Opinión

El 8M nos vemos en las calles, nos sobran las razones

Cuando éramos pequeñas, nuestras madres y nuestros padres se empeñaban en asignarnos a las hijas las tareas de la casa. Muchas de nosotras nos revolvimos y nos negamos a ponernos el delantal si nuestros hermanos no lo hacían también y paralelamente exigimos además que queríamos manejar el taladro o las llaves allen. Es solo un humilde ejemplo de la multitud de micromachismos que sufrimos y contra los que nos enfrentamos las mujeres en nuestro día a día y que, en buena parte de los casos, están completamente normalizados, nos duelen a nosotras y pasan desapercibidos para el  resto del mundo.

La desigualdad oprime a las mujeres de cualquier raza o clase por el mero hecho de serlo y tiene su raíz en el mismo sistema que históricamente reparte privilegios a una oligarquía enriquecida a fuerza de dejar en la miseria a la mayoría. Es innegable que la desigualdad de clases es el cimiento sobre el que se construye el capitalismo, pero precisa que se le añada el apellido de patriarcal, un sistema, una estructura de relaciones de poder político, económico, religioso, social o sexual que tiene un protagonista claro, el BBVA, como expresa con mucho desparpajo la ecofeminista Amaia López Orozco, el Blanco, Burgués, Varón y Adulto, al que retratamos íntegramente si le sumamos la H de Heterosexual. En este sistema basado en un capitalismo depredador con la vida “el hombre más pobre del mundo puede hoy tener una mujer por debajo”, como afirma con claridad Pilar Pardo, especialista en transversalidad de género.

Piensen en cualquier desigualdad y verán con claridad que para nosotras el impacto siempre es, como mínimo, doble. Por ejemplo, el trabajo precario es ya el pan nuestro de cada día, pues a nosotras, además, se nos añade la brecha laboral, trabajamos gratis 55 días al año; en otro ámbito, el dramático recorte en servicios sociales básicos del Gobierno de Rajoy en 2012 dejó desasistida a la población más vulnerable, a nosotras triplemente, porque dichos servicios aliviaban el trabajo de cuidados, que recae mayoritariamente sobre nosotras, el 73,8% de la población que presta cuidados informales son mujeres y, además, las profesionales de los cuidados, las personas remuneradas por ese trabajo, son en un 96,5% también mujeres (datos extraídos de “la economía de los cuidados” de la profesora Lina Gálvez).

Precisamente ese doble y triple impacto fundamenta que defendamos el concepto de derechos humanos de las mujeres dadas las especificidades que nos afectan, obviarlas es una estrategia de los sectores más inmovilistas de la sociedad. A lo que   hemos de unir que la derecha y la ultraderecha también se encargan de manosear y ridiculizar los principios feministas básicos. En estos días hemos tenido que escuchar a la portavoz del Partido Popular del Congreso de los Diputados, Cayetana Álvarez de Toledo,  decir que “las mujeres no somos víctimas”, si no fuera para llorar daría risa, a la vista está que desgraciadamente somos víctimas del patriarcado, el matiz es que no somos víctimas resignadas sino en lucha. Y ahí, dándose la mano con la parte más rancia del PP, está VOX, que acaba de lanzar un alegato a su más puro estilo, "quiero liberarme de vuestro burka ideológico" dicen, es difícil mostrar más cinismo.

La movilización del 8M de 2018 fue un punto de inflexión al grito de ¡aquí estamos las feministas!, una fecha histórica tras mucho trabajo por parte de un activismo incansable que fue capaz de poner el foco en la denuncia del machismo estructural y cultural, cuya consecuencia más dramática, la punta del iceberg, es la violencia directa. Las cifras oficiales reconocen 1047 asesinatos de mujeres desde 2003, pero hay muchas más que no se han contabilizado en ese cómputo. Aún así, sabiendo que no están todas, las cifras oficiales reflejan un terrible drama social, máxime cuando sabemos que son vidas segadas tras verdaderos infiernos y si añadimos que las asesinan mayoritariamente en el momento en el que toman la decisión de liberarse del maltratador, así le pasó a Conchi en Posadas hace sólo unos días.

De aquel 2018 hasta hoy hemos tenido que movilizarnos en no pocas ocasiones por los casos y las sentencias de las violaciones grupales de La Manada de Pamplona y Pozoblanco o la de Manresa. Gracias a esa protesta masiva y a la llegada de un Gobierno progresista que ha recogido el testigo, parece que se vislumbra la nueva Ley de libertad sexual y contra las violencias sexuales en que se condena cualquier acto que atente contra la libertad sexual de otra persona y en la se exige el consentimiento pleno. Otro logro más del feminismo que protege especialmente a las mujeres más jóvenes, porque en ellas se centran ese tipo canallesco de agresiones.

Pasados dos años de aquel 2018 y con el recuerdo del éxito del 2019, ya está aquí el siguiente 8 de marzo y nos siguen sobrando las razones para movilizarnos. Los derechos no se regalan, los derechos se conquistan, bien que lo sabían y lo saben las grandes referentes que nos han dejado los tres siglos de historia del movimiento feminista, de Mary Wollstonecraft a Kate Millett. Así que sí, volveremos a salir a la calle con contundencia, pero también con la alegría de sentirnos juntas y acompañadas de cuantos hombres sean capaces de reconocer que el feminismo es un verdadero motor del cambio social. Volveremos a llenar las calles para que tomen nota y para que a nadie se le olvide que ¡aquí estamos las feministas!