Opinión

Esto depende de nosotros, y no queremos enterarnos

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Quería terminar el año con una columna que se titulara algo así como 'Enseñanzas de una pandemia' en la que iba a tratar de enumerar una serie de puntos importantes que deberíamos haber aprendido ya de esta pandemia una vez que las vacunas nos abren la puerta a una salida esperanzadora para volver a la normalidad a la que queremos regresar cuanto antes mejor. Con esta idea en la cabeza salí a la calle a hacer unas compras como cualquier otro sábado y me encontré con una normalidad prematura, anticipada, poco meditada y peligrosa

Querría haberles hablado de que la pandemia, una situación nueva para todos nosotros, debería habernos enseñado que hay peligros en la naturaleza que pueden saltar y diseminarse rápidamente entre poblaciones humanas cada vez más hacinadas y con una movilidad mundial nunca vista en la historia. Pero para eso deberíamos haber aprendido que por mucho que queramos, la naturaleza es mucho más rica y poderosa que cualquier laboratorio no tan escondido construido por el hombre, que nuestra invasión sin apenas conocimiento de los riesgos lleva a estas situaciones. 

Querría haberles comentado que deberíamos haber aprendido que la única forma de afrontar epidemias o pandemias es la de disponer de un sistema público de salud robusto, con plantillas más que suficientes y dotadas de recursos para tomar las medidas más apropiadas para cada padecimiento sin tener que reducir la calidad de la asistencia a todos los pacientes. Pero para eso deberíamos haber aprendido que más no se puede hacer con menos y que los recursos públicos son de todos y hay que mantenerlos y usarlos con eficacia, y no recortarlos afectando a plantillas, recursos y calidad. 

Querría haberles dicho que podríamos haber aprendido que la higiene, la distancia social y las mascarillas son muy útiles para evitar enfermedades respiratoriasgeneradas por gérmenes que se transmiten por el aire. Podría haberles dicho que eso no es solo aplicable al coronavirus sino a todas las enfermedades respiratorias y que, a partir de ahora, podríamos reducir enormemente la mortandad por gripe que causa miles de muertes prematuras todos los años simplemente teniendo cuidado, evitando ir al trabajo con un trancazo y contagiar a todos los compañeros o poniéndonos la vacuna para no contagiarnos y no contagiar a nadie. Pero para eso tendríamos que tener conciencia social y sentimiento de vivir en un grupo, en una sociedad. Los casos de personas que han estado trabajando con Covid, obligados o no, a sabiendas de que estaban contagiados me indican que en eso tampoco aprobamos. 

Podría haberles comentado que esta era una estupenda oportunidad para haber aprendido a valorar la sanidad y la ciencia que han desarrollado rápidamente terapias, protocolos, experimentos, vacunas a partir del desconocimiento más absoluto sobre un patógeno nuevo. Un esfuerzo que ha requerido mucho tesón, paciencia y comprobaciones y con plantillas mermadas por la displicencia con la que los gobernantes consideran a la investigación: un gasto, que no una inversión de futuro. Sin embargo, la cantidad de veces que he tenido que discutir en las redes sociales con personas que creen que el virus no existe, que esto es una plandemia (un bulo creado por grupos de poder escondidos vaya-usted-a-saber-dónde), que el 5G activa el virus o que nos meterán un chip con la vacuna para controlarnos, o que mejunjes como el cloruro de sodio curan todo y que las vacunas no sirven para nada, me dice que aprender a valorar la ciencia y a la experimentación como base del conocimiento va a ser una hercúlea labor. Si a esto unimos la enorme diáspora de personal sanitario y científico que desde nuestros centros universitarios han pasado a formar parte de la plantilla de hospitales y centros de investigación de los países de nuestro entorno, revertir la incapacidad endémica de nuestro país para aceptar la investigación como una fuente de riqueza va a ser un ciclópeo trabajo. Veremos si hemos aprendido algo, para saberlo deberemos esperar y me temo que mucho. 

Deberíamos haber entendido que salvar vidas ayuda a salvar la economía y la sociedad. Que muchas personas que han sufrido la versión más severa de la Covid van a tener secuelas que van a mermar su salud durante meses y que puede que nunca se recuperen de ellas. Estas personas van a necesitar de recursos médicos para solventar sus problemas derivados de la Covid. Sin embargo, parece que esa sensación de no estar en el grupo de riesgo hace que muchos se olviden que sus actos pueden acabar llevando el virus a sus seres queridos que tal vez no tengan tanta suerte como ellos.

Podríamos haber tomado nota de muchas cosas y haber aprendido mucho para aplicarlo ya. Sin embargo, hoy, día 12 de diciembre, cuando la Junta de Andalucía ha decidido abrir las tiendas hasta las 21 horas me encuentro una enorme cantidad de gente, no vista los últimos fines de semana, llenando las calles céntricas de Córdoba. 

Decenas de personas salían con sus hijos portando sus globos de un bar de copas reconvertido en salón de celebraciones sin mascarilla y portando sus vasos de papel con los últimos mililitros de su copa como si no pasase nada. Supongo que habrían tenido una excelente comida comunal en dicho bar.

Grupos de amigos de más de 10 personas se reunían en corrillos tras salir de otro conocido lugar de comidas y copas, abrazándose y dándose cariño con mascarillas por debajo de la nariz o fumando sin mascarilla como si no pasase nada. Muchas risas y poca precaución.

Los señores con algo más de peso de la cuenta y cierta edad, es decir, con dos de los principales factores de gravedad para la Covid se paseaban entre la marea de gente en las calles con las mascarillas cubrebarbillas o con sus narices a la intemperie como si esto no fuese con ellos. 

Familias enteras hacían cola en quioscos y tiendas sin guardar ni medio metro de separación entre grupos y sin importarles si la persona que estaban antes o después en la cola tenían su mascarilla bien colocada, o si esa bonita mascarilla floreada de tela era de fiar o no. 

En definitiva, era imposible ir por las calles céntricas de Córdoba sin chocar con nadie, guardando cierta distancia y sin que alguien se te pusiese al lado o justo detrás para entrar en algún lugar. Había colas considerablemente largas. Si tenemos en cuenta que esto ocurre el día 12 de diciembre y estamos a la espera de que en poco más de 10 días comiencen los encuentros con los amigos y familiares de aquellos que vuelvan a casa por Navidad, me van a perdonar, pero me temo lo peor. Este año, eso de vuelve a casa vuelve por Navidad debe llevar otro mensaje que lleve seguridad, cuidado y salud para todos, especialmente para aquellos que más cerca tenemos. 

Los gobernantes, tanto locales como autonómicos y centrales, han establecido ciertas normas. Algunas más acertadas que otras en mi personal opinión. Estas normas van encaminadas a que mantengamos los menos contactos no habituales posibles, que evitemos las congregaciones y que no hagamos fiestas de las que luego podamos arrepentirnos. Aparte de que algunos jueguen con los conceptos como el de allegados, que todos entendemos aunque algunos políticos, tertulianos y medios de comunicación no quieran enterarse, y hagan chistes y memes con las medidas, el mensaje está muy claro: cuanta menos posibilidad de dispersión demos al coronavirus, menos personas se contagiarán, enfermarán, acabarán en la UCI y morirán. Fácil de entender, ¿no?

Si el día 12 ya nos estamos saltando las medidas más básicas de distancia social y de agrupamiento, algunos pasarán fin de año donde no quieren pasarlo y otros no llegarán a final de año. 

Cuídense y cuiden de los demás. El coronavirus sigue ahí y a fecha de hoy miles de personas dan positivo diariamente y centenares siguen muriendo en España por la Covid-19. Que no se nos olvide. Si no lo hacemos bien, 2021 no traerá salud ni suerte para muchos y la cuesta de enero será mucho peor y triste de lo que creemos. 

#Estodependedenosotros, y ahora más que nunca.