Cada vez quedan menos personas que se declaran creyentes

misa

Tal vez se esté asistiendo a un periodo de ocaso de las religiones. Tal vez sea una meseta que luego volverá a sus cauces. Predecir el futuro de acuerdo a las tendencias del presente a menudo no es prudente, pero algo parece ser cierto: cada vez hay menos personas que se declaren creyentes.

No quiere decir eso, por tanto, que la mayoría de las personas sean consideradas ateas, sino que la efervescencia religiosa de muchos grupos sociales y hasta culturales ha dejado de ser tal, porque aunque ahora sean igual de creyentes, las congregaciones, la efusividad, el protagonismo de las religiones en sus vidas, no tiene el peso de épocas anteriores.

Entender el fenómeno implica recorrerlo, prácticamente, país por país, ya que aunque la mayoría de los países pudiesen considerarse católicos, algunos por cuestiones de apropiación religiosa de algunos santos, como el caso de San Luis Beltrán y Colombia, donde las oraciones a este santo son bastante conocidas, en otros el fenómeno es más bien generalizado y sirve para ejemplificar la situación en una perspectiva más amplia.

Creyentes pero no practicantes

Una persona que se declare creyente en la sociedad actual, ampliamente diversa e inclusiva, pero no en todos los casos, significa que sea una persona que se une aunque sea simbólicamente a un grupo de intereses -el de los creyentes-, pudiendo correr el riesgo de ser excluido de otros grupos de intereses, hoy esenciales para la vida diaria, profesional, para las relaciones y mucho más.

Por eso, las personas pueden ser creyentes, pero rara vez serán practicantes tan activos como en otros tiempos. Es, desde luego, un fenómeno que se hace aún más evidente en el caso de los más jóvenes, asociado también a factores culturales y económicos que resultan importantes para entender la situación.

Brechas culturales y económicas que se acortan

Muchos estudios suelen hablar de que conforme las personas se van haciendo mayores, se van haciendo también más creyentes y religiosos. Frases célebres acerca del tema hay varias, como el hecho de que cuando se hace más viejo se está más cerca de Dios, pero del otro lado de la moneda estaría Nietzsche y su icónica frase de que “Dios ha muerto”.

Pareciera que lo segundo se estuviera cumpliendo, incluso en países fuertemente marcados por la religión a lo largo de su historia. Los responsables son los desarrollos culturales y económicos.

El poder de la iglesia se ha reducido notablemente desde mediados del siglo pasado hasta estos días. Si anteriormente la opinión de la iglesia era necesaria para la toma de decisiones sociales y políticas, hoy las brechas culturales que se han hecho más difusas, la conexión a internet y el desarrollo económico ha configurado un panorama donde las decisiones, las medidas, los grupos sociales y las relaciones se determinan no por la congregación de la iglesia y el poder de esta sobre las sociedades, sino más bien por temas de desarrollo, de búsqueda de la prosperidad y de perseguir objetivos y metas personales.

No en vano la secularización, punto cúlmine del abandono de la práctica religiosa completa, tiene sus puntos álgidos en la edad productiva, justo el grupo de personas cuyo porcentaje de no creyentes se ha triplicado en las últimas décadas.

Tolerancia

Salvo excepciones bastante conocidas e investigadas, el mundo actual está determinado con base en valores como la tolerancia y la aceptación de las diferencias, por chirriantes o insalvables que pudieran ser las distancias entre estas diferencias. En el caso de las religiones sucede igual, ya que aunque hay naciones marcadas por un fuerte ateísmo y otras consideradas como creyentes absolutas, la discriminación religiosa es cada vez menor y ya no es un elemento vinculante para tomar decisiones de índole social, sobre todo en grupos de interacción humana de bajo y medio nivel, siendo detalles casi imperceptibles en las más altas esferas.

Las estadísticas y las tendencias no son irreversibles. Todo parece indicar que el mundo actual es menos creyente y menos dado a la fe, pero es un fenómeno complicado de entender porque cada país pareciera evolucionar a su manera.