Opinión

Epidemia de conspiranitis aguda. (2) La salud

Cuando era un doctorando haciendo lo que podía para llevar adelante mi tesis doctoral, el acceso a la información científica en revistas especializadas era muy limitado. Para saber lo que se había publicado había que repasar pacientemente unos cuadernos llamados Current Contents que mostraban los títulos de los artículos publicados en las múltiples revistas de las diferentes áreas de investigación. A partir de ahí, había que buscar dónde se encontraba la revista e ir a fotocopiar el artículo a una Facultad o a la biblioteca de un Hospital o pedirlo al autor por correo normal a partir de unas tarjetas impresas para ello.

Fruto de esos días tengo una considerable cantidad de sellos japoneses que venían en curiosos sobres cerrados con una cuerdecita. Ahora, que la información es inmediata y que con un click de ratón podemos acceder a decenas de artículos y que la información está a mano proliferan grupos y personas que se dejan llevar por creencias sin base alguna y que consideran como argumentos ciertos, meras especulaciones sin base. Muchas de estas personas se cubren de un halo de pseudociencia que enmascara lo poco o nada de base científica que soporta aquello que afirman. Pero lo malo es que el número de seguidores de estas personas aumenta y comienza a influir negativamente en algunas decisiones como, por ejemplo, que colegios estadounidenses estén enseñando el creacionismo al mismo nivel que la evolución, que se consideren remedios terapéuticos a la homeopatía cuando no se ha demostrado ningún efecto y cuando la base bioquímica de su actuación no existe ni se puede demostrar, o que se ataque a las vacunas afirmando que son peligrosas para la salud.

Todas estas personas o grupos suelen resguardarse en conspiraciones mundiales en las que organismos como la ONU, gobiernos, médicos y funcionarios se confabulan para mantener a los ciudadanos en la inopia, para engañarlos o para ponerlos en peligro. Las acusaciones de conspiraciones más preocupantes son aquéllas que afectan a nuestra salud. Hay de todos los colores pero las más utilizadas son las que acusan a lobbies o grandes corporaciones de presionar para envenenarnos o para que nos mantengamos enfermos y así poder mantener un lucrativo negocio.

Lo más preocupante de estas conspiraciones es que pueden llevar a tomar decisiones importantes para nuestra alimentación, salud o estilo de vida. Decisiones como las que se están produciendo sobre el uso de transgénicos (ya tratados en esta columna) o sobre el uso de pesticidas como el glifosato de Monsanto sobre el que recae una enorme cantidad de información sobre su posible efecto sobre el cáncer y la salud de las personas que lo usan, especialmente agricultores, pero sin evidencias verdaderamente científicas. Incluso la EFSA (European Food Safety Authority), la Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria ha emitido recientemente un informe sobre la casi nula posibilidad de que este producto produzca cáncer. Pero claro, como es artificial y detrás de ella hay una gran corporación, se puede asustar a la población para conseguir eliminarlo. Luego podremos utilizar pesticidas orgánicos, ecológicos y naturales que, aunque pueden ser tóxicos (ya sabemos, al ser naturales no hay color), te intoxican pero de manera natural.

A esta conspiranitis ya casi crónica se unen conocidos gurús de los tratamientos naturales que para favorecer su negocio mantienen un enconado esfuerzo para demostrar la maquinación mundial de las grandes farmacéuticas. Huyan como de la peste de cualquier reclamo que comience con "Lo que tal organismo X no quiere que sepamos". Pongan en la X cualquier institución internacional, gobierno, gran corporación o cosas por el estilo. Para estos gurús eso que no quieren que sepamos es que los productos que ellos mismos venden y promueven son milagrosos y curan aquellas dolencias más perjudiciales, crónicas o mortales que sufrimos; entre ellas enfermedades neurodegenerativas o cáncer.

Estas personas no se paran ante nada y utilizan sin pudor el sufrimiento de los demás para promocionar su negocio de soluciones milagrosas, muchas de ellas basadas en productos altamente tóxicos como el MMS o Solución Mineral Milagrosa que no es más que lejía industrial. Pero ellos erre que erre vendiendo tal solución y promoviendo su uso.

Otra vertiente preocupante para la salud es la gran campaña generalizada de remedios contra las enfermedades basadas en diferentes dietas. No voy a insistir en el tema que ya he tratado antes, pero valga una simple afirmación basada en el conocimiento científico: No existe ninguna dieta que cure ninguna enfermedad degenerativa o el cáncer. Sí es cierto que la pobreza en fibra alimenticia y el abuso de una dieta pobre en variedad aumenta el riesgo de padecer cáncer de colon y otros tipos, pero también es cierto que tomar el sol sin protección aumenta el riesgo de padecer cáncer de piel o el fumar aumenta el de sufrir cáncer de pulmón y ninguno de estos dos últimos se evita con ninguna dieta.

El cáncer no es una enfermedad, es un compendio de diferentes enfermedades con un patrón común: El crecimiento desmesurado de unas células que han perdido la funcionalidad, pero sus causas son muy variadas, sus orígenes son muchos y los factores implicados, múltiples. Por ello, no hay dieta alguna que las cure, se diga lo que se diga y se publique lo que se publique.

Pero si hay un tema donde se alude a una conspiración a nivel planetario. ¡Qué digo planetario! A nivel universal es la campaña de los grupos antivacunas contra la vacunación. Ya he tratado el tema, pero permítanme insistir porque el tema tiene miga. Los grupos antivacunas acusan a las instituciones mundiales, a las agencias del medicamento y a los gobiernos de llevar a cabo campañas de vacunación conducentes a poner en riesgo a la población o a beneficiar económicamente a las grandes farmacéuticas.

Para muestra, la reciente pregunta de una parlamentaria española en el Parlamento Europeo sobre las campañas de vacunación. La parlamentaria Lidia Senra Rodríguez hizo una pregunta a la Comisión Europea (lo que sería el Gobierno Europeo) comenzando con una afirmación que pone los pelos de punta. "Las vacunas contienen aluminio, escualeno, antibióticos y polisorbato, entre otros componentes. Asimismo, tienen efectos colaterales, contraindicaciones y muchos efectos secundarios y adversos que pueden aparecer después de la vacunación, llegando en algunos casos a provocar la muerte". Con esa introducción ya podemos pensar que poco razonamiento va a convencer a la parlamentaria para que cambie su forma de pensar además de comprobar que no tiene ni idea de qué son y para qué sirven los adyuvantes de las vacunas (compuestos que se usan para aumentar la respuesta inmunológica).

Las dos preguntas que hizo a la Comisión indican, además, un convencimiento total sobre la peligrosidad de las vacunas. Dichas preguntas fueron las siguientes: "1.¿No considera la Comisión que sería necesario garantizar que las familias y el personal sanitario reciban información sobre todos los efectos secundarios que puede producir cada componente de las vacunas, que las vacunas estén sujetas al cuestionario prevacunal elaborado por los colegios de médicos y que se instaure el consentimiento informado? 2.¿No considera la Comisión que ningún Estado miembro debería obligar a la población a someterse a una práctica de riesgo y que la vacunación no debería ser obligatoria en ningún Estado, dado que nadie ha podido demostrar la seguridad de las vacunas?". 

Primero, los efectos secundarios de las vacunas están totalmente claros, ya que todas ellas han pasado por el mismo procedimiento que cualquier fármaco que supone una serie de estudios clínicos para asegurar su seguridad, su fiabilidad y su eficacia. Además, los médicos y personal de enfermería que siguen las vacunaciones saben cómo y cuándo deben avisar sobre posibles problemas. Considerando la cantidad de facultativos implicados en todo el mundo, es difícil pensar que haya problemas en esto. La segunda consideración es sobre la afirmación nada velada de que no se ha demostrado la seguridad de las vacunas. Simplemente teniendo en cuenta que miles de niños y personas mayores se vacunan todos los años, ¿cómo es que no se ha demostrado la seguridad? De hecho, las vacunas son el fármaco más seguro y con menos efectos secundarios, pero eso poco importa a nuestra conspiranoica parlamentaria.

La cuestión va más allá y llega a la economía. Para algunos, ciertas vacunaciones se realizan por el bien de las farmacéuticas y no por el bien de las personas. Voy a poner de ejemplo la vacunación contra el papiloma humano. Según la AECC (Asociacion Española Contra el Cáncer), una organización sobre la que poca o ninguna duda puede recaer, el cáncer de cuello de útero es el segundo en importancia tras el de mama. De hecho, unos 500.000 casos nuevos se diagnostican anualmente en el mundo y supone el quinto cáncer en importancia. Pues bien, uno de los principales causantes de este cáncer es un virus, el del papiloma humano, y, concretamente algunas de sus cepas más virulentas. Es cierto que el virus no siempre causa cáncer (sería un desastre si lo hiciese), pero a las 2.100 mujeres que anualmente lo desarrollan en España supongo que sí les importa.

El virus del papiloma se considera esencial para desarrollar este tipo de cáncer y se transmite en el acto sexual. Por ello, la vacunación se realiza a la temprana edad de 12 años ya que después puede ser ya muy tarde. Pese a ello, hay quien considera que la vacunación es un gasto excesivo llegando a cuantificar cuánto cuesta evitar un cáncer y así considerar que esta vacunación es un malgasto de dinero público en beneficio de las farmacéuticas. De hecho hay una Asociación de Afectadas por la Vacuna del Papiloma que lleva adelante campañas para pedir una moratoria en una vacuna que lleva más de 10 años en el calendario de vacunación. Esta asociación acusa a las farmacéuticas de modificar datos para engañar sobre la seguridad, aunque sus evidencias son muy débiles y basadas en un único estudio. Poco importa que la vacunación se haya seguido por las agencias del medicamento como la EMA (European Medicines Agency) y no se haya encontrado relación entre la vacunación y el desarrollo de dolencias que, por otro lado, se producen independientemente de los tratamientos. Pero eso poco importa, ya que la EMA estará en el ajo de la conspiración.

La pregunta que yo me hago es, si tenemos verdaderamente la herramienta para evitar que 2.100 mujeres al año desarrollen un cáncer, ¿no deberíamos utilizarla? ¿Cuánto costaría en recursos clínicos y farmacéuticos el tratamiento de estas mujeres? Y, sobre todo ¿cuánto cuesta su sufrimiento y el de sus familias? Pero parece que no se puede. Yo confío en que dentro de unos años el cáncer de cuello de útero baje mucho más y muchas mujeres vacunadas no lo tengan que sufrir. También confío en que se desarrollen nuevas vacunas contra los virus y bacterias que afectan a nuestra salud y, en especial, contra las superbacterias que están desarrollando resistencia a los antibióticos. Claro, eso, con el permiso de aquéllos que consideran que todo es una estrategia contra nuestra salud y nuestro bolsillo.

Hagan caso a su sentido común y no sigan a nadie que les hable de remedios milagrosos, del ataque de grupos de presión, de lobbies o de gobiernos que nos quieren mantener acongojados o con enfermedades que tienen su origen en oscuros factores manipulados por grandes empresas. Sí, yo también he visto Resident Evil en sus numerosas entregas y no creo que esas corporaciones existan. No pasen todo su tiempo pensando en qué les va a pasar y cómo les va a pasar; vivan, disfruten de la vida y afronten los problemas cuando lleguen y usando aquello que científicamente ha demostrado su fiabilidad, seguridad y eficacia. Vivirán más y mejor no siguiendo a los verdaderos conspiradores, aquéllos que van en contra de la evidencia científica.