Opinión

Trombosis, vacunas y como pollos sin cabeza

Estamos en el inicio de lo que se presume una cuarta ola de una pandemia que sufrimos desde hace más de un año. Vivimos en una situación vigilada en la que la libertad de movimiento nos pone en peligro. Es normal sufrir una situación de cansancio social pero está claro que la única terapia útil es la vacunación. No hay alternativa posible.

Sin embargo, parece que el que te inyecten algo con una aguja ya supone motivo de peligro. Si lo ingerimos, sea comido o bebido, nos lo ponemos encima como crema, o de cualquier otra forma, no es tan peligroso, pero si es una vacuna. ¡Ay, si es una vacuna!

Muchas veces me pregunto si la gente entiende en qué consiste vacunar. Cuando era pequeño los practicantes estaban en varios establecimientos por barrio. El lugar apestaba a desinfectante y a alcohol. En él, las jeringas de cristal reposaban en unas palanganas con forma de riñón a la espera de que se ensamblasen con las agujas metálicas multiuso para inyectar su contenido en los glúteos de los enfermos. De eso ha pasado ya mucho tiempo, pero más de uno se acordará de ello. 

Hoy día la cosa es muy diferente. Agujas y jeringas monouso, vacunas unidosis. Sin palanganas, sin olor a desinfectante ni alcohol. Cualquier sala vale. Todo muy aséptico, todo muy limpio, todo muy individual, pero con el mismo miedo a la aguja. 

En especial, con el mismo miedo a la vacuna.

¿De verdad sabemos en qué consiste una vacuna?

Yo creo que no. 

Vacunar consiste en enseñar al sistema inmunitario qué es lo que debe detectar y atacar. Consiste en hacer que el sistema inmunitario aprenda a detectar a los patógenos sin tener que sufrir la enfermedad que éstos producen. Por ello, se introduce en nuestro cuerpo un conjunto de sustancias que contienen componentes del patógeno y una serie de compuestos que ayudan a que el sistema inmunitario los reconozca y se active contra ellos. Sin padecer la enfermedad, sin sufrir la infección, simplemente con los síntomas de un sistema inmunitario activado. Sin embargo, las vacunas son, de largo, la terapia clínica que más recelos produce en la población. 

¿Son las vacunas seguras?

Todas las vacunas aceptadas por la Agencia Europea del Medicamento (EMA) han pasado por varias fases. Una fase preclínica con células y animales. Una fase clínica donde se estudia su seguridad y su eficiencia. Y, una vez aprobadas por la EMA para su uso en la población general, una fase que se denomina de farmacovigilancia, o fase IV. Por eso, si alguien les dice que las vacunas están en fase de experimentación, les está mintiendo. Cualquier fármaco pasa por estas fases y las vacunas contra la COVID-19, también. 

Debido a esta fase de farmacovigilancia nos encontramos con la presión que está sufriendo la vacuna de Astrazéneca. Los sistemas de seguimiento han alertado de la posibilidad de que cause trombos en una proporción bajísima de la población, tan solo de 2-3 casos entre 1 millón de personas vacunadas. Nada fuera de lo normal.

¿No producen las demás vacunas efectos secundarios? Falso. Sí que los producen y de hecho se han hecho seguimientos de reacciones alérgicas graves en el caso de las vacunas de Moderna y de casos de trombos en la de Jannsen. Sin embargo, no ha habido tanta cobertura mediática sobre estos casos y me pregunto la causa. Todos ellos están en los informes de la EMA, no es algo que este que les escribe se esté inventando. Ahí están. 

¿Se debe bloquear la utilización de la vacuna de Astrazéneca con los datos actuales? 

Muchos tenemos claro que no. 

La trombosis o formación de coágulos es un proceso natural que impide que nos desangremos cuando el sistema circulatorio se ve dañado. El problema surge cuando la coagulación se produce sin que haya daño en los tejidos. 

La vacuna de Astrazéneca ha sido asociada a ciertos casos de trombosis venosa profunda. Un total de 222 entre 34 millones de vacunados por el momento. Estas trombosis se producen por anomalías que afectan al flujo sanguíneo en venas centrales del sistema circulatorio. Se pueden deber al sedentarismo o la obesidad, a pasar demasiado tiempo en un avión (síndrome de la clase turista), reposo en cama, factores genéticos, fracturas, embarazos o haber dado a luz, tomar anticonceptivos, etc... Es decir, múltiples actividades cotidianas. 

Es más, los datos epidemiológicos anteriores a la COVID-19 indican que la incidencia de las trombosis venosas profundas que afectan al cerebro y, especialmente en mujeres son más frecuentes que aquellos que se han indicado en la población vacunada. No lo digo yo, lo dicen estudios clínicos previos. En esta publicación se indica que este tipo de trombosis es especialmente frecuente en mujeres en su tercera década de vida, de entre 30 y 40 años. Esta asociación se debe al consumo de la píldora anticonceptiva y a los cambios hormonales asociados con el ciclo menstrual. De hecho, el consumo de las píldoras anticonceptivas aumentan el riesgo de sufrir este tipo de trombosis 5,5 veces sobre el riesgo de una mujer que no las tome. 

La activación del sistema inmunitario puede generar también la producción de coágulos con bajada de número de plaquetas (Trombocitopenia). Es cierto que se trata de un fenómeno raro, pero que se puede dar de forma natural. De hecho, en enfermos de COVID-19 es el tipo de trombosis más habitual

Por otro lado, la inmunotrombocitopenia con descenso de plaquetas, se trata de una respuesta autoinmune en la que el propio sistema inmunitario genera anticuerpos que activan las plaquetas produciendo coágulos y haciendo que su número baje. En condiciones normales, sin vacunas ni pandemia por medio, la incidencia de la inmunotrombocitopenia es de 3-4 casos entre 100.000 habitantes/año. Es lo que se consideramos, por lo general, una enfermedad rara. En España sería de unos 1.410 casos al año. 

Se ha publicado que la vacuna de Astrazéneca produce un tipo de imunotrombocitopenia sin una causa clara. No obstante, aquí es donde los cálculos no coinciden con la epidemiología general.

Si esta enfermedad tiene una prevalencia de 3-4 casos por 100.000 habitantes y año, en los 4 meses que llevamos de vacunación, se tendrían que haber dado entre 340 y 453 casos en los 34 millones de personas vacunadas. El cálculo es fácil, 3 ó 4 casos por 100.000 habitantes son 30 ó 40 casos por millón. Si los multiplicamos por 34 millones de personas adultas vacunadas en Europa y Reino Unido y lo dividimos por 3, ya que solo llevamos un tercio de año vacunando, salen los casos que he indicado. Sin embargo, la EMA indica tan solo 222 casos de trombosis (sin especificar) con 18 fallecidos en total. Pues a mí no me salen los cálculos. O, peor aún, esperaría más casos entre los 34 millones de vacunados. Algo no cuadra en este análisis. 

Sea como fuere, la relación causa-efecto es tan difícil de establecer y puede que dependa de tantos factores que nunca podamos llegar a una relación clara. Esto tampoco es raro ya que en la mayoría de las enfermedades autoinmunes la causa de la enfermedad no está definida. 

No vacunarse es ponerse en riesgo y poner en riesgo a los demás. 

Las alarmas han provocado que muchas personas tengan miedo a vacunarse con esta vacuna en especial. Eso pone en peligro a estas personas y a quienes se relacionan con ellos no solo por morir por COVID sino, además, por todas las secuelas que esta enfermedad produce. No creo que sea necesario insistir en ello.

Los estudios de riesgo con la vacuna de Astrazéneca que se han realizado indican que la vacuna produce un alto beneficio, especialmente en situaciones de alto riesgo de contagio. En general, la posibilidad de enfermar y morir por la COVID-19 es entre 1.000 y 10.000 veces mayor que la de sufrir una trombosis por la vacuna. Tan sólo se han indicado 18 defunciones posiblemente asociadas con la vacunación de 34 millones de vacunados. Eso supone un 0,00052% de fallecimientos. La COVID-19 ha producido en el Mundo 2,9 millones de muertes de un total de 134,6 millones de casos confirmados. Eso supone alrededor de un 2% de letalidad. Es decir, que no vacunarse supone asumir un riesgo muchísimo mayor de morir, del orden de 3.800 veces más riesgo.

Algunos argumentan contra las vacunas utilizando la palabra libertad o seguridad. Más bien huele a miedo, a ignorancia o a "ir de sobrado/a por la vida”. 

Por poner un ejemplo simple, según el anuncio actual de la Dirección General de Tráfico, una de cada cuatro muertes en la carretera se deben a no llevar puesto el cinturón de seguridad. Se llama cinturón de seguridad porque te puede salvar la vida en un momento dado. Seguro que en algunos momentos fallará y no conseguirá su cometido, pero en muchos otros sí. Sin embargo, un 25% de las personas que murieron en las carreteras de España, no lo llevaban puesto. ¿Será porque les coarta la libertad? ¿O será porque no entienden que está ahí para evitar que mueran? 

También podría argumentar con la campaña contra la ley antitabaco del gobierno de Zapatero que muchos usaron como bandera de su libertad. Sin embargo, esa ley ha permitido que muchas personas podamos disfrutar de un almuerzo o una cena degustando mucho mejor los platos y con menos peligro para nuestra salud. Todos sabemos que fumar es un riesgo para contraer el cáncer y otras enfermedades cardiovasculares y pulmonares graves, pero parece que es un riesgo aceptado y permitido. Bueno, para algunos más que para otros.

Las vacunas se han diseñado, se han mejorado, se han desarrollado y han demostrado ser la terapia más efectiva para evitar enfermedades mortales como la viruela, sarampión, polio, rubeola, gripe y ahora covid-19. Que no se nos olvide. 

Está en juego nuestra vida y la de los que nos rodean. 

#YoMeVacunoSinMiedo.