XXXVIII Festival de la Guitarra

El hombre que susurraba a las guitarras

Mike Stern y la Randy Brecker Band dieron toda una lección de humildad adaptando su inmenso arte jazzístico a una Axerquía reducida al patio de sillas

"Es una Yamaha Pacifica, que tiene un sonido que me gusta mucho". Mike Stern es un monstruo de la guitarra, muy adecuado para un Festival como el cordobés, que este año está demostrando haber alcanzado un buen grado de madurez en la elección de los conciertos y actuaciones, a pesar de que siga habiendo un sector del público que ansía repetir fórmulas novedosas (como el fracasado Festival Indie 'SomosSubmarinos', que demostró sencillamente la nula escena Indie cordobesa), con grupos menos 'veteranos' y más adecuados 'a su edad'.

Mark Stern

Stern, junto con el brillante trompetista Randy Brecker, al finalizar su actuación de casi dos horas de Jazz y Blues, compartieron bajándose del escenario una serie de momentos 'tú a tú' con el público asistente a quienes firmó amablemente discos y flyers y respondió, con una amabilidad exquisita, a las preguntas de su oyentes, entre ellas la marca de su instrumento: Esa prolongación natural de sus dedos con la que se expresa mucho mejor que con sus extremadamente suaves palabras. Porque cuando hablaba sobre los temas que iba a interpretar lo hacía con una dulzura y una cadencia del que se sabe difícilmente entendido en un país extranjero, sin estridencias y con una calma que cualquiera sabe dónde se la guarda cuando empieza a tocar, porque el hombre, a sus 65 años, es puro nervio sobre las tablas.

Randy Brecker

Venía el de Boston con una formación poco habitual. Una de esas fusiones entre 'grandes' que acaban formando 'superbandas' para momentos determinados, como es el caso de esta gira internacional con la Randy Brecker Band, que les llevará hoy mismo a Praga (y que volverán por tierras andaluzas el próximo 18 de julio, en el Festival 'Jazz en la Costa', de Almuñécar) y que van a pasar un mes de julio muy movidito y fresco, lejos de los calores infernales de Córdoba.

Y nada como comenzar con un tema poderoso, intenso, largo como un día sin pan, apoteósico, de los que sirven para cerrar actuaciones más que para iniciarlas. Toda una declaración de intenciones para un gigante al que parece darle miedo pisar fuerte y que casi pide permiso al público para seguir tocando. "¿Les gustaría escuchar dos temas más?", preguntó, "Y hasta un centenar", le respondieron en un inglés-cordobés que hizo sonreír al hombre que susurra a las guitarra... Y éstas le responden en su mismo idioma.

Dennis Chambersjpg

¿Y cuál era ese tema? Parecía más bien una fusión de varios entre los que destacaba su ya afamado 'Chromazone', pero a los que ligaron otros más hasta llegar a los 20 minutos seguidos sin parar, con sus correspondientes solos de guitarra, trompeta, bajo y batería. Brecker jugaba con la trompeta, porque ésa es la sensación que da: Un inmenso niño con un juguete al que cada vez que sopla descubre los laberínticos placeres de la improvisación armónica; y como se le da de muerte lo transmite a quien tenga la suerte de escuchar notas que saltan dentro del cerebro con agudos brincos multicolores (al margen de ese juego real de lámparas rojas y azules que cegaron al respetable y que obligaron a más de uno a ponerse las gafas de sol para no salir dañados).

La verdad es muy difícil seguir los dedos de Stern cuando empieza a dialogar con su Yamaha (habrá que realizar un estudio sobre los tipos de instrumentos y marcas que se suelen pasear por este Festival de verano tan inusual) y transforma una conversación entre sibaritas del sonido en algo tan engañosamente sencillo que parece fácil de escuchar, pero es tan sutilmente complicado que hay muchas neuronas poco entrenadas incapaces de alcanzar el ritmo que marca semejante ametralladora de notas seguidas.

Hasta el punto es así que uno más parece estar delante de un prestidigitador que ante un músico. Juega con los sonidos; se mueve en una dirección, hace un quiebro de los que rompen la cintura y te lleva por otra muy distinta. Y en cada caso desafía a uno d esos músicos que le acompañan. No a modo de duelo, sino de presentación para demostrar su virtuosismo.

Tom Kennedy.

Porque sobre el escenario no sólo estaban el dúo incomparable Stern-Brecker. Allí había dos fuerzas de la naturaleza más a los que no les amilana ni tocar ante 10.000 ni hacerlo ante un público mucho más reducido como el de ayer, que rozó el millar de asistentes, pero que fueron estratégicamente colocados todos en la zona de sillas con lo que el Teatro de La Axerquía supo adaptarse a las circunstancias dando la sensación de lo que hubiera sido un lleno en el Gran Teatro, sin ir más lejos.

Por un lado, Dennis Chambers; grande en todos los sentidos. Tan pronto hacía ronronear a su batería con suaves toques de baquetas que más parecían sus dedos tamborileando sobre el parche como la hacía aullar hasta el negro de la noche con intensidades cósmicas. Todo ello casi sin esfuerzo, con un habilidosísimo movimiento de muñecas, sin apenas mover los brazos, que es lo que consiguen casi al final de sus carreras los grandes maestros del ritmo. No es de extrañar que se peleen por el baterista de Baltimore leyendas como Carlos Santana, Mahavishnu John McLaughlin o Steely Dan.

Por otro, el bajista Tom Kennedy, natural de San Luis, que permanece sobre el escenario como si hubiera llegado por casualidad, sin querer molestar a nadie. Sonriente, elegante, carente de excesos, preparado para atacar y dar base rítmica a cualquier tema que se le lanzara. Desde las más tiernas, como 'Avenue B', hasta las más jazzys, como 'Good Question' (una de las que fusionaron en el primera y tremendo tema de su concierto.

La Axerquía acabó rindiéndose a sus pies con sus bises que sonaron al más delicioso cocktail bluesístico, con reminiscencias del enorme Jimmy Hendrix, a quien Stern no sólo admira sino que homenajea cada vez que tiene una oportunidad.