Opinión

Mi Andalucía y la suya

Soy andaluz, desde chico hasta mayor, crecí anclado a mi tierra. Desde mi parque Figueroa en Córdoba, los veranos en Encinas Reales y el olor a matalauva, mi tierra tiraba de mí. Incluso cuando durante tres años tuve que emigrar por trabajo, el mejor momento del mes era cuando “bajábamos y cruzábamos Despeñaperros”. Es un sentimiento maternal, al menos así lo he sentido siempre. Es tocar tierra y descargar en tus raíces, tu gente y nuestras costumbres y cultura. Un desahogo al venir de los 'Madriles' y 'Barcelonas' de turno, donde no te sientes ni te encuentras. Tengo tres hijos andaluces que representan lo mejor de esta tierra (qué va decir su padre, claro).

Es mi Andalucía, la suma de sentires y momentos que me hacen llegar a ser lo que soy y me dan seguridad y descanso. Como estar con mi madre, estar en mi lugar. Una Andalucía, la mía, que cuida y respeta a los mayores y a los menos favorecidos, los inmigrantes que vienen buscando el porvenir, a los desempleados que buscan un proyecto de vida que los dignifique como personas, la Sanidad universal y de calidad que tenemos, la cultura de las civilizaciones que han estado en nuestra tierra; su legado. Son sentimientos de ser andaluz, de ser parte de esto y sentirse orgulloso. Hay muchos motivos para sentirse andaluz con orgullo, y hay que decirlo.

Nuestro talento y nuestra idiosincrasia, que atraen a visitantes de todo el mundo junto a esa cultura milenaria que hablaba antes. No sólo es un acento; es un idioma, el nuestro. Literalmente, un idioma al que hay que proteger también. Un patrimonio histórico y natural únicos, que llevamos como enseña. Una bandera y un himno con letra (sí, con letra) que nos mueve el corazón porque habla de tierra y libertad. Estar en Andalucía es un privilegio. Haber nacido y vivido aquí es una suerte, que debemos valorar cada día.

Ésa es mi Andalucía. Enfrente está la de otros y otras, que no es la mía. Es una Andalucía clasista y racista, segregadora e hipócrita con los débiles. Es la Andalucía que intenta pervertir nuestra educación y sanidad pública, poniéndola al servicio de unos pocos privilegiados, vendiéndolas al mejor postor.

Es la Andalucía que no innova en renovables ni le interesa hacerlo, porque tiene sillones en los consejos de las eléctricas, petroleras y empresas del juego, donde, además, deja desamparados a los andaluces y andaluzas frente a estos monstruos estafadores. Es su Andalucía, no la mía, cuando dejan que el valor añadido de nuestra tierra y sus productos se vayan a paraísos fiscales, como Madrid, por ejemplo.

Es la Andalucía que gobierna la Junta, por ejemplo, pero que también se ve en la calle cada vez más, por desgracia. Es esa Andalucía que apoya simbología cultural basada en el desprecio al pobre y al inmigrante, desprecio al sufrimiento animal y desprecio a las demás Andalucías que no le sirven ideológicamente.

Es la Andalucía casposa que hay que superar, de montería y servidumbre de cortijo del señorito que desprecia, del caballo de picaor y de tentaero, de la sangre sufrida de animales torturados y abatidos, de polos y banderitas que no nos representan, pues no representan ningún valor que merezca la pena. Del pudiente insolidario que asume su riqueza como un derecho heredado, frente a una cultura de solidaridad. Del mantra de las gambas y la farlopa de algunos, frente al perol y el paso atrás más cercano a nuestro recuerdo vital.

Son muchas Andalucías, pero yo me quedo con la mía.

Una Andalucía milenaria y sabia, rica en cultura y conocimiento, ciencia y poesía. Mi Andalucía es soberana y empoderada, no por ideología, sino por respeto a su historia. Mi tierra es solidaria y sufre como propios las penas de los más vulnerables. La que se revela contra las injusticias y saca la verdiblanca cuando hace falta. Mi Andalucía cuida y protege, es una tierra de tod@s y para tod@s.