Opinión

Las prisas no son buenas consejeras

Nos ha tocado vivir un tiempo muy complicado. El enemigo contra el que nos ha tocado luchar es invisible e infeccioso. No lo podemos tocar pero sí podemos llevarlo a casa e introducirlo en nuestro cuerpo donde puede hacer estragos. Si lucháramos en una guerra convencional, contra otros seres humanos, como hemos hecho muchas veces en la historia, sabríamos más o menos qué hacer pero ahora parece que no sabemos cómo afrontar esto. Bueno, algunos sí que saben, aquellos que tienen siempre una proposición de lo que se debería haber hecho pero después de que todo ha pasado. Los capitanes y capitanas a posteriori.

Podemos seguir la evolución de la pandemia en España todos los días de una manera puntual. Por la mañana, alrededor de las 12, el doctor Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias desde que lo nombró José María Aznar, nos da el parte de lo sucedido en las últimas horas con el coronavirus. El parte del Dr. Simón es como un parte de guerra, ya que informa de cómo va la batalla contra el virus y de lo que se está haciendo y se está modificando. Se rodea de los responsables de la Policía, la Guardia Civil, el Ejército y algunos ministerios y, en otras ocasiones, de responsables científicos de diferentes organismos como la directora del Instituto de Salud Carlos III o del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Nunca en la historia de este país hemos estado tan informados de algo, aunque parece que eso no es tenido en cuenta por algunos medios, algunos tertulianos y muchos políticos. 

En esta semana hemos disfrutado de nuevo de las disputas entre responsables políticos y mediáticos sobre cuántas mascarillas, batas o kits llegan o no llegan. Para nosotros, los ciudadanos, es una cuestión de fe. Como nadie va a poder ir a contar las mascarillas o batas que han llegado aquí o allá, es cuestión de que se crea a tal político de un color o al otro de otro color. Cada uno va a creer al suyo, ¿cómo no? Y ellos lo saben. Y en eso se pasan gran parte del día, como si no tuviesen nada mejor que hacer. 

Pero en lo que respecta a la ciencia hemos asistido esta semana a la trifulca sobre la supuesta pifia de los tests rápidos llegados de China y que no eran fiables. En esta columna de hoy voy a intentar explicar qué se está haciendo para determinar si una persona está o no infectada o incluso si ha pasado la infección, aunque no se haya dado cuenta. Pero permítanme decir que el esperpento de la insistencia sobre el número de tests, de cómo se habían comprado y de cuántos eran en realidad, no ayuda a nada. Es simplemente una forma de mantener el cabreo de los ciudadanos y no ayudar a que esto se arregle lo antes posible. 

Así que voy a dedicar este párrafo a explicar cómo se gestionan estas cosas en los laboratorios y porqué lo que los medios y muchos ciudadanos han considerado una imperdonable pifia, no lo es. Comprar un producto para el análisis clínico o científico, a veces, demasiadas veces, es como jugar al cara o cruz. No sabes si va a funcionar, creanme. Cuando compramos lotes nuevos de productos que no llevan mucho tiempo en el mercado para hacer determinaciones solemos pedir referencias. Si no hay muchas, pedimos pruebas para comprobar que el producto funciona. Y no son pocas las veces que lo que se nos vende no funciona como debiera. Por ejemplo, productos para detectar una proteína que está en un lugar de la célula y el producto la coloca en otro. Eso suele ser muy molesto y muy preocupante, especialmente si hay grupos de investigación que usan ese producto sin haber comprobado su fiabilidad y acaban publicando resultados controvertidos. Corremos, en esos casos, el peligro de obtener información falsa que nos lleve a conclusiones erróneas. Pues bien, entiendo que con los tests rápidos puede haber ocurrido lo mismo. Ha llegado un lote más o menos pequeño, se ha comprobado su eficiencia, se ha visto que no es adecuada, se han devuelto y vuelta a empezar. Dicho así debería parecer lógico, pero en la trifulca política y mediática en la que nos encontramos, lo lógico suele pasar desapercibido y lo importante es saber quién ha sido el culpable. Ya tenemos hasta una petición de comisión de investigación o de lo que sea para no llegar a ninguna conclusión que no sea partidista. Pero así se mantienen ocupados los políticos. Deben estar aburridos sin las sesiones de control al Gobierno donde pueden soltar su mala baba.

Pero, ¿alguien sabe lo que es un test rápido? ¿Y porqué puede fallar? Voy a intentar explicarlo. ¿Conocen el predictor? Todo el mundo lo conoce, es el test de embarazo más popular. Pues eso es un test rápido. Un dispositivo, normalmente plástico, una gota de orina o de lo que sea, y en unos minutos tenemos si da positivo o no. Valen igual los tests de drogas que usa la Guardia Civil en sus controles, es el mismo fundamento. El problema es que no todo el mundo sabe cómo funcionan y cuánto transcurrió hasta que el famoso predictor o cualquier test funcionó bien y fue validado. 

Los test rápidos se basan en anticuerpos. El virus tiene estructuras que los linfocitos B reconocen y contra las que producen un complejo de proteínas llamado anticuerpos. Para que el test rápido funcione hace falta tener un anticuerpo que sea muy bueno contra el virus y que lo haga rápido. Aquí les digo yo que con un virus nuevo que lleva con nosotros menos de cuatro meses, tests rápidos fiables y contrastados no hay. Sencillamente, no hay. Habrá algo que sea potable, pero fiable y consistente, no lo hay. No ha dado tiempo para ello. Pero todo el mundo quiere su test rápido y nos han hecho creer que teniendo tests rápidos todo se arregla también rápido, y no es así. 

Pasar un test hoy no quiere decir que mañana no tengas el virus porque te hayas contagiado hace muy poco y el test no te lo detecte. Porque esa es otra 'virtud' del test, que tiene un límite de detección y no es fiable cuando el virus está presente en poca cantidad. Así que solo sirve si la persona tiene suficiente cantidad de virus en la muestra como para ser detectable. 

Para solucionar el problema de los test rápidos están los test por PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa, pero en inglés). Son más fiables, se pueden hacer desde el primer momento tras saber la secuencia del genoma del virus (por favor, que nadie me lo confunda con el código genético, se llama genoma). Basta con kits que fabrican muchas empresas españolas para, primero, extraer el ARN de una muestra, segundo, convertir la muestra en ADN y, tercero, realizar la reacción de la polimerasa en un aparato de PCR cuantitativa. El problema de este test es que no es rápido. Con una sola muestra tardaríamos entre 4 y 5 horas en tener resultados. Con varios cientos, tardaríamos unas 10 a 12 horas en tenerlo todo. Y además, depende del número de aparatos de PCR que tengamos. No, no son pruebas rápidas, pero son las más efectivas y se pueden hacer en cualquier laboratorio equipado con una máquina de PCR. Por eso los laboratorios científicos nos hemos puesto a la orden del Ministerio de Sanidad para ponernos a realizar pruebas cuando sea necesario

Y luego están las pruebas de presencia de anticuerpos en sangre. Aquellos que hayan pasado la enfermedad habrán desarrollado anticuerpos contra el virus y eso podrá ser determinado mediante estos tests. El problema es que para ello volvemos a necesitar un buen anticuerpo contra el virus y, por el poco tiempo que lleva el virus con nosotros, los kits que haya disponibles pueden tener poca fiabilidad por no haber tenido tiempo para validarlos convenientemente. No obstante, con la combinación de los tests de PCR y de anticuerpos en sangre se sabrá quién ha pasado la enfermedad y es inmune a ella por ahora. Parece, por lo que se está sabiendo con animales, que enfrentarse al virus varias veces aumenta la inmunidad por lo que es posible que las vacunas necesiten ser administradas varias veces. Pero conociendo al virus podremos ponerle freno. 

Así que eso es lo que hay. No tenemos remedios mágicos. Hay prisa, pero la ciencia que necesitamos no puede ir al paso que quienes no saben de ello pretenden. Las prisas no son buenas consejeras y menos tratar una enfermedad y evitar una pandemia. Actualmente hay 170 países del mundo buscando material sanitario para proteger a quienes están en primera línea de fuego. Básicamente es como si todos tuviéramos que ir a comprar al mismo tiempo y solo hubiese un supermercado al que ir. ¿Se lo imaginan? Pues sí, no es fácil. A pesar de ello muchos comentaristas de casi todo despotrican con quienes están trabajando para hacer las cosas lo mejor que pueden. Desde un sillón en un estudio o desde un sofá en casa es fácil decir lo que se debe hacer, pero no se nos olvide que digan lo que digan, no sirve de nada ya que ellos no saben los entresijos de nada. Los mismos capitanes a posteriori que hace un mes decían que lo del Mobile había sido una exageración o que esto no era más que una gripe más de China, ahora atacan cualquier cosa que ellos consideran que se hace mal. Supongo que lo hacen para que los ciudadanos no olvidemos a quién echarle las culpas de todo. Pero no es momento para buscar culpables, sino para buscar soluciones. 

Hay mucha gente que está trabajando para que todo esto lo pasemos lo antes posible, todos los días, haciendo cosas y buscando material para que no falte, ayudando a personas mayores, llevando lo necesario a quien lo necesita. Desde un despacho o desde una planta en un hospital. Lo que no necesitan estas personas es que se les abronque o se les pida que asuman culpabilidades que no son suyas. Me dijo un hombre muy sabio, cuando era muy joven y cometía más errores que ahora, que 'Solo se equivoca aquél que está haciendo algo'. Yo añadiría que quien no hace nada no se equivoca, pero es inútil y, si además, se dedica a criticar a quien está trabajando, estorba. 

#YoMeQuedoEnCasa, #NosotrosNosQuedamosEnCasa