Opinión

Un peligro para la ciencia

La mayoría de la población parece tener una visión de la ciencia muy peliculera, si se me permite la expresión. Muchos hemos visto los episodios de CSI en los que en los pulcros y limpísimos laboratorios forenses hacían análisis complejísimos en cuestión de horas y sin problemas. Espachurraban un insecto y metían el zumo en una máquina y salía un único pico con el tóxico que el difunto había tomado. Entre eso y la forma que tenían de usar las pipetas automáticas, a mí se me ponían los pelos de punta. Aparte de eso, la serie me gusta, pero su forma de mostrar la ciencia dista mucho de la realidad de un laboratorio. Y eso es un peligro para la ciencia, especialmente en los momentos actuales.

Lo peor de esta visión tan fantástica de la ciencia es que sea utilizada por los centros de poder. Y ése es uno de los mayores peligros que existen para los científicos. Todos podemos tener en mente otras películas en las que los científicos salvan la situación en último momento a pesar de los políticos. Me vienen a la mente un par de ellas, 'El día de mañana', donde el vicepresidente de unos Estados Unidos, que van a quedar como un polo, se niega a entender la realidad de un cambio climático brusco hasta que es demasiado tarde. O 'La amenaza de Andromeda', donde el asesor del presidente del mismo país se molesta por los cambios de opinión de los científicos que aprenden cómo se comporta un microorganismo alienígena que seca la sangre de quien infecta.

Estas dos películas se quedan cortas con los ataques que está sufriendo el Dr. Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, por parte de seguidores de Donald Trump por haber puesto en evidencia el desconocimiento del mandatario sobre el gran problema que tiene entre manos. Ya son el país con más infectados comprobados y pronto será el país con más fallecidos. Sin embargo, quienes no quieren ver la evidencia siguen ahí, golpeando a quienes les dicen que se están equivocando. Poco importa que metan la pata como cuando promocionan el uso de medicamentos aún no comprobados vía Twitter, sus seguidores son muy fieles y se tragan cualquier noticia sin digerirla.

Tan grave es el descrédito hacia los científicos por parte de los políticos de la Administración Trump, muchos de ellos actores secundarios que prefieren adular al jefe más que usar las neuronas, que el editor en jefe de Science, H. Holden Thorp, ha tenido que publicar varias editoriales defendiendo a los científicos y sus decisiones en contra de las campañas de desprestigio y difamación lanzadas en Estados Unidos contra éstos

Otro punto importante donde la ciencia está en peligro es la cantidad de ciudadanos que han abandonado la evidencia científica para echarse en brazos de farsantes, charlatanes y estafadores que juegan con la salud de las personas. Me refiero a toda una patulea de autollamados doctores, sanadores o curanderos que intenta convencer de las bondades de productos tóxicos, desinfectantes industriales, que incluso proponen inyectarse en vena para curar malaria, infecciones víricas o incluso el autismoO quien pretende curar la enfermedad con enormes dosis de Vitamina C, que también es tóxica a grandes dosis, no se nos olvide.

O quienes intentan demostrar que esta infección es debida a cosas tan nuevas como las antenas 5G o tecnologías basadas en las ondas. Y no quiero olvidarme de aquéllos que consideran a las vacunas la mejor arma que tenemos contra las enfermedades infecciosas, como un negocio de multinacionales farmacéuticas.  

Lo más preocupante de todo es la gran cantidad de seguidores que tienen todos estos movimientos y otros más que no merece la pena mencionar y que cuestionan los avances científicos. Es absurdo que la simple palabra de cualquier patán pueda tener tantos seguidores irreflexivos. Tan irreflexivos como quienes están quemando antenas 5G por creer las tonterías sin base alguna de esta gente en Gran Bretaña. Con estas personas la ciencia no tiene nada que hacer. Cualquier argumento científico es tomado como un ataque a sus creencias. 

Pero si hay un momento en el que la ciencia se juega su prestigio es ahora. En este momento tan crítico, miles de científicos están trabajando para realizar estudios que permitan determinar cuándo podremos volver a la vida normal, qué protocolos hay que seguir para asegurar que esto no vuelva a ocurrir, qué procedimientos son los más adecuados para tratar a las personas más graves, qué fármacos son los que sirven en cada una de las condiciones que se pueden dar, qué procedimiento es el más adecuado para desarrollar una vacuna y decenas de cuestiones más que solo se pueden diseñar desde la ciencia y la tecnología.

Y el riesgo que corre la ciencia en todo ello es que necesita tiempo para contrastar y para comprobar antes de ajustar todos los procesos, procedimientos y tratamientos. La ciencia necesita tiempo para determinar que un tratamiento es eficaz en comparación con ningún tratamiento, pero hay quien ha querido tomar un atajo y lanzar conclusiones sin evidencias suficientes como en el caso de la hidroxicloroquina. Como dije antes, este caso ha provocado que algunos políticos como Trump o Macron se lancen a apoyar un tratamiento sin fundamento y que ha creado desabastecimiento para personas que de verdad lo necesitan. Además, la ciencia necesita tiempo para desarrollar una vacuna que proteja eficientemente pero, a veces, es imposible como en el caso del VIH y no sabemos si lo será en el caso de este nuevo virus.

Ese tiempo que necesita la ciencia para comprobar datos, realizar ensayos clínicos, comprobar experimentos, determinar la mejor estrategia se le está negando en estos momentos y conforme pase el tiempo sin grandes resultados el prestigio de la ciencia correrá peligro ante la opinión pública. Pese a que existen muchos científicos tan experimentados como Margarita del Val, que está coordinando un gran esfuerzo investigador para combatir el virus, no será suficiente frente a una opinión pública ávida de resultados inmediatos. 

Pero el mayor peligro que corre la ciencia en estos momentos se va a producir cuando todo esto pase y volvamos a la normalidad. Estos últimos días hemos podido ver en la red y en muchos medios un alegato que narró el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente hace 42 años. En este alegato, el gran divulgador hacía hincapié en la necesidad de que los científicos sean escuchados por parte del poder, por parte de los políticos, de los representantes del “pueblo”. Ese alegato hace referencia a que los políticos que toman las decisiones anteponen otros criterios a los dictados por la ciencia. Por ello, cuanto todo pase habrá que afrontar una reconstrucción económica mundial sin precedentes en la historia. Eso es un hecho que nadie puede olvidar. Y teniendo en cuenta los precedentes previos, los servicios públicos y la investigación, considerados como gasto y no como inversión, corren el peligro de ser engullidos en una vorágine de recortes y reajustes. 

Me temo mucho que la investigación científica volverá a ser objeto de revisión política. La ciencia en este país se ha considerado un gasto en los últimos años. Hace un tiempo, un gran científico comentó en una reunión que en toda su vida como investigador nunca se le habían pedido explicaciones sobre los objetivos científicos de los proyectos que había desarrollado, pero sí que se le había cuestionado facturas de unas cuantas pesetas o euros. Así es este país, los objetivos científicos no importan, pero para comprar un vaso de precipitado necesitas tres presupuestos no vaya a ser que metas mano en el dinero público. Pero eso no nos ocurre solamente a nosotros. Hace unos días la revista EMBO Reports publicaba una editorial indicando la cantidad de problemas que tenemos los científicos para justificar que cuando vamos a una reunión no vamos de vacaciones, sino a trabajar. La burocracia no sabe de eso y te piden hasta el último céntimo de un taxi para justificar o te preguntan por qué no has utilizado el autobús en una ciudad que no has pisado nunca antes. 

Espero que todo cambie y esta crisis haga ver que la ciencia es importante y que mantener los servicios públicos, la sanidad pública, la educación pública, la asistencia a mayores pública y todo ello de calidad es esencial para el futuro de nuestro país. Pero todo ello deberá estar acompañado de una red de industrias que permitan afrontar los desafíos estratégicos del futuro con garantías. Para eso necesitamos una industria tecnológica, biotecnológica y sanitaria fuerte y basada en el conocimiento y en la ciencia. Una industria basada en todas las ramas de la ciencia y no en lo que los políticos consideren relevante en el flujo de novedades a desarrollar. Recuerden, la ciencia básica es el fundamento de la innovación. 

En su libro 21 Lecciones para el siglo XXI, Yuval Noah Harari comienza su primer capítulo con la siguiente frase: 'Los humanos pensamos más en relatos que en hechos, números o ecuaciones, y cuanto más sencillo es el relato, mejor'. Luego, más adelante, en un capítulo dedicado a la Ignorancia, el autor escribe: 'La gente rara vez es consciente de su ignorancia, porque se encierran en una sala insonorizada de amigos que albergan ideas parecidas y de noticias que se confirman a sí mismas, donde sus creencias se ven reforzadas sin cesar y en pocas ocasiones se cuestionan'.

No se puede decir de mejor forma el estado actual del flujo de información en las redes sociales. Las discusiones no transcurren con argumentos, sino con convicciones o por relatos prefabricados según los prejuicios preestablecidos. En este flujo, la opinión es emotiva y no reflexiva. Por eso el propio autor piensa que los científicos que se empeñan en mostrar la realidad con datos y argumentos científicos fracasan estrepitosamente. No se puede competir con una emoción asentada en el subsconsciente de gran parte de la población. 

Este último caso sí que es el peor de los peligros para la ciencia. Ya que las decisiones políticas basadas en las emociones, más que en el análisis científico de la realidad, conducirán a decisiones basadas en reglas prefijadas y posiblemente erróneas en una realidad cambiante. Espero equivocarme. 

#YoMeQuedoEnCasa, #NosotrosNosQuedamosEnCasa