Opinión

No es fácil hacer una vacuna

La irrupción del SARS-CoV-2 en nuestras vidas ha supuesto la toma de medidas encaminadas a reducir la progresión de la COVID-19. En nuestra historia, el confinamiento y la limitación de movimientos es algo nuevo pero esencial, que debe llevar a conseguir tiempo para controlar la enfermedad y para reducir su efecto letal. No voy a entrar en el juego de si las decisiones llegan tarde o temprano o si son suficiente o insuficientes, eso se lo dejo a los políticos que no han tardado en salir a criticar en lugar de a ayudar. Es hora de tomar medidas y de intentar controlar la enfermedad hasta que se diseñe nuestra mayor y más efectiva arma: La vacuna.

Mientras, en el Mundo hay una carrera de empresas privadas y sistemas públicos buscando la vacuna. Al parecer, Donald Trump, siempre tan generoso, está intentando comprar el trabajo de una empresa alemana para que solo desarrolle la vacuna para Estados Unidos. Eso sí, parece haberlo hecho tras constatar que sus científicos, como los de muchos otros países, le están diciendo que llegar a una vacuna efectiva toma su tiempo: de un año a año y medio aproximadamente. Tanto es así, que hasta la revista Science le dedicó un duro y crítico editorial cuando abroncaba a los científicos para que se sacara la vacuna ya. Debe ser por haber visto muchas series y películas holliwoodienses en las que los avances científicos ocurren de un día para otro. Es lo que tiene la ficción, que es ficción, aunque a veces sea más real que la realidad.  

Por todos esos movimientos alrededor de la futura vacuna contra el virus creo que es conveniente explicar por qué es tan complejo obtener una vacuna eficiente. Hace muchos años, Manuel Elkin Patarroyo, dio una conferencia en mi Universidad, la Pablo de Olavide de Sevilla, explicando los avances sobre la vacuna contra la Malaria. Han pasado más de 20 años de eso y aún no hay vacuna eficaz contra el parásito de la malaria, en realidad varias especies del género Plasmodiumque producen la enfermedad. El problema está en que estos organismos son muy parecidos a nuestras células y, además, cambian su cubierta, por lo que el sistema inmunológico no es capaz de detectarlos para atacarlos. Se mimetizan con nuestras células cual comando militar. 

El ejemplo de la malaria me sirve para explicar cómo funciona el sistema inmunológico y qué es necesario para obtener una buena vacuna. El sistema inmunológico que cada uno tiene se ha desarrollado para no atacar a las células que cada individuo tiene, pero sí para poder identificar a aquello que no forma parte de nuestro cuerpo. Por eso, se producen rechazo de trasplantes de personas incompatibles o el Plasmodium puede infectar sin ser detectado. Cuanto más se parezca un organismo a nuestras células, más difícil es detectarlo para eliminarlo.

Además, el sistema inmunológico utiliza una serie de controles para que no se active contra nuestras propias células, ya que, de ser así sufriríamos una enfermedad autoinmune. De hecho, a veces, el sistema de control falla y las enfermedades autoinmunes se producen como bien saben muchas personas que las sufren. 

Teniendo en cuenta todo esto podríamos pensar que generar una vacuna contra un virus debe ser fácil ya que es un organismo muy distinto a nuestras células. Pero no, no lo es, ya que se necesita activar a tres tipos celulares para generar una vacuna eficiente: células dendríticas o presentadoras de antígenos, linfocitos B y linfocitos T, especialmente los T ayudantes. Voy a intentar ser lo más didáctico posible para hacerme entender. 

Cuando un patógeno entra en nuestro cuerpo, la primera línea de defensa, lo que yo llamo en clase, 'los marines' son las moléculas y células del sistema inmunológico innato. Es una respuesta rápida pero más lenta e ineficiente que la dependiente de los linfocitos. Pese a eso, son esenciales para despertar al sistema inmunológico adaptativo dependiente de estos linfocitos. En el sistema innato tenemos a los neutrófilos y los macrófagos y células dendríticas que atacan al patógeno por ser extraño al cuerpo y nada más. Pero la función de estas células es esencial para activar a las células que controlan el sistema inmunológico, los linfocitos T ayudantes. Los linfocitos T ayudantes son las encargadas de activar a todo el sistema inmunológico de acuerdo con la naturaleza del patógeno: sea bacteria o virus o toxina. Los linfocitos B pueden encontrarse con el patógeno y convertirse también en presentadoras de lo que han encontrado al linfocito T ayudante que las acabará activando para que produzcan anticuerpos contra el patógeno. 

Para activar todo este sistema, una vacuna necesita, por tanto, algo que active a los macrófagos y células dendríticas y estructuras reconocibles por los linfocitos B y por los linfocitos T. Todo este sistema de activación depende, por tanto, de estructuras que sean reconocibles por las células de nuestro cuerpo y contra las que se activen. 

La activación de las células dendríticas se produce por estructuras que van en lo que conocemos como adyuvantes de las vacunas. Son sustancias normalmente extrañas pero que activan a estas células para mandar la señal de alarma. Sin esa señal de alarma, no hay activación de estas células y tampoco de los linfocitos sobre los que actúan. Entre estas sustancias tenemos el famoso hidróxido de aluminio, el ADN bacteriano, proteínas bacterianas, etc…, en general estructuras que nosotros no tenemos en nuestro cuerpo y que las células dendríticas reconocen como peligrosas. Aunque los movimientos antivacunas usen estas estructuras como ejemplo de peligroso, las conocemos bien y sabemos que no son tóxicas pero sí un factor esencial para el éxito de una vacuna. Sin su mensaje de peligro para las células dendríticas, la activación del sistema inmunológico no es efectiva. 

La parte más importante para la vacuna es la elección de la estructura del patógeno contra la que queremos activar a los linfocitos. Los linfocitos B y T reconocen estructuras moleculares muy específicas y, además, cada célula individual reconoce una estructura en concreto, estas estructuras son los antígenos. El sistema inmunológico se desarrolla generando linfocitos que reconocen estructuras moleculares al azar y que no están presentes en nuestro cuerpo. Los linfocitos B reconocen estructuras presentes en la superficie de las células o sustancias solubles en el medio mientras que los linfocitos T reconocen pequeños trozos de proteína que las células están produciendo en su interior o que se han comido y digerido. Como entenderán, la elección del antígeno es el paso más complicado del sistema. 

El antígeno debe cumplir con varias propiedades para que sea efectivo en una vacuna: que sea visible por los linfocitos B, es decir, que esté en la superficie del patógeno; que sea procesable por las células dendríticas y sea visible para los linfocitos T, es decir, que sea una proteína y que de lugar a trocitos que los linfocitos T reconozcan; que sea capaz de activar a los linfocitos B, T ayudantes y T citotóxicos (los que matan células infectadas), es decir, que sea inmunogénico; y que no sea variable entre cepas del patógeno, es decir, que se presente de igual forma en todas las cepas del patógeno.

Elegir un antígeno o un grupo de ellos es complejo y no todos funcionan bien; bien porque no sean tan visibles, bien porque no se procesen adecuadamente en la digestión intracelular o bien porque su capacidad inmunogénica sea baja. Hay que hacer muchas pruebas y combinaciones. Y si no funciona, hay que optar por usar otras técnicas como la técnica de virus vivos atenuados (que se usó para la viruela o la polio o en la varicela) o de virus transgénicos (que se está utilizando para vacunas contra el cáncer). En el caso de los virus vivos atenuados corremos el peligro de que haya personas que sufran la enfermedad tras la vacuna, pero a un nivel más bajo aunque con cierta posibilidad de difundir la enfermedad. En el caso de los virus transgénicos con virus de otro tipo a los que se les obliga a tener las proteínas del virus contra el que queremos tener la vacuna, en este caso sería otro virus mucho menos o nada infeccioso pero con las proteínas del coronavirus. 

A todo ésto hay que sumar que los virus son muy simples y que tienen pocos antígenos visibles. Cuanto más simple sea un virus por su exterior, más difícil será encontrar una forma de atacarlo mediante activación de la producción de anticuerpos por los linfocitos B. Es decir, más difícil será encontrar una vacuna efectiva. Por eso es tan complejo encontrar una vacuna contra el VIH, los intentos han sido infructuosos hasta ahora porque los candidatos a posible antígeno, están escondidos en el virus. 

Sea cual sea la estrategia que se siga, una vez se tengan los prototipos hay que probarlos en animales para ver su capacidad de activación del sistema inmunológico y eso lleva meses. Y una vez elegidas las posibles vacunas candidatas tras los estudios en animales hay que probarlas en personas para comprobar su seguridad y después su eficacia. Eso también supone meses. No obstante, normalmente estos últimos pasos se acortan en caso de necesidad apremiante, como puede ser ahora. 

He intentado simplificar mucho para hacer entender lo complicado que es encontrar una vacuna eficiente de un virus nuevo y, como se está comprobando, con capacidad de mutación. El desarrollo debe estar guiado por los pasos necesarios para asegurar la eficacia de la vacuna. Espero que la voracidad comercial de algunos y el egoísmo narcisista o el patriotismo ciego e irreflexivo no lleve a una guerra donde la ciencia sea algo prescindible y la estupidez se haga fuerte. La OMS debería tomar las riendas, afrontar la investigación y ofrecer los avances gratuitos a todo el mundo. Incluso propongo que cualquier vacuna sobre esto se declare impatentable. Así, ninguna empresa ni compañía podría hacerse con el uso y comercialización exclusiva de la vacuna y, de esa manera, sería barata para todos. 

Recuerden, los virus no saben ni de fronteras, ni de banderas, ni de nacionalidades, ni de razas ni de colores políticos. Los virus solo saben de interacciones y células a las que infectar. Pero, muchas veces, la estupidez y egoísmo humanos son mucho más peligrosos que los patógenos. Necesitamos una herramienta para hacernos fuertes contra los patógenos y esa herramienta se llama VACUNA.