Opinión

Sexo vs. Género, la errónea discusión

Hace unos días me llegó la historia de una persona que sufrió en sus carnes la incomprensión de la confusión entre sexo y género. Se trata de la historia de David Reimer, un canadiense nacido en 1965 que se vio sometido a una cruel modificación en la creencia de que el género se podía “educar” y cambiar simplemente forzando conductas propias del género que queremos potenciar. Algo que ha sido usado por muchos para intentar modificar lo que se ha considerado, y más en esa época, conducta desviadas respecto a la sexualidad. Nuevamente el hombre intentando domar a la naturaleza cual ser todopoderoso. Nada más lejos de la realidad.

David Reimer, nacido como Bruce, tuvo un percance grave en sus primeros meses de vida y perdió el pene debido a problemas sobrevenidos de una circuncisión. Obviamente puedo entender a esos padres que intentaron afrontar un problema bastante complejo en unos años algo confusos como los años 60 en Canadá y Estados Unidos. Para solucionar el problema los padres de David acudieron a un experto, el Dr., John Money, un prestigioso psicólogo especializado en sexología que en ese momento era profesor en la prestigiosa Universidad Johns Hopkins de Baltimore. Money defendió toda su vida que se podía separar lo que consideró el hábito social del sexo biológico, es decir, que el género venía determinado por los hábitos y no por el sexo, hombre o mujer, con el que se había nacido. Por lo tanto, según el Dr. Money, uno podía desarrollar un género femenino independientemente de que hubiera nacido mujer u hombre simplemente condicionándolo desde temprana edad.

Siguiendo este pretexto a David Reimer se le sometió a una cirugía para extirparle los testículos y se le educó como una niña. Según la teoría del Dr. Money, los hábitos femeninos a los que se le sometía desde muy temprana edad harían que David Reimer fuese una mujer en poco tiempo. Pero algo muy simple falló en esta teoría: la pura biología que nos hace nacer con un sexo o con otro y luego ir desarrollándonos con un género u otro. Así, tras unos años en los que me es difícil entender cómo podía sentirse David en su cuerpo rehecho como mujer tras terapias para crearle una vagina y hormonas para desarrollarle pechos, los padres le confesaron la verdad. Obviamente mucho de lo ocurrido a David en su infancia comenzó a tener sentido para él. David cambió nuevamente de sexo, volvió a someterse a cirugía reconstructiva e intentó rehacer su vida aunque con muchos problemas y con un final prematuro.

La historia de David Reimer es una de esas historias que demuestran que en cuestión de sexo y de género lo mucho que se ha hecho y se hace es erróneo y responde a la soberbia creencia humana de que se puede modelar la biología a nuestra voluntad. Si queremos niñas, pues vestimos a todos como niñas y tenemos niñas y si queremos niños pues hacemos justo lo contrario y ya está. Pero esto no es antiguo ni creo que se vaya a acabar pronto. En la actualidad tenemos muy frescos casos muy llamativos como colectivos que ligados a alguna confesión religiosa o pretendiendo no estar ligados a ella proponen “curar” la homosexualidad a través de métodos más que dudosos en cuanto a su eficiencia. Otros pretenden afrontar lo que no entienden negándolo tajantemente y haciendo campañas como el reciente y vergonzoso autobús de color naranja. Y otros, aún más salvajes, corrigen a la naturaleza considerando que lo está haciendo mal y usando sangrientos mandatos religiosos eliminan aquello que la naturaleza ha puesto en su correcto sitio, como los ablacionistas de clítoris. Siempre me he preguntado de dónde viene y a quién se le ocurrió semejante atrocidad. Pero ahí está, en la mente de determinados colectivos inducida por cerebros insanos.

¿Y qué dice la biología? Pues la biología es bastante simple en estas cosas. En cuanto al sexo, los chicos vienen con cromosomas XY y las chicas con cromosomas XX. Y eso es lo que determina nuestro sexo. Al parecer un gen localizado en el cromosoma Y determina que se desarrollen los testículos en lugar de los ovarios y ya está, tenemos un niño. Los testículos secretan tres hormonas que harán que los genitales se desarrollen de forma masculina y si no están se desarrollarán de forma femenina. Podríamos decir que, por defecto, somos niñas pero la presencia de un gen en el cromosoma Y hace que todo cambie y se desarrolle un niño.

Pero ahí no se queda la cosa ya que el proceso es aún más complejo. Las hormonas secretadas por los testículos o por los ovarios van a inducir modificaciones en todo nuestro cuerpo para que se desarrolle de una manera u otra dependiendo del sexo. De estas modificaciones inducidas por las hormonas no se escapa casi nada, incluyendo el cerebro. Desde hace unos años han se han ido publicando artículos científicos que indican que las hormonas sexuales, tanto la testosterona y dihidrotestosterona masculina como el estradiol femenino, influyen en el desarrollo del cerebro afectando zonas que condicionarán nuestro comportamiento futuro al igual que condicionan el desarrollo futuro de nuestro cuerpo condicionando las características sexuales secundarias, la masa muscular, o el metabolismo celular. No obstante los estudios sobre el efecto de las hormonas sexuales sobre el cerebro son muy preliminares y aún controvertidos pero no podemos evitar pensar que las hormonas, que regulan múltiples funciones celulares en nuestro organismo, estén detrás de las diferencias de género igual que lo están de las diferencias fisiológicas sexuales. De esta manera, modificaciones en las hormonas durante el desarrollo embrionario o variaciones en sus receptores en determinados momentos del desarrollo podrían estar también detrás de la homosexualidad o la transexualidad al condicionar el desarrollo cerebral.

Si el Dr. Money hubiese tenido en cuenta que las fuerzas biológicas que condicionaron el sexo de David Reimer no podían ser ya modificadas por muchos juguetes o vestidos de niñas con los que jugara o que le pusieran, porque las hormonas ya habían hecho su trabajo en el vientre de su madre, podrían haberle ahorrado muchos años de sufrimiento. Si aquellos grupos que se empeñan en no entender la homosexualidad o la transexualidad aceptasen que pueden existir razones biológicas tras ellas lo mismo aprenderían a respetar a estas personas tal y como son sin empeñarse en “revertirlas” o rechazarlas. Si aceptamos que hay una razón biológica para ser como somos en todos nuestros aspectos; hombres y mujeres, heterosexuales, homosexuales y transexuales; tal vez habría una posibilidad de entendernos, respetarnos y aceptarnos mutuamente sin necesidad de intentar modificar al otro. Pero no, seguro que de encontrarse una razón biológica sobre este tipo de asuntos habría gente dispuesta a buscar tratamientos farmacológicos para modificar comportamientos o, peor aún, para inducirlos a voluntad. Así somos, intentando modificar la naturaleza en lugar de entenderla. No tenemos remedio.