DE TURISMO POR ANDALUCÍA

La Granada que encandiló a un poeta punk y al poeta de la España que canta

La capital granadina guarda ese embrujo que combina la diversión de la vida moderna con la sabiduría de lo antiguo para ofrecérselo al visitante como un precioso regalo
Casa Cueva

¿Qué relación hay entre Joe Strummer, que fue líder de los Clash, y Federico García Lorca? Sencillamente Granada. Una ciudad que encandiló a ambos en muy diferentes épocas, pero básicamente por el mismo motivo: Ese espíritu especial que corretea por sus calles, desde el castícísimo Albaicín hasta el Campus de la Cartuja; desde el Paseo de los Tristes hasta el Sacromonte gitano. Desde la Avenida de Murcia, donde nace la muy sabrosa cerveza Alhambra, hasta el Puente Romano sobre el río Genil.

Granada embruja con sus aires bohemios de múltiples ambientes nocturnos y con sus aperitivos de fama nacional, con los que los parroquianos de tascas, bodegas, restaurantes y bares, sabiamente repartidos a lo largo y ancho del mapa urbano, disfrutan del paladar mientras socializan en un típico ritual de la sociedad granadina al que se le unen de inmediato visitantes y turistas.

El poeta punk, que se pirraba literalmente por los pimientos fritos, y el poeta de la España que canta se fundieron en ese ambiente que encandila y que hizo que otros grandes, como Rita Hayworth, Anthony Quinn, Joan Fontaine, Grace Kelly, Ernest Hemingway, Ingrid Bergman y algún que otro miembro de los Rolling Stones, también se dejaran llevar por la belleza inmortal de la Alhambra y la alegría de las zambras en las cuevas para disfrutar hasta el amanecer de una auténtica juerga gitana regadas con Pedro Ximénez en un ambiente que en más de una ocasión son auténticos museos sociales de épocas remotas. De hecho, muchas personas aprovechan como opción de alojamiento las propias cuevas. Una alternativa habitacional que cada vez eligen más turistas con lugares llenos de magia como una casa cueva en Granada en pleno barrio del Sacromonte de Granada.

Granada es muy probablemente una de las capitales andaluzas más cosmopolitas, gracias a su Universidad, que congrega a todo tipo de estudiantes para trasladar a las calles un espíritu joven que se renueva constantemente cada lustro y eso también le aporta magia a la ciudad.

Granada es también nieve en las cumbres a la sombra del Veleta y del Mulhacén, sol en la costa del cálido Mediterráneo o dulces costumbres ancestrales en La Alpujarra.

Es, además, la provincia una joya privilegiada de sugerentes nombres al estar rodeada de otras piedras preciosas que conforman una cordoba perfecta. No muy lejos, al Norte, nos llama irremediablemente Jaén y sus inmensos mares de olivos que se adaptan como guantes a colinas como olas, y como islas intermedias brotan la capital y dos maravillas patrimoniales que son gemelas: Úbeda y Baeza. Imprescindible la visita para reconocer que el turismo de interior es intenso; tanto como el maravilloso aceite que nace de esa tierra.

Imprescindible también resulta la visita a la próxima Córdoba, la ciudad regada por el señorial Guadalquivir con más catalogaciones patrimoniales de todo el país. Y no es para menos. Romanos y musulmanes la elevaron a capital de una parte del Imperio, los primeros, y de todo Al-andalus los segundos, en lo que por entonces fue la Nueva York del Medioevo y que aún hoy se adivina en su impresionante Casco Histórico (el mayor de toda Europa). La última declaración de la Unesco, la ciudad palatina de Medina Azahara, es un tesoro por descubrir para los amantes de una historia plagada de lujo, romanticismo y fastos que llega hasta nuestros días.

Quizá haya que hacer un esfuerzo algo mayor por la lejanía, pero bien merece la pena dar el salto a Málaga y su Serranía, donde se encuentra ligando impresionante paredes escarpadas, con perfectas puntadas de piedra, la ciudad de Ronda. Ya sólo el mirador del Puente Nuevo sobre El Tajo (no el río, sino el abismo en la montaña), que corta el aliento, bien merece la visita, por no hablar de esa cálida sensación de poder sentarse al sol en una de esas terrazas que miran directamente y sin temor la profunda huella que deja a su paso el río Guadalevín.