Opinión

El trabajo mata

El martes, día 11 de febrero, a las 11.10 horas de la mañana fallecía en Peñaflor (Sevilla) un joven de 28 años, electrocutado al tocar, supuestamente, la escalera metálica en la que estaba subido para recoger naranjas, un cable de alta tensión. Apenas seis horas más tarde moría un joven de 29 años en La Carolina (Jaén), al reventarle en la cara la rueda del tractor que estaba reparando, en una fábrica de orujo. En la madrugada del miércoles un camionero perdía la vida al volcar el vehículo en el que trabajaba en la A-4 a su paso por Écija (Sevilla).

La misma mañana del miércoles, día 12, se producían algunos siniestros graves (me niego a llamarlos accidentes) como el ocurrido en el Parque Natural de Despeñaperros a un vecino de Santa Elena de 35 años cuando realizaba tareas de desbroce y que tuvo que ser evacuado en helicóptero al hospital Virgen del Rocío de Sevilla. El jueves saltó la noticia de un marinero fallecido mientras faenaba en un pesquero con base en Punta Umbría. Al parecer, fue encontrado inconsciente en la embarcación y se está a la espera de la autopsia para conocer las causas de la muerte. Y podríamos seguir enumerando casos similares hasta la extenuación.

Pero hacer ahora este recordatorio no tendría sentido si no es para tomar conciencia de que esta realidad, la de la siniestralidad laboral no es algo ocasional o esporádico, bien al contrario, es mucho más habitual de lo que imaginamos, pasa todos los días y afecta a decenas de personas y familias. En Andalucía, en 2018 se produjeron 106 muertes en el trabajo. El año pasado la cifra ascendió a 121 (un 14,15% más) y 1.236 resultaron gravemente heridos.

El jueves, día 13, dos miembros de la directiva de Avaela (Asociación de Víctimas de Accidentes y Enfermedades Laborales de Andalucía) nos hicimos presentes en el funeral celebrado en la Parroquia Santa María de las Flores de Posadas para mostrar nuestra solidaridad con la familia. Y os puedo decir que no es lo mismo. No es lo mismo ver la noticia en los medios de comunicación ni reflexionar sobre las consecuencias para su entorno familiar que ponerle nombre y rostro, escuchar de cerca el llanto desconsolado de su madre y de su novia, sentir como propio su dolor. Sólo lo que se vive, marca y deja huella.

Para nuestra asociación es fundamental el acompañamiento y la ayuda (de solidaridad, psicológica y legal), pero no es menos importante seguir preguntándonos por las causas. Hemos de hacernos la pregunta con la que comenzamos: ¿Por qué estamos muriendo en el trabajo? ¿Qué está ocurriendo para que no disminuya la siniestralidad laboral? ¿Es que es inevitable? ¿Por qué la muerte en el trabajo no es una prioridad política? ¿Por qué son muertes invisibles?

La verdad en las respuestas puede ser un tanto obscena: se trata de dinero, de beneficio empresarial puro y duro. La ley es clara: la máxima y última responsable es la dirección de la empresa (que en muchos casos entiende la prevención sólo como un coste que merma las ganancias). A la administración le toca el papel de vigilancia y control. Y aquí también nos topamos con el vil metal (más inspectores suponen más personal, más recursos, en definitiva, más dinero).

Nuestra experiencia en Avaela es que este no es un problema particular o individual ni de mala suerte. Por el contrario, es un problema social y político, que necesita de medidas adecuadas y una organización del trabajo que mejore sustancialmente las condiciones laborales.

Sólo así podremos hacer posible que el trabajo deje de ser un ámbito de enfermedad y muerte y sirva para lo que fue concebido: La vida y una vida digna.