Opinión

Pandemia + ignorancia = desastre

Hace un año nos dimos cuenta de que un organismo, que ni siquiera llegamos a entender del todo y no nos ponemos de acuerdo en si está vivo o no lo está, nos podría poner en jaque y mandarnos a casa a resguardarnos de él. Antes de ese momento veíamos acercarse la ola desde la barrera, recibiendo las noticias de la epidemia en China pensando que los microorganismos se pueden detener en las fronteras. Ilusos de nosotros. Pero no, hace un año el SARS-CoV-2 ya llevaba tiempo entre nosotros movido de un lado a otro por personas contagiadas que habían visitado otros lugares donde una pandemia de casos graves de neumonía comenzaban a llenar los hospitales y los cementerios. 

Curiosamente una de las primeras y más extrañas respuestas con la que afrontamos el confinamiento fue la asombrosa necesidad de llenar las casas de papel higiénico. Nunca entenderé de dónde salió la idea. Afortunadamente no hubo desabastecimiento y todo el mundo pudo disfrutar de su rollo de papel higiénico cuando lo necesitó. No fue necesario acudir al mercado negro de rollos de papel. Para mí ésa fue una de las primeras señales preocupantes sobre cómo nos comportamos frente al problema que teníamos encima.

A partir de ahí fuimos pasando los días asistiendo a la pelea política en busca de culpables, a la irresponsabilidad de unos y otros, a los comentarios de un ejército enorme de capitanes a posteriori y a una especie de pelea mediática por ver quién informaba de los datos de enfermos, ingresados y muertos de la manera más macabra. Todo ello aderezado por las noticias sobre el posible origen desconocido del virus con el consabido aderezo de la conspiración y del laboratorio científico: una enorme indigestión de información.

El tiempo y los datos recopilados y analizados de forma científica han ido dando y quitando razones, aunque algunos siguen siendo incapaces de asumirlas. El origen natural del virus ha sido demostrado por múltiples grupos de investigación y su genoma ya fue secuenciado hace más de un año, cuando el virus aún no era un problema mundial. La investigación desarrollada sobre estos virus incluso ha encontrado recientemente cuatro nuevos coronavirus en poblaciones de murciélagos cercanas a la zona donde apareció la pandemia. Pese a la ingente cantidad de información recabada hasta el momento sobre el virus, aún hay quien niega su existencia a la vez que afirma que su origen es artificial, dos cosas incompatibles, pero les da igual.

Pese a lo que muchos van por ahí diseminando falsamente, nos enfrentamos a un virus nuevo, aún no adaptado a nuestra especie y que está evolucionando. Las mutaciones, habituales en organismos que proliferan rápidamente, originan en los virus variantes que presentan una mayor capacidad de infección y esas variantes se van imponiendo a las otras. Con el tiempo, las variantes más eficientes se impondrán a las demás. Es pura biología, pero tampoco parece que lo acabemos entendiendo. 

Tras algo más de un año, los casos confirmados de infección se cuentan por más de 120 millones y los fallecidos con COVID-19 confirmados son ya casi 2,7 millones en todo el mundo. Los primeros momentos fueron caóticos en los hospitales buscando tratamientos contra un organismo nuevo. Con cierto tufo a oportunismo, algunos se lanzaron a la promoción de fármacos como la hidroxicloroquina, el remdesivir o cócteles de antibióticos o de anticuerpos, que, con el tiempo, demostraron poca o nula eficacia. Con un conjunto de síntomas nuevos y el estallido de una crisis respiratoria creada por una inflamación aguda en los pulmones que puede desencadenarse en cuestión de horas, no había tiempo para especular y cualquier posibilidad era bienvenida. El tiempo ha ido afinando los tratamientos, descartando unos y reforzando otros reduciendo así la mortalidad causada por el virus

La esperanza para volver a la normalidad se encuentra en las vacunas. Se han desarrollado múltiples vacunas en tiempo record, pero siguiendo los pasos científicos diseñados para los estudios clínicos, pese a que algunos lo niegan. Incluso se han desarrollado nuevas vacunas, como la de ARNm, basadas en un diseño de hace 30 años que han conseguido demostrar una alta eficacia incluso en personas muy mayores

Pese a lo que muchos han ido afirmando en las redes sociales y en algunos medios de comunicación que poco respeto tienen por la verdad, se sabía cómo producir todas estas vacunas por haber experimentado antes con esos modelos y se tenía una gran cantidad de población contagiándose en una pandemia con precedentes muy lejanos. Lo normal era poder obtener los datos suficientes de seguridad y eficacia de las vacunas en poco tiempo y así poder usarlas contra este nuevo virus. Ahora, la preocupación está en si las variantes nuevas podrán escapar de la inmunidad conferida por la vacuna, pero es muy posible que esta inmunidad sea suficiente.  

Todo esto nos ha llevado a la situación actual. En nuestro país, la población vacunada aumenta. Más lentamente de lo debido, pero aumenta. La mortandad por COVID en las residencias de ancianos ha descendido enormemente gracias a las vacunas de ARNm y a las medidas de aislamiento social. Y pese a todo esto nos encontramos con que salta la histeria por unos datos aún muy confusos. 

A lo largo de este año hemos sufrido varios periodos de crisis en las decisiones políticas debido a la ignorancia, la prisa o simplemente al populismo. Pese a llevar un año en esta situación parece que no aprendemos y la toma de decisiones se hace sin calma y sin atender a los resultados. Por poner dos ejemplos recientes, las Universidades de Córdoba y Sevilla han decidido volver a la presencialidad. Miles de estudiantes tendrán que desplazarse a las aulas, reunirse en los pasillos y accesos, tomar unos cafés o unas cervezas y volver a su casa. Miles de personas jóvenes moviéndose todos los días en transporte público. Sin acabar de bajar de una incidencia alta, con la curva de casos nuevos aplanándose alrededor de los 5.000 casos actuales y con los países del entorno aumentando los casos nuevos, la idea no me parece nada conveniente. Más aún con el aumento de movilidad que se espera en Semana Santa. Ya creo que deberíamos saber dónde acabará todo esto, pero parece que queremos ignorarlo. 

El otro episodio ha ocurrido con la vacuna de Astrazeneca. Una decena de países de la Europa y algunas autonomías españolas han decidido paralizar la vacunación por algunos casos de trombos ocurridos en personas vacunadas. Los casos notificados han sido 30 en total de un total de 5 millones de vacunados, un 0,0006% de los vacunados, ninguno en España. La relación entre vacuna y formación de trombos no está demostrada, pero da igual. 

Hagamos unos pequeños cálculos para ver si la precaución está fundamentada con los datos. En Europa, anualmente se producen alrededor de 120 casos de tromboembolismo venoso por 100.000 habitantes, especialmente a partir de los 50 años de edad. Eso nos da un total de 1.200 casos por millón de habitantes y año. En Europa somos unos 447 millones de habitantes que darían un total de 535.200 casos de tromboembolismo venoso por año. Si dividimos estos casos entre los 365 días del año nos dan un total de 1.466 casos diarios en toda Europa.

Si tenemos en cuenta que la vacuna de Astrazeneca lleva usándose desde hace unos 40 días, tenemos que en Europa se habrán dado unos 58.640 casos de tromboembolismo sin que la vacuna haya tenido nada que ver. Es decir, un 0,013% de la población Europea en esos 40 días. Esto significa que los políticos han paralizado la vacunación con esta vacuna por un posible efecto secundario grave en la población vacunada de algo que ocurre con una probabilidad más de 20 veces superior de forma normal. ¿Ustedes le ven sentido? Yo no. 

Ya es hora de que quienes deben gestionar la salida de la pandemia tomen decisiones con calma y analizando los datos. No pueden tomar las decisiones visceralmente, porque les interesa políticamente o dejándose llevar como si fuesen una pieza más de una fila de piezas de dominó. Ya es hora de que busquen soluciones que nos saquen de esta situación lo antes posible. Esas soluciones pasan por control de los contagios, vacunas y ayudas para la recuperación. No pueden jugar a que no lo entienden. 

Las administraciones públicas no pueden sumar ignorancia a esta situación, eso nos llevará al desastre y no acabaremos nunca. 

#Yomevacuno.