Opinión

¡Vacúnense!

Estamos en plena campaña de vacunación contra la gripe. Otra vez. Y deben aprovecharla, así que ¡vayan a vacunarse! Especialmente si son mayores de 65 años, personas a las que la gripe les afecta especialmente o personas que trabajan mucho en contacto con los demás. ¡Vayan!, no lo duden, les hará bien. Y no sólo porque lo diga yo, sino porque es así, las vacunas salvan vidas y nos ayudan a ganar la continua guerra contra los organismos patógenos.

Pero seguro que por ahí habrá alguien que dude de lo que afirmo tan vehementemente. Seguro que hay por ahí alguien que considera que las vacunas son un invento, una forma más de que las farmacéuticas ganen dinero, una manera de engañar a los ciudadanos, que son peligrosas para la salud, o cualquier otra tontería al respecto. Y eso se piensa por una única razón: completa y total ignorancia. Ignorancia de cómo funciona nuestro cuerpo. Ignorancia de cómo actúa nuestro sistema inmunológico. Ignorancia de los cientos de años de estudio que han llevado a concebir el método más eficaz para prevenir enfermedades contagiosas: las vacunas. O peor aún, ignorancia basada en medias verdades, que, en mi opinión, es la peor de todas las formas de ignorancia.

Las vacunas son un método (o medicamento) que previene el padecimiento de enfermedades de origen contagioso como las causadas por patógenos como bacterias, virus o protozoos. Se basan en un concepto muy simple: entrenar al sistema inmunológico para que pueda atacar de la manera más efectiva posible a estos patógenos. El sistema inmunológico tiene que aprender para defendernos de la mejor manera posible y ese aprendizaje es basa en la repetición. Nuestro cuerpo produce diariamente miles de células llamadas linfocitos que están preparadas para actuar contra todo aquello que no pertenezca a nuestro cuerpo y, si no hay errores, para evitar atacar a nuestras células. Obviamente, otros miles mueren todos los días por no haber tenido que actuar y se van reponiendo. Pero las células recién formadas son algo torpes y lentas y necesitan encontrarse con el patógeno para poder aprender cómo atacarlo mejor. Por eso, la primera vez que nos infecta un patógeno, la respuesta inmunológica es lenta y, a veces, poco efectiva. Se establece en ese momento una relación peligrosa. Si el patógeno es muy agresivo puede acabar provocando graves daños, dando lugar a mutaciones como algunos virus que provocan cáncer o matándonos. Pero si el sistema inmunológico es capaz de aprender y fortalecerse, nuestro cuerpo acaba con el patógeno. Una vez que hemos superado el primer ataque, la segunda batalla es menos peligrosa ya que nuestros linfocitos están preparados, han aprendido, son más eficientes y su defensa es mucho más rápida y agresiva: estamos inmunizados. En eso se basan las vacunas, en pasar por el proceso de aprendizaje sin que tengamos que sufrir la enfermedad causada por el patógeno.

Como pueden entender, lo que ha conseguido con las vacunas es aprovechar nuestro conocimiento de cómo aprende nuestro sistema inmunológico para poder entrenarlo sin tener que establecer una batalla con un patógeno que podría ser demasiado agresivo y provocarnos secuelas importantes o incluso la muerte. Pese a eso hay personas que consideran las vacunas como peligrosas, como un engaño o, peor aún, como la herramienta para la exterminación de parte de la humanidad. Debe ser parte de la naturaleza humana el desconfiar de procesos que han demostrado su eficacia y el de atribuirles malévolas consecuencias. Pese a esos pensamientos, la viruela, el sarampión, la poliomielitis, y otras muchas enfermedades infecciosas casi han sido erradicadas y la esperanza para enfermedades potencialmente mortales como el ébola o nuevas como la causada por el virus zika parece residir en el desarrollo de nuevas vacunas.

Entonces por qué tanta suspicacia. Como dije antes, por ignorancia. Primero por ignorancia sobre cómo funciona el sistema inmunológico y en segundo lugar por ignorancia sobre lo complejo del sistema para obtener una vacuna eficaz. Pero tenemos que entender que los patógenos y nosotros (y todos los organismos en realidad) están inmersos en una guerra continua que evolutivamente supone una escalada bélica con todas sus consecuencias. Nosotros desarrollamos mejores sistemas defensivos - los mamíferos tienen el sistema inmunológico más completo y complejo -, y ellos, los patógenos, desarrollan mejores mecanismos invasivos y de protección contra nuestras defensas. Por ello, en la campaña de vacunación de la gripe hay que vacunarse año tras año. El virus de la gripe tiene la capacidad de modificar la envoltura que lo protege y, por ello, cada año la Organización Mundial de la Salud (OMS) estudia qué envolturas son las más comunes y diseña una vacuna contra tres envolturas diferentes para protegernos contra las formas del virus que se prevé sean las más comunes. No hay ninguna conspiración en que nos vacunemos anualmente, hay simplemente un virus que muta.

Los grupos antivacunas también esgrimen otras razones para no vacunar a sus hijos. Razones tan absurdas como que las vacunas provocan autismo o que las vacunas contienen tóxicos que pueden causar reacciones secundarias más peligrosas que padecer la enfermedad de forma natural o, incluso peor, que la eficacia de una nueva vacuna, como la vacuna contra el virus del papiloma humano no está demostrada. En todos los casos, la ignorancia es la estrella del razonamiento.

La relación con el autismo se basa en un oscuro estudio del Dr. Wakefield de 1998 que asoció la vacuna del sarampión con el autismo. Nada más lejos de la realidad. Pero a pesar de los múltiples estudios que se han realizado y que demuestran que no existe relación ninguna y que el trabajo del Dr. Wakefield ha sido considerado como muy deficiente y que incluso tuvo que retractarse de anteriores trabajos donde asociaba vacunación con la enfermedad de Crohn, los grupos siguen erre que erre e incluso esgrimen floridas páginas web en las que se afirma tal absurdo. El argumento sobre los productos tóxicos se basa en los compuestos que forman parte de las vacunas para reforzar la respuesta inmunológica. Como he dicho antes, producimos miles de células diariamente para que nos defiendan de los patógenos o de cualquier cosa extraña a nosotros. Para ello deben aprender cómo son nuestras células para que no las ataquen. Por ello, el sistema inmunológico se activa cuando se dan unas condiciones que avisan de que existe verdaderamente un peligro para nuestro cuerpo. De eso se encargan otras células llamadas macrófagos o células presentadoras de antígenos. El antígeno es lo que nuestros linfocitos detectan como extraño y contra lo que atacan. Pero las células presentadoras de estos antígenos deben enseñarlos y emitir señales de aviso indicando que eso que enseñan es peligroso, viene de un organismo peligroso o lo han encontrado en un ambiente peligroso. Para “crear” esa señal de alarma las vacunas contienen sustancias que hacen que los macrófagos “crean” que eso que se han encontrado es peligroso. Pues bien, el desconocimiento de este complejo proceso alimenta el recelo de bienintencionados padres que consideran que esos aditivos que llevan las vacunas son tóxicos para sus hijos. Es posible que a principios de la terapia vacunal se utilizaran sustancias algo peligrosas como sales de mercurio. Pero actualmente, no hay nada más lejos de la realidad, los aditivos de las vacunas son seguros y necesarios para que nuestro sistema inmunológico aprenda y desarrolle defensas contra los antígenos que llevan las vacunas.

El tercer argumento es más peregrino: no se ha demostrado la eficacia de la vacuna. En este punto podemos hablar de la famosa vacuna contra el virus del papiloma humano. Se conoce que algunos de los virus del papiloma humano –son más de 100- provocan cáncer de útero y otros tipos de cáncer. Se ha desarrollado una vacuna contra estos virus con el fin de inmunizar a las niñas antes de que puedan infectarse con el virus ya que proviene de las actividades sexuales. Pues bien, el mayor recelo es que como no se ha demostrado su eficacia y como el cáncer de útero es un cáncer molesto pero de crecimiento lento, pues, la vacuna no es necesaria. Supongo que este mensaje, expresado muy convincentemente, he de reconocerlo, por una monja como la llamada Dra. Teresa Forcades, puede ser creíble, pero, ¿y si tenemos la posibilidad de erradicar un tipo de cáncer y no lo hacemos? ¿Es eso inteligente? Un día dedicaré el tema a este virus y a este tipo de vacuna. Vaya por delante que los estudios científicos serios realizados por el momento demuestran que esta vacuna no tiene mayor problema que cualquier otro medicamento.

Todos los argumentos en contra de las vacunas pueden ser encontrados en una enorme cantidad de páginas web que de forma terrorífica, llenas de medias verdades y de grandes y horrendas consecuencias para nuestra vida afirman la existencia de una conspiración para atentar contra nuestra salud o la de nuestros hijos. Afortunadamente gran parte de la población es lo suficientemente inteligente como para no creer lo primero que se encuentran en una página web o para seguir los consejos de los profesionales de la salud y del sistema de salud en su conjunto. Pese a eso, los recientes episodios de repuntes en los casos de sarampión en Granada o en Holanda hace unos años o en EEUU el año pasado, nos recuerdan que los patógenos siguen estando ahí y que si dejamos de entrenar a nuestro sistema inmunológico ellos acabarán activándolo por la vía natural: el sufrimiento de la enfermedad. Pero el caso que más me interesa es la gran difusión que los mensajes de la monja Dra. Teresa Forcades tienen en internet donde podemos disfrutar de una gran cantidad de vídeos llenos de mensajes catastróficos sobre las vacunas y una conspiración contra la humanidad. Especialmente en el caso de la crisis de la gripe A con la que aprovechó para lanzar proclamas contra la vacuna llegando a afirmar que la OMS formaba parte de una conspiración para acabar con la vida de la mitad de la población humana. ¡Imagínense!, nada más y nada menos que 3.500.000.000 personas. Afortunadamente la gripe A no fue tan grave como se suponía y no pasó de las muertes habituales por gripe que ocurren todos los años afectando especialmente a personas con el sistema inmunológico deprimido. Pero ¿se imaginan? ¡Una conspiración para matar a 3500 millones de personas! Lamentablemente, la web está llena de muchos de estos virus a disposición de quien los quiera ver y creer.

Espero haber contribuido con este artículo a hacerles ver que las vacunas son seguras, necesarias y la mejor terapia preventiva contra los patógenos que nos acechan. No soy ingenuo, tienen sus efectos secundarios igual que cualquier medicamento, pero pueden prevenir enfermedades muy graves. Así que, no lo duden, ¡vacunense! Y recuerden, la ignorancia es un arma de destrucción masiva.