Pocos minutos después del mediodía del 19 de abril de 1977, un martes, el acetileno de la fábrica Carburos Metálicos, en pleno barrio de Valdeolleros, se incendió y provocó una serie de fuertes explosiones que los vecinos consideraron que parecía como estar en la guerra y que a pesar de los ingentes destrozos materiales causados en aquella jornada, felizmente no hubo que registrar ninguna víctima ni daño personal alguno.
Por esa razón se la acabó llamando la 'explosión del milagro', pero provocó destrozos en numerosos bloques de viviendas, muy especialmente en las situadas en la calle Patricio Furriel. Uno de los vecinos víctima de la situación, Antonio Suárez Segovia, lo narró en primera persona en una carta al director del Diario Córdoba. En ella decía que "se asistió a un espectáculo dantesco: Las explosiones producían un sonido ensordecedor, mientras los fogonazos alcanzaban decenas de metros de altura , algún vecino contempló cómo desaparecían los tabiques de su piso como por arte de magia. La psicosis que ha producido este suceso no se borrará fácilmente. El milagro, la suerte, lo impidieron. Cascotes y fragmentos metálicos se abrieron sobre los alrededores a considerable distancia, los daños en viviendas adyacentes son cuantiosos".
Cascotes de bombonas metálicas saltaron por encima de los edificios en medio de fuertes detonaciones dejando a su paso estelas de fuego. Se señaló entonces que el motivo de la explosión fue un accidente manipulando una botella de acetileno, que provocó un incendio.
Pero no fue sólo la suerte la que jugó a favor de los vecinos y vecinas de Valdeolleros aquel día. Según señala Cordobapedia, a la llegada de los bomberos se encontraron dentro del recinto la cisterna cargada de con 10.000 kilos de oxigeno liquido, y ante el inminente riesgo de explosion se negaban a entrar. Fue entonces cuando el trabajador de Carburos Metalicos y conductor de la cisterna Juan de las Cuevas Rodríguez se adentró con arrojo en la fabrica en llamas y consiguió sacar de su interior el vehículo, evitando, de ese modo, daños mayores.
Las botellas que salían despedidas golpeaban con gran fuerza los edificios y había edificios en los que la caída de botellas de la explosion provocó la entrada de estos elementos desde la azotea, zona de impacto, hasta el primer piso, atravesando los forjados y techos del edificio. Y a pesar de que no hubo víctimas 30 familias tuvieron que ser realojadas.
Con el paso del tiempo los vecinos y vecinas exigieron el desmantelamiento de la fábrica. No fue así, pero sí que se trasladó hasta el polígono de La Torrecilla.
