Opinión

La tristeza

CAMINANDO

Quizás sería conveniente, durante el tiempo que tarde en leer estas líneas, que emprendiera algún movimiento sutil de aproximación a esa emoción tan mal bienvenida en la mayoría de las ocasiones sobre la cual, un día nos enseñaron que era mejor no tener o alejarla lo antes posible pero que a pesar de todo el esfuerzo empleado para luchar contra ella y de nuestro tiempo invertido, lo único que conseguimos fue que se quedara totalmente adherida a nosotros, que ocupara un lugar amplio en nuestro día a día y pasara de ser algo donde yo estoy, a un lugar donde me quedé a vivir.

La tristeza ha sido una compañera inseparable y necesaria en la evolución del ser humano. Ha estado presente en todos los momentos de la historia y si, nuestra experiencia nos dice que ha sido así, entonces habría que empezar a pensar que debe de tener un papel importante en el sentido de la existencia.

Durante nuestra vida, en muchas ocasiones, nos la presentaron como el hermano “enfermo” que hay que ocultar, que es mejor no hablar de él o que si salimos a la calle lo más adecuado es dejarlo escondido en el trastero. Lo peor de todo es que nos lo creímos y empezamos a no saber interpretar el significado que sentir tristeza podía tener.

Lo cierto es que hasta que no entendemos el valor efímero de las emociones, no las podemos conocer y para eso hay que aproximarse a ellas sin ninguna intención de búsqueda ni de lucha sino de comprensión y curiosidad. En esa maniobra de acercamiento, alcanzamos el punto donde entendemos que el problema no es sentir tristeza, al contrario, el problema es no querer sentirla y cuando eso sucede, emprendemos una dura cruzada en la que nos sumergimos tanto, que nos impedimos ver que dicha cruzada es contra nosotros mismos. 

La tristeza nos hace parar, nos lleva al desánimo, nos conduce a la inhibición… pero, analizando lo que me ha ocurrido ¿No sería poco adaptativo seguir? ¿No parecería inadecuado estar animado? ¿No sería inusual continuar actuando igual…?  En ocasiones hay que parar porque, parar nos permite ver, hablar, elegir, incluso pedir ayuda y ésto, a veces,  es lo más necesario porque puede ser el inicio del cambio para adaptarme a lo ocurrido.

Para ello, el acercamiento ecuánime y equilibrado a esa emoción de la que huyo, es imprescindible. Aunque no desee su presencia, tendré que sentarla a mi lado sin ninguna intención de contar los minutos que quedan para que se marche ni  para medir mi resistencia a la situación, si ésta se alargara durante mucho tiempo. Si ese gesto de cercanía no se produce, la emoción se transformará en algo innegociable que podemos bautizar como  TRISTEZA + MI LUCHA CONTRA ELLA. Por eso es mejor identificar que lo que no sé manejar no es la tristeza sino en lo que yo la convierto cuando no quiero tenerla.

Por tanto, si la tristeza aparece por casualidad y de forma inesperada se asoma a la ventana de mi vida voy a parar para poder ver, para hablar, para comenzar de nuevo, incluso para pedir ayuda pero no para razonarla sin descanso ni para tratar de explicármela ni para reflexionar sobre ella masticándola una y otra vez porque sino, YO la convertiré en uno de los principales males que tanto llenan nuestras vida y salpican a todo lo que nos rodea como la depresión, la melancolía…