Opinión

Alquiler, nuestro drama común

Hoy he tenido una de esas conversaciones que uno tiene consigo mismo, donde te preguntas y analizas tu situación vital. Suelo darle vueltas a los problemas que me atañen como si de una figura geométrica se tratara, intento observar todas las aristas y puntos de vistas. Paso por una de esas experiencias vitales que no se olvidan, un drama compartido entre los que te rodean.

El primer paso para intentar buscar un piso es apuntar los requisitos que piensas que son imprescindibles o deseables para que dicho lugar pueda convertirse con el tiempo en un hogar. El segundo paso tratas de buscar pisos de particulares y evitar dar con inmobiliarias, así no regalas una preciada mensualidad. Te sientas frente al ordenador y escribes "alquiler pisos -ciudad-". Pinchas en alguna de las sugerencias. Algo me sorprendió.

Me quedé catacrocker al descubrir que hay agentes inmobiliarios que se hacen pasar por particulares para que contactes con ellos. Imagino que en la realidad sin control del mercado inmobiliario mentir u ocultar información está permitido. Sin saberlo les das la oportunidad de mostrar sus habilidades comunicativas sibilinas que aprendieron durante un curso inicial.

Si has caído en su entelequia de pisos ideales, o por desesperación, quedarás con él para visitar alguno. Esperarás con él delante del portal de un piso mientras le cuentas por qué buscas uno. Todo será bastante banal. No lo conoces y no le importas a él, ni él te importa a ti. Llegará un enviado de una entidad bancaria o fondo buitre con las llaves, porque claro, el agente inmobiliario es sólo el intermediario.

Te enseñarán un 'bombonsito', como ellos llaman a un pasillo con sofá, un dormitorio de 3x3, un baño de 2x2 y una cocina para quien sólo va un fin de semana de turismo y no piensa usarla. Te contarán que era un piso de alquiler turístico y que la pandemia les ha obligado a cambiar sus planes. Te dirán que es un chollo con un precio desorbitado. Te despedirás de ellos con una sonrisa en la cara y una hostia de realidad. Comienzas a sentir cómo la ansiedad aguarda poco a poco mientras visualizas las semanas que te esperan entre búsquedas idiotas, la mudanza y un profundo sentimiento de discriminación.

Al fin encuentras un piso que crees que cubre todas tus necesidades, aunque siempre hay alguna a la que renunciar. Llega el momento de hablar de contrato. La persona con la que tratas, otro intermediario, no te deja del todo claro que el contrato se vaya a registrar y prefieren en negro, pago en metálico, para que no constes en el sistema. Porque el sistema nos expulsa por su propia fisonomía, donde el derecho a la vivienda es un bien de mercado. Si mañana quieren largarte de la casa te acusarán de okupa y, una vez colgada la etiqueta, se te señalará como un paria. Si te resistes enviarán a los nazis de Desokupa y un reportero de Espejo Público. Nos añadirán a sus listas de morosos. Nos cosifican como mercancía sin derechos.

Cuando se asume que el Estado no interviene, las reglas no escritas prevalecen y se normalizan. Te pueden pedir una nómina, tu contrato, tu vida laboral. Te clasifican entre sus candidatos bajo un baremo clasista y denigrante. Nos tratan como si de números se tratase. El simple hecho de que te pidan una nómina y te seleccionen por tu nivel de ingresos ya es un acto asqueroso. Quién te dice que el siguiente paso no será pedirte una analítica de salud, vaya a ser que podamos enfermar y no paguemos el alquiler.

No les importa nuestra salud, a este sistema no le importan nuestras vidas. Es una trituradora humana. Cómo no vamos a caer en depresión, en sentirnos culpables de nuestro propio destino. Por aquella ocasión que no aproveché, la oportunidad que siempre te echas en cara y que ahora crees que era la puerta de la salvación. Te vuelves a culpar por ello. A diferencia de otras clases que pueden permitirse fracasar, tu conciencia sabe que para los de tu clase sobrevivir implica acertar siempre.

Los expulsados y resilientes del sistema sólo pueden sobrevivir o morir en la calle. Es jodida la hostia de realidad. Ser consciente que el derecho a la vivienda es gobierno de bancos, inmobiliarias y rentistas bajo el silencio administrativo del Estado te hace sentir indefenso y vulnerable. Piensas que, quizá, el sistema funciona. Pensar lo contrario es creer que sus principios se fundamentan en la bella idea de la justicia social y la igualdad. Su sistema no está construido para la vida.

Los asquerosos, como los llama Santiago Lorenzo, necesitan a nuestra clase para mantener su estatus. Si no existiéramos se devorarían a sí mismos como una serpiente muerde su cola. Asumes que votar no vale nada para cambiar la situación, para ti siempre saldrán los mismos, con las mismas ideas, con matices, con diferente color. Se decreta la idea de sobrevivir como única ley real, y la aporofobia es su mayor herramienta de control.

La aporofobia se impone en este orden social con una sola dirección descendente, desde la banca, pasando por la inmobiliaria local y llegando al rentista, que asume gustosamente el juego de la especulación como propio y legítimo. Cómo no va a ser más legítimo hacer la cuenta del pobre. Buscar la ayuda social insuficiente, complementarla con las chapuzas, limpiar unas casas, de camarera los findes o recoger naranjas durante un par de semanas, a expensas de caerte de unas escaleras y que el sistema no reconozca que estuviste ahí.

O coger a los grandes beneficiados de este sistema, las entidades bancarias, y okuparle uno de esos pisos vacíos que en su día un desahuciado habitó y que suponen un dígito en sus inventarios. Te criminalizarán por ello. Su idea de la pobreza como libre elección es perversa. En este mundo la pobreza se hereda y todas sus consecuencias. Y mientras un silencio llena las calles. Un silencio que no para de hablar, y esperemos que un día grite.