Opinión

Yo también he tenido cáncer

El viernes pasado se celebró el Día Mundial Contra el Cáncer, como si hubiéramos olvidado su importancia. Debe ser por eso que los medios dedicaron algún minuto al tema del día. 

El cáncer, o los cánceres como yo prefiero considerarlos, no es una enfermedad, sino muchas diferentes que se diferencian en su origen y en su desarrollo. Con el tiempo hemos aprendido a detectarlos antes de que comiencen a dar problemas y ésa es la mejor arma que tenemos contra ellos; la detección precoz. 

Los diferentes cánceres tienen diferentes orígenes

Tengo la extraña sensación de que a los seres humanos nos gusta más encontrar culpables antes de asumir nuestra propia naturaleza. Si nos pasa algo, la culpa debe ser de alguien: Un laboratorio estudiando virus en China, unas antenas de telefonía, una fábrica cercana, un producto fitosanitario que lleva decenas de años en el mercado, las vacunas, el aire, el suelo, el núcleo de la tierra, el universo, la conjunción de los astros, el dedo de una divinidad… Lo que sea, menos nosotros mismos y lo que verdaderamente somos. 

No, el que seamos capaces de entender nuestra realidad, de comprender nuestra naturaleza y de dirigir de alguna manera nuestro futuro, no evita ser lo que verdaderamente somos. Somos unos organismos pluricelulares animales mamíferos que evolucionaron por una serie de factores ambientales determinados hasta alcanzar la capacidad para fabricar nuestras cuevas y nuestras herramientas cada vez más complejas. Aún así no podemos ir contra nuestra propia biología. 

Esa biología se generó hace mucho tiempo. Nació cuando unas células de los primeros organismos pluricelulares se especializaron y comenzaron a realizar diferentes funciones perdiendo la capacidad para realizar otras. Con el tiempo, la división en la función y en la actividad celular se organizó en órganos claramente definidos donde residían células cuya función era la de reponer aquellas células dañadas, viejas o muertas. Cada célula en su lugar determinado cumplía con una función determinada y no podía salirse de ese guión.

Todo esto parece muy adecuado, pero lleva consigo un pequeño problema. El sistema para mantener toda esta equilibrada división del trabajo es tan complejo que requiere de múltiples puntos de control y necesita de una regulación tan compleja que puede acabar desequilibrándose dando lugar a células que ya no cumplen su función y solamente se alimentan, producen componentes celulares y se dividen una y otra y otra y otra y otra vez dando lugar a un tumor y, si pueden ir a otros órganos, a un cáncer.   

Los agentes que producen el desequilibrio que acaba produciendo un cáncer son muy diferentes. Puede ser una mutación recibida al ser concebido o durante los millones de divisiones que se van a producir desde el zigoto generado tras la fusión del óvulo y el espermatozoide hasta que termina en un bebé con todos sus tejidos y órganos en perfecto estado de revista. Pero también puede ser por alimentarnos de una forma desequilibrada, por recibir demasiada radiación solar o de otro tipo, por respirar aire contaminado, fumar, tomar alcohol o demasiada grasa o simplemente respirar, por haber sido infectado por un determinado virus o por, simplemente, un error a la hora de copiar el ADN de una determinada célula. Es decir, simplemente, por vivir

La detección precoz y la prevención son las mejores armas contra el cáncer

El cáncer se desarrolla a partir de nuestras propias células y ésa es una de sus características más peligrosas. Las células cancerosas hacen básicamente dos cosas: Multiplicarse y buscar otros lugares donde multiplicarse. Si se quedan en un órgano determinado no es tan malo, ya que se pueden eliminar fácilmente, pero si se mueven y encuentran otros órganos (lo que denominamos realizar metástasis), entonces se convierten en cancerosas. Cuanto más tardemos en encontrarlas, peor será el pronóstico. 

El destino jugó una partida curiosa conmigo. Enseñar inmunología en la universidad hizo que pudiera descubrir que sufría un cáncer de células inmunitarias incluso antes de que se me diagnosticase. Acabó siendo un linfoma de Hodgkin de celularidad mixta. Por alguna razón, posiblemente por haber sufrido la infección del virus del beso, el famoso virus de Epstein-Barr, que tiene la capacidad de meter su genoma entre el de nuestras células, alguno de mis linfocitos B perdió el control y comenzó a producir células y más células y más células sin cumplir con función alguna. Se habían descontrolado y su descendencia solo hacía dos cosas: Alimentarse y proliferar una y otra y otra vez. Se habían convertido en un cáncer.

Tras una semana viendo esa extraña axila izquierda convexa que me gritaba desde el espejo que algo iba mal, lo tenía muy claro. No tenía más síntomas, ni debilidad, ni pérdida de peso, ni nada extraño excepto el hecho de que sudaba mucho al dormir y eso parece que era un síntoma, pero me enteré después. Esa axila anormal hizo que mis alarmas saltaran; algo andaba mal en mis ganglios y no tenía ninguna infección perceptible que lo explicara. 

A partir de ahí comenzó un periplo que me acabó llevando a la consulta de los hematólogos en el Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba. Tras la consulta con el médico de cabecera, el especialista, la ecografía, la radiología y la tomografía computerizada y una biopsia de un ganglio linfático de la axila convexa, el veredicto fue claro. Eso ocurrió en el verano de 2012, ya hace más de 10 años. 

Los primeros pasos en el sistema sanitario público los caminé por mí mismo, pero llegó un momento, tras la consulta con el especialista, que me iba a ser difícil explicar las siguientes visitas al hospital. Eso me obligó a afrontar la cosa más difícil que he hecho en toda mi vida. Una noche, sentado en el sofá, silencié la televisión y le conté a mi mujer las visitas que había hecho a los médicos sin su conocimiento. Por mucho que pudiera intentar tranquilizarla con palabras, la duda y el miedo ya estaban en mis ojos y luego en los de ambos. 

El diagnóstico definitivo llegó a mediados de agosto de 2012. La biopsia había confirmado las sospechas. Era cáncer linfático afectaba a los ganglios del tronco y algunos del vientre, algo del bazo y una captación (así es como se llaman a las señales por tomografía de positrones) cerca de un hueso. Estadío IV, tratable, pero con calma. 

Hablamos con el hematólogo y concertamos que el tratamiento comenzaría en septiembre. Esto ya había comenzado hace tiempo y unos días más no iban a hacerlo acelerar sin remedio, así que íbamos a acabar las vacaciones sin más sobresaltos y permitir que todos disfrutáramos de unos días en la playa. Pero esa calma no impidió que llegara otro de los peores momentos que he vivido en mi vida, sentarme en el salón de mis padres y contarles lo que iba a ocurrir en los siguientes meses. Ni que decir tiene que mis padres estuvieron preocupados, incluso mucho más que yo, durante meses y años, pero hay cosas que no se pueden esconder y hay que contarlas de la manera más clara posible. 

A partir de septiembre de 2012 nuestra rutina cambió totalmente. Quimioterapia cada dos jueves durante 6 meses combinada con inmunoterapia durante las primeras 6 sesiones y comprobación de los niveles de células inmunitarias antes de la quimioterapia. Quien ha pasado por ahí ya sabe que en 24 o 48 horas el cuerpo responde a la quimioterapia con un malestar terrible, nauseas, vómitos, debilidad que se va recuperando poco a poco en los días siguientes.

Aprendí para adaptarme a la nueva situación. Tras una primera experiencia vomitando cada media hora, agradecí que mi hematólogo me diera una pastilla de algo que no me evitaba las nauseas, pero que sí impedía el vómito. Eso era mucho mejor. Los domingos la cosa mejoraba un poco, los lunes podía ya moverme, los martes al 60% y en una semana todo normal. Organicé mi vida alrededor de esa rutina. No me dí de baja, quería seguir trabajando. Subía las escaleras para llegar a la clase poco a poco y parándome a tomar alimento en los rellanos, pero llegaba. Daba las clases. Iba y volvía de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla en tren con mascarilla FPP2 puesta para evitar contagiarme de algo que me fastidiase aún más, el tratamiento me afectaba directamente a las defensas inmunitarias, pero hacía el viaje todos los días que podía. 

En febrero de 2013 el tratamiento de seis meses, tras 6 sesiones de inmunoterapia y 12 sesiones de quimioterapia, acabó. A partir de ahí quedaban sesiones de PET para comprobar que todo había ido bien; cinco años de sesiones periódicas con la incertidumbre por el resultado entre la sesión y la visita al hematólogo. Cinco años esperando una mala noticia y soltando el aire cuando ésta no llegaba. Cinco años que pasaron y que espero no vuelvan más. Cinco años que no se me van a borrar de la memoria. 

Tuve suerte. Reconocí el peligro y un excelente equipo de médicos del Hospital Reina Sofía de Córdoba lo trataron a tiempo y con eficacia. Si no lo hubiera reconocido y hubiera dejado pasar el tiempo sin acudir al médico hasta sufrir otros síntomas más graves habría llegado tarde. Por eso les puedo decir de primera mano que es esencial insistir e insistir en la detección precoz. Ésa es la mejor arma que tenemos contra nuestras propias células que se pueden convertir en nuestro peor enemigo. 

Encontrar pólipos en el colon, descubrir bultos en las mamas, detectar anomalías metabólicas, darse cuenta de pérdidas de peso inexplicables, realizar análisis de marcadores de sangre, y recibir vacunas contra el papiloma u otros posibles agentes carcinogénicos es la mejor forma para evitar tener que acabar recibiendo tratamientos agresivos para matar células que ya invaden múltiples órganos en el cuerpo. 

Debemos eliminar todo el ruido y el miedo que acompaña al cáncer como si éste fuera un estigma. El origen del cáncer está en nuestras propias células. Su causa se encuentra en el propio funcionamiento de nuestro organismo. Debemos abordarlo desde su complejidad encontrando las mejores armas para detectarlo, tratarlo y eliminarlo. Los avances de los últimos decenios son impresionantes. Terapias cada vez más dirigidas y especializadas, controles hormonales, inmunoterapia basada en citoquinas, anticuerpos y células especializadas contra tumores específicos y vacunas han aumentado la supervivencia al cáncer de manera muy clara en los últimos años. Pero lo más importante de todo aún se encuentra en descubrir la existencia de estas células tumorales antes de que se conviertan en un problema irreversible. Y en eso también se está avanzando

Para todo esto y para cualquier otro aspecto relacionado con la salud, alimentación, medio ambiente, energía, economía hace falta investigación y son necesarios medios y personal. Conocernos a nosotros mismos y nuestro entorno requiere de inversión (que no gasto) y entre esta inversión la dirigida a una educación y formación públicas y de calidad y a una sanidad universal, de la máxima calidad y pública son los factores que pueden determinar si muchas personas viven o mueren. Que no se nos olvide. 

#Sinciencianohayfuturo