Opinión

Lo que el 18 de julio significó para las mujeres

Un 18 de julio comenzó la Guerra Civil. Las famosas alocuciones de Queipo de Llano en Radio Sevilla, incitando a la violación en masa, dejaron pronto bien claro cómo iba a ser para las mujeres. El favorito de Franco en Andalucía voceaba que "No se van a librar por mucho que berreen y pataleen (…). Nuestros valientes soldados y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad y, de paso, también a sus mujeres. Esto está totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres".

Así, la práctica del terror, el asesinato y la tortura, impulsados y planificados por las autoridades militares y del régimen, fueron las armas de una política dirigida a aplastar toda resistencia y, en lo que a las mujeres respecta, el empeño fue dedicarnos una política "especial". Y no sólo en lo que a métodos de tortura se refiere, sino también porque la "reconstrucción nacional" se había de asentar, en gran parte, en el papel de subordinación de la mujer dentro del exacerbado orden patriarcal.

La Constitución del año 1931 establecía la igualdad entre hombres y mujeres, que el sexo no podía significar privilegiar ante la ley al varón y que a los 23 años todo ciudadano o ciudadana tenía derecho al voto. Esto no era más que la punta del iceberg. Si la ley fundamental del Estado recogía estos derechos, las mujeres íbamos ya muy por delante. Las mujeres lo que estábamos haciendo en realidad era poner en cuestión el orden existente: militando en organizaciones políticas y sindicales; fundando el movimiento anarquista y feminista Mujeres Libres, rechazando el modelo de familia patriarcal al lograr que se despenalizara el adulterio femenino, se dispensasen anticonceptivos o se admitiese el divorcio; accediendo al empleo y la educación en los sindicatos y escuelas nocturnas; ocupando puestos de responsabilidad y cargos públicos y, cuando la guerra estalló, incluso fuimos al frente y cogimos las armas... En definitiva, las mujeres ya no quedábamos relegadas a la esfera privada, sino que también estábamos actuando en el mundo.

Así que el régimen militar y la dictadura nos dedicaron esa política "especial", que se traducía desde el desprecio hacia nuestra condición de mujeres hasta la humillación pública y la violencia sexual como métodos de tortura y de imposición del terror. También re-educándonos, junto a nuestros hijos e hijas, en el orden social patriarcal mediante organizaciones como la Sección Femenina de Falange y el Auxilio Social. Y si la re-educación no servía, tampoco había empacho en arrebatarnos a nuestros hijos para entregarlos a familias que cumpliesen con los requisitos de "moralidad", de ahí el oscuro papel, aún no aclarado, de las Casas de Maternidad.

Estas prácticas permanentes, legitimadas e institucionalizadas para castigarnos y disciplinarnos no eran en vano. Porque castigando y disciplinando nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestra sexualidad, nos enseñaban también el lugar simbólico de subordinación social que nos correspondía, relegando nuestro actuar en el mundo a la defensa de los valores familiares tradicionales, el apoyo ideológico al régimen y las labores espirituales, de asistencia y de caridad. Aún hoy día, sabemos más sobre lo ocurrido a las mujeres en las dictaduras chilena o argentina que en nuestro país, que en nuestra comunidad, que en nuestro propio pueblo o ciudad. Poner mirada y conciencia en todo esto, reconocer y difundir esta experiencia colectiva de las mujeres, de nuestras madres, abuelas y bisabuelas, se me antoja hoy en día fundamental. Porque nuevamente las mujeres actuamos en el mundo. Cada vez más. Y no se me ocurre qué mejor legado podemos recibir y dejar.