Opinión

No se alarmen pero vivir puede provocar cáncer

Vivimos en un mundo algo confuso a mi entender. Disfrutamos de la época en la que la humanidad ha alcanzado la mayor longevidad que se conoce llegando a una media superior a los 83 años de esperanza de vida en España pero todo ello a pesar de las múltiples amenazas que nos acechan como las emisiones de la telefonía móvil, los fitosanitarios, los fármacos que, según algunos nos mantienen enfermos, los aditivos de los alimentos, la contaminación, la radiación solar, el estrés oxidativo, la nutrición desequilibrada, y no sé cuántas cosas más. Vivimos en una época donde cualquiera se erige como experto de cualquier cosa de manera que con abrir un blog en cualquier plataforma, no importa que esté llena de publicidad o de productos altamente tóxicos como el clorito sódico (MMS), ya vale para actuar como gurú sobre salud y tratamiento de enfermedades varias. Igual vale con dedicarse a colmar los foros con direcciones de páginas web que apoyen tu perspectiva, para sentir que estás argumentando, aunque lo que se haga sea simplemente repetir informaciones poco contrastadas o que se han demostrado falsas o exageradas, poco importa si sirven para defender tu postura. Incluso recientemente nos hemos dado cuenta que se puede obtener un título universitario sin ir a clase y sin necesidad de hacer exámenes o los trabajos preceptivos para aprobar las asignaturas, ¿qué más da? 

Repasando los tiempos que nos ha tocado vivir me llama la atención que en esta época en la que la información está al alcance de la mano, lo que abunda a más no poder es la desinformación. Ya trataba este aspecto en un artículo anterior en el comentaba que mucha información no era necesariamente bueno para entender el mundo que nos ha tocado vivir, pero eso no es el tema en el que hoy me quiero centrar. Hoy me quiero centrar en la llegada a la palestra de la judicialización de lo que debemos o no debemos conocer para nuestra salud. Me refiero al reciente caso en el que un juzgado de California (EEUU) ha sentenciado que una conocida cadena mundial de establecimientos debe informar a sus clientes que el café que sirven puede provocar cáncer. Yo me tomo el cáncer muy en serio (y también los tres cafés diarios que me tomo) y entiendo algunas campañas como necesarias, como las que afectan al tabaco (conocido agente causante de cáncer de pulmón) o la radiación solar (conocido agente que provoca cáncer de piel), pero lo que ha ocurrido en California me parece exagerado y, llevado al absurdo, podría acabar obligando a colocar un cartel en las salas de parto que indique: Aviso, vivir puede producir cáncer. 

Y no me tachen de exaltado, porque la acrilamida que se encuentra en el café y que se considera un posible agente cancerígeno está en todos los alimentos que se cocinan a más de 120 grados. Pero no es por ninguna adición de ningún componente de la industria, no, se debe a que los azúcares del almidón y los aminoácidos de las proteínas reaccionan entre sí a estas temperaturas y dan lugar, entre otras cosas, a la acrilamida por pura reacción química. Por tanto, cuando tomamos una tostada, unas patatas fritas, un filete algo chumarrascado o nos apetece disfrutar del socarrat de la paella, estamos tomando, entre otras cosas muy gustosas, este compuesto; la acrilamida. Pero, a pesar de que las pruebas de laboratorio con ratones han demostrado que la acrilamida podría producir cáncer, no está demostrado que en los humanos la cantidad de acrilamida que llega a nuestro organismo mediante la nutrición sea causante de ningún tipo de cáncer. Es decir, volvemos a estar ante un “probable” compuesto cancerígeno que ha demostrado su efecto sobre el cáncer en ratones de laboratorio a dosis muy altas pero que puede que no incida en nada en los humanos debido a las dosis tan bajas a las que estamos sometidos. Igual que pasaba con el glifosato, motivo de un caliente artículo reciente. 

Para aclarar la cuestión voy a intentar argumentar con los procedimientos que seguimos para catalogar los compuestos según su peligrosidad. En primer lugar tenemos el concepto de toxicidad que indica si un compuesto puede producir la muerte o enfermedades y a qué dosis. Los experimentos nos demuestran que hay compuestos que son tóxicos a altas dosis, por lo que se consideran inocuos, y otros que son tóxicos a muy bajas dosis, por lo que son muy peligrosos. Luego hay compuestos cuya toxicidad aumenta con el tiempo ya que se pueden acumular en el organismo y otros cuya toxicidad es limitada en el tiempo ya que se degradan fácilmente. Incluso podemos encontrar compuestos inocuos que cuando se metabolizan en nuestro cuerpo pueden dar a compuestos tóxicos por lo que lo inocuo se considera peligroso por sus productos en el metabolismo de nuestras células. 

No nos engañemos, prácticamente todo lo que hay alrededor nuestro es tóxico pero su toxicidad depende de la dosis. Ustedes considerarán el agua pura como muy sana, pero si se toman 10 litros de agua del tirón, sufrirán una crisis total debido a la dilución de los iones de la sangre y probablemente morirán. El agua no es tóxica, pero 10 litros de golpe sí lo es. Igual pasa con el azúcar que no se considera tóxica pero que si nos zampamos un kilo de azúcar de golpe seguro que tendrán problemas. 

Por otro lado, la naturaleza química de los compuestos tampoco importa. Ya comentaba en artículos anteriores que la toxicidad no tiene nada que ver con que el compuesto sea natural o no. De hecho, la acrilamida se produce por un fenómeno natural que es la reacción de los azúcares con el calor y seguro que ha estado ahí desde siempre, ya que los seres humanos estamos aplicando calor a los alimentos casi desde que comenzamos a manipular el fuego. Así que el que ahora tengamos un catálogo de compuestos químicos tóxicos y cancerígenos no quiere decir que éstos no hayan estado ahí siempre ya que las cantidades que normalmente ingerimos son tan bajas que no producen efecto alguno.

Otro factor a tener en cuenta es la capacidad de los compuestos para ser mutagénicos y/o cancerígenos. Para que un compuesto sea cancerígeno debe producir daños en el ADN de nuestras células de manera que cambie su secuencia de nucleótidos (los ladrillos que conforman el ADN: citosina, guanina, timina y adenina) y den lugar a una mutación. Además, esta mutación debe provocar que la célula pierda el control de su crecimiento y comience a producir una población cada vez mayor de células descontroladas. No todos los compuestos son capaces de hacer esto y los que se conocen se han estudiado primero mediante ensayos de mutagénesis, normalmente en bacterias y posteriormente en células y animales. Los ensayos de mutagénesis consisten en someter a bacterias u otros organismos como la mosca de la fruta a dosis crecientes de un compuesto o radiación y estudiar la cantidad de mutaciones que se han producido. Si un compuesto es mutagénico aparecerán mutaciones y si no lo es no aparecerán. Debemos tener en cuenta también que la propia actividad de la célula produce mutaciones ya que el ADN debe copiarse para que la célula se pueda dividir y en el proceso de copia las propias proteínas que intervienen en la síntesis del ADN pueden introducir fallos, así que la propia división celular natural produce mutaciones. 

Pero no se alarmen, lo normal es que las mutaciones no produzcan ningún efecto relevante para nuestra salud. O bien la mutación es letal y mata a la célula o bien se encuentra en una región del ADN que no produce ningún efecto posterior. Además, las células disponen de mecanismos de reparación del ADN que previenen estas mutaciones y que evitan un efecto perjudicial. 

Los ensayos de carcinogenicidad son similares. Cuando suponemos que un agente puede ser carcinogénico sometemos a organismos modelo a su acción para ver si se originan tumores. Así se ha comprobado que la radiación provoca cáncer, que la luz UV provoca cáncer, que el humo de los cigarros provoca cáncer y que muchos otros compuestos químicos provocan cáncer. La cuestión está en que muchos de estos ensayos se realizan con dosis elevadas de los compuestos por lo que es difícil someterse normalmente a las dosis que provocan cáncer; a no ser que se tome el sol sin protección, nos pongamos a que nos den varias radiaciones de rayos X al día, nos fumemos 2 cajetillas diarias o nos hinchemos a carne roja todos los días por poner varios ejemplos claros. Por tanto, cuando un agente es carcinogénico, lo tenemos claro y sabemos cómo actúa. 

Otra cosa son los posibles agentes carcinogénicos que han demostrado efecto en animales modelo a dosis mucho más altas que las que nos afectan diariamente. Eso hace que estos compuestos entren en la clasificación de posibles o probables agentes carcinogénicos; como la acrilamida del café. El problema de estos ensayos es que las dosis son tan elevadas que están muy por encima de las dosis a las que nos sometemos normalmente. Por poner un ejemplo, si ustedes se sometieran a una dieta consistente en 3 kilos diarios de jamón de bellota pata negra de la mayor calidad posible, seguro que en poco tiempo tendríamos datos que indicarían algún efecto sobre la salud, sobre el cáncer o sobre la indigestión crónica. Pero seguro que ustedes no consideran a este producto como nocivo para la salud, sino todo lo contrario. Aún así, con estos experimentos y evidencias tenemos una larga lista de posibles carcinogénicos que publica la propia OMS entre los que encontramos la acrilamida en la sección 2A: probables sustancias carcinogénicas. Para resumir, podemos ver en un artículo publicado en El Mundo, que entre los agentes que probablemente causan cáncer (2A) tenemos la carne roja, sufrir malaria, tomar esteroides, tener una estufa de carbón, freír a alta temperatura o trabajar como peluquero. Y en el grupo de agentes que posiblemente causan cáncer (2B) tenemos sustancias tan interesantes como el Aloe Vera, la naftalina, el café, los móviles, los polvos de talco o trabajar de bombero, carpintero o en una imprenta. Es decir, que de seguir la advertencia obligatoria que un juez de California va a obligar a colocar en todas las cafeterías, en una carpintería, peluquería, estación de bomberos o imprenta debería poner un cartel que indicase “trabajar aquí puede producir cáncer”. Un poco exagerado, ¿no?

Lo interesante es que la propia OMS indica que para prevenir el cáncer lo que hay que hacer es llevar un estilo de vida sano evitando el alcohol, el tabaquismo, la vida sedentaria y la exposición ocupacional (radiaciones, químicos, etc…) a agentes conocidos por su efecto sobre el ADN. Yo incluiría el evitar el estrés de la vida moderna y entre este estrés el que causan las decenas de mensajes alarmantes que nos avisan de los cientos de peligros a los que nos somete la vida cotidiana. A mi entender, estos avisos fomentados por gente bienintencionada pero basados en posibilidades muy remotas y sin confirmar no hacen más que aumentar el estrés al que estamos sometidos introduciendo en la ecuación que provoca el estrés el ir a la compra o disfrutar de un café en una terraza tomando el sol. Sigan las indicaciones de la OMS y su propio sentido común y vivan lo más tranquilamente posible en este momento de la historia donde la salud asociada a la alimentación es la mejor que se conoce. Y no le den más vueltas, no se dejen llevar por los alarmismos, no les ayudan en nada.