MUJERES INTERESANTES DE CÓRDOBA

Las palabras de Doña Aldonza que salvaron la ciudad y generaron un muy castizo dicho

Pedro I el Justiciero y los nazaríes de Granada fueron derrotados en el Campo de la Verdad por Alonso Fernández de Córdoba alentado por su madre para participar en la primera guerra civil castellana
La Batalla de los Piconeros en un cuadro del Ayuntamiento de Fernán Núñez
photo_camera La Batalla de los Piconers en un cuadro del Ayuntamiento de Fernán Núñez

Para poder hablar de Doña Aldonza López de Haro, hay que situarse en un contexto de guerra. De las brutales, en las que se abrían las carnes a golpes de hierro y acero, se aplastaban cráneos y los huesos se astillaban como ramas secas bajo la contundencia de armas creadas para generar dolor y el mayor daño posible.

La guerra era entre Pedro I el Justiciero (o el Cruel) y su hermanastro Enrique II de Trastámara, es decir la que estaba considerada la Primera Guerra Civil castellana en una tierra donde matarse entre hermanos es más habitual de lo que se piensa. Y en este caso en concreto, prácticamente era un enfrentamiento entre los derechos del pueblo llano, o mejor dicho de la burguesía, reforzados por el único y muy joven legítimo rey castellano, frente al derecho nobiliario representado por el bastardo de Alfonso XI, quien vino desde Francia para derrocar al que ya era rey de Castilla y usurpar el trono.

¿Qué tiene que ver con Córdoba toda esta historia? Mucho, bastante, porque de nuevo la ciudad es diana de ataques en guerras ajenas y vuelven a tratar de mancillarla, someterla, sojuzgarla y subyugarla, así los que allí habitan tomen partido por unos u otros bandos. En la guerra entre hermanastros, la nobleza optó, como no podía ser de otro modo, por el de Trastámara, mientras que los ciudadanos son linaje únicamente veían un nuevo intento de que alguien les arrebatara lo que tanto trabajo les costaba mantener en una época dura, en la que había que ser igual de duro que las circunstancias. Los partidarios de Pedro fueron expulsados de la ciudad y ese gesto el rey no podía dejarlo sin castigo.

En éstas, en el año de 1368 después de Cristo, Pedro I, quien estaba ya bastante desgastado por su particular guerra contra Aragón, solicita ayuda a los nazaríes de Granada, quienes aceptaron, quién sabe si quizá con la idea de recuperar Qurtuba como símbolo de épocas más cultas en las que la luz iluminaba el Sur de la península rente a las brumosa oscuridad de un Norte embrutecido y aún en pañales o sencillamente para mancillar la que fue esplendorosa en su día y de la que ellos no eran más que un pálido reflejo en un cada vez más menguado Al-Andalus. Una idea que, dándole vueltas, puede resultar muy molesta, especialmente en épocas de agravios y honores por encima del sentimiento práctico de la vida.

El caso es que Córdoba se vio sitiada por un abundante ejército que veía también en la ciudad una buena excusa para obtener rico botín, como ocurre en toda buena guerra. Y aquí comienza la leyenda, medio historia, de lo ocurrido entre Alonso Fernández de Córdoba, señor de Montemayor, y su madre Doña Aldonza López de Haro, de cuya conversación salieron hasta topónimos cordobeses y expresiones muy castizas.

A oídos de la madre llegó que su hijo quería entregar la ciudad y fue a su encuentro corriendo hasta alcanzarlo en la Judería cerca del entonces más Puente Romano que ahora. Allí le hizo jurar "por la leche que había mamado y por la sangre real de los Haro que corría por sus venas" para que le asegurase que su lealtad a Enrique de Trastámara era incuestionable y que no era un traidor a Córdoba.

El hijo, quizá sorprendido por la furia de su madre, o a lo mejor porque realmente estaba con ganas de entregar la ciudad para evitar un baño de sangre le respondió "al campo (de batalla) vamos y en él se verá la verdad", porque "Alonso de Córdoba tranquilo en su conciencia está". Diría que gustaba de rimar el noble ricohome. la "leche que mamaste" y el ahora Campo de la Verdad vienen de ese encuentro, como curiosidades.

La batalla fue terrorífica. Corrió la sangre por todas partes. En el enfrentamiento participaron nobles (evidentemente9 y villanos, niños y ancianos y las feroces mujeres de Córdoba, quienes armadas de de picas, palos y útiles contundentes caseros (lo dicho, el caso era dañar como fuera al contrario), expulsaron a los nazaríes de Mohamed V de las Murallas que huyeron en desbandada. Fueron perseguidos por hombres, en su mayoría piconeros de San Lorenzo, que acabaron con muchos decapitándolos en el Puente Romano y ocupando la Calahorra hasta arrebatarles sus estandartes.

Por eso se la llama también la batalla de los piconeros y quizá también haya una avenida en la ciudad conocida con ese nombre, aunque también puede ser por un oficio común en esta tierra.


Tranquilizada por estas palabras, pero temerosa de que Pedro I “el cruel” ganase la batalla y arrasase la ciudad, escondió toda su fortuna en lugar seguro, dejando pistas por toda la ciudad para que sus herederos pudiesen localizar el tesoro.

Pedro el Justiciero, ante la bochornosa derrota para quien la hombría estaba demasiado considerada (eran otros tiempos) firma un documento en el que señala: “Yo he de volver a Córdoba y juro que he de henchir con tetas de cordobesas el pilar de la Corredera". Felizmente no fue así y la buena mujer que con sus palabras evitó que la ciudad fuera renuevo mancillada por otro 'conquistador' tiene ahora una calle, evidentemente en el barrio del Campo de la Verdad, junto al centro escolar de Fray Albino.