CRISIS DEL CORONAVIRUS

Monjas de clausura de conventos cordobeses fabrican mascarillas

Son las Clarisas de Santa Cruz, las Carmelitas de la Antigua Observancia, las Jerónimas, las Capuchinas, las Cistercienses de la Encarnación o las Carmelitas Descalzas de Santa Ana de Córdoba; las Concepcionistas de Hinojosa del Duque, las  Clarisas de Montilla, Carmelitas Descalzas de Aguilar de la Frontera y las Agustinas Recoletas de Cabra
Monjas confeccionando material sanitario. FOTO DIÓCESIS DE CÓRDOBA
photo_camera Monjas confeccionando material sanitario. FOTO DIÓCESIS DE CÓRDOBA

Siguiendo una sugerencia del Obispo, monjas de diez conventos de clausura de la diócesis de Córdoba elaboran mascarillas. Es un trabajo que realizan como contribución necesaria a la población que sufre las consecuencias de la alerta sanitaria por el covid-19. Una dedicación extraordinaria unida a la oración, la principal actividad de sus vidas monásticas. Esta ocupación urgente les permite conocer el sufrimiento de tantas personas que padecen o se exponen a la enfermedad. En el coro, cada día rezan para aliviar el dolor de los que mueren en soledad, y para que todos, difuntos, enfermos y sanos, se encuentren con Dios.

En cada comunidad el ritmo de trabajo es diferente, en función del número de monjas y las necesidades del convento. Desde las Clarisas de Santa Cruz, las Carmelitas de la Antigua Observancia, las Jerónimas, las Capuchinas, las Cistercienses de la Encarnación o las Carmelitas Descalzas de Santa Ana de Córdoba, hasta las Concepcionistas de Hinojosa del Duque, las   Clarisas de Montilla, Carmelitas Descalzas de Aguilar de la Frontera y las Agustinas Recoletas de Cabra; todas están contribuyendo a la tarea de protegernos en esta pandemia. Lo hacen desde el silencio y la oración, participando activamente en la vida de la Iglesia con su labor callada.

En estos momentos de "doble" confinamiento en su clausura, la posibilidad de confeccionar mascarillas “nos llena muchísimo, es una experiencia para todas”, reconoce la Madre María Dolores, Priora de las Carmelitas del Monasterio del Sagrado Corazón de Jesús, en la calle Ortega y Munilla de Córdoba. Este lugar de entrega y de oración, ahora es también una pequeña factoría a la que algunos voluntarios llevan el material.

Las nueve comunidades cuentan con rollos de tela de cuarenta y ocho metros cada uno, cinta elástica y alambre revestido de plástico para la sujeción de la mascarilla. Han recibido material tanto adquirido por el Obispado como donado por entidades privadas. En menos de una semana, se disponen a hacer entrega de varios miles de mascarillas a instituciones que precisan de esa protección frente al coronavirus. En el Monasterio del Sagrado Corazón de Jesús ya tienen avanzado el trabajo, mientras Madre María Dolores reflexiona ante la amenaza del contagio en una sociedad que ha visto sacudir sus cimientos, quizás “porque se han ido apartando valores esencialmente humanos, se ha vivido en la cultura de la muerte y ahora la muerte nos hace temblar”. Ante tanta debilidad, las religiosas carmelitas encuentran en el confinamiento sanitario un momento privilegiado para la reflexión y señalan cómo es de diferente de sus vidas en clausura, “nosotras la hemos elegido, atendiendo una llamada; el confinamiento es obligado”.

Ellas son ejemplo de que se puede vivir con valores distintos. Sin televisión y sin redes sociales, su criterio es libre, a la luz de Cristo y en la esperanza de la vida eterna. En estos días, en Internet escuchan al Papa Francisco y a los obispos y “llevamos a la oración ese sufrimiento del mundo”. Con la  confección de las mascarillas “nos hemos encarnado más en la Iglesia diocesana, nos sentimos útiles en la ayuda a nuestra Iglesia” porque en esta acción “nuestra oración es vida”.

Ante la pandemia, las comunidades rezan porque la humanidad pueda entender que la historia puede hacernos rectificar nuestros errores, el error de nuestras vidas confiadas a demasiadas cosas materiales. Esa es toda la esperanza de Madre María Dolores, que con decisión afirma que su misión es interceder por el mundo, porque es una lección para todos lo que está pasando: “sufrimos con los que sufren, llevamos por delante toda la humanidad, todo el dolor”, nos alienta.