. Salvo excepciones estábamos todos muy desubicados.

Los días de sol que ya iban saliendo eran claros, sin aviones, con menos humos, con aves que había que había que explicar a los niños que no eran palomas, sino que venían de los lugares altos y salvajes. Eran "estos días azules y este sol de la infancia", muchos años después de que D. Manuel Machado encontrara en el bolsillo del abrigo de su hermano D. Antonio esas líneas postreras, antes de marchar a curar para siempre su mal de amores por el país que le vio nacer.

Con la mente un poco como de corcho leí alguna novelita breve de viajes, releí largos párrafos de Miguel Strogoff y otros héroes de infancia, ensanché el espíritu recordando las grandes travesías que cruzaban océanos cinco siglos atrás esparciendo religión y recogiendo lo que pillaban, las grandes caravanas que traían mercancías aromáticas del Oriente a esta Europa aplastada por poderes humanos, pestes e ignorancia…

En estas tuve la mala cabeza de ponerme a mirar viajes por Internet "porque esto para el verano ya está acabado" (eso pensaba, oh infelice) y me tropecé con los comentarios de una paisana que en 2016 había ido en viaje de grupo a Groenlandia y escribía muy quejosa sobre la experiencia. No se refería ni a la dureza del clima, ni al ataque que podrían haber sufrido por osos polares ni a la batalla desigual que mantuvieron con barcos balleneros para que no hicieran crueles capturas sino que a modo cuaderno de bitácora decía (sic): "pésima la comida (el guía nos racionaba la comida, no probamos fruta ni verdura en 9 días), tuvimos que compartir un baño 13 personas…". Y así seguía. Me quedé con la tentación de poner una contestación de esas bordes que también se leen del tipo que "hasta que no te tengas que comer los perros que tiran del trineo no sabrás los que es Groenlandia". Preferí no hacerlo y abandonar el comentario e Internet.

En mi tribulación me puse a pensar en cómo se hacen algunos viajes y como algunos van de aventura hoy en día reconociendo que ya existen cruceros todo lujo a la Antártida (más apropiados para esa persona que se sentía tan agraviada), atascos para llegar a coronar el Everest y los resorts de lujo en medio de la sabana de Africa durmiendo entre rugidos de leones (o equipos de sonido que reproducen sonido con gran fidelidad). En este último capítulo se incluyen las coreografías que los de las tribus hacen para el personal; no sé si acabaremos viendo animales salvajes (o que lo eran) haciendo acrobacia circense a cambio de su rancho diario. Al final se trata de exportar mi casa al lugar donde esté viajando. Que no falte de nada; ni la verdura ni la fruta, que si no se padece estreñimiento.

Y no olvidemos a grupos de asiáticos que toman al asalto ciertos centros comerciales para comprar aquí en España marcas italianas que pueden comprar allí pero un poco más barato. Y para eso se meten para el cuerpo 10.000 kilómetros de avión. Por cierto, sean ustedes bienvenidos, gastan mucho en poco tiempo: nos hace mucha falta.

Respeto para el que viaja con la actitud de descubrir, humilde, superado por el paisaje y sus aromas, silencio respetuoso, observar sin opinar, convivir con gentes que no tienen nada que ver con uno, saberse invitado ocasional, me da igual Madagascar que la montaña palentina.

Pienso que uno está hecho de los paisajes que ha contemplado. Tal y cual son, sin decorarlos. Lo otro: ¿es viajar?.