FOTOGALERÍA: Un paseo por un río plagado de vida verde y la muralla que intenta domarlo

Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
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Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
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Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
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Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir
Sotos de la Albolafia y ribera del Guadalquivir

Es verdad que si uno contempla imágenes antiguas del río a su paso por Córdoba (antes incluso del blanco y negro), el Guadalquivir está calvo de vegetación, mientras que en la era del color actual, se ha ido conformando un paraje de vegetación, fauna y avifauna que tiene, incluso su declaración protegida.

Es un vergel dentro de la urbe, pero no deja de ser, al mismo tiempo, una pantalla que impide a los visitantes contemplar en su esplendor el Guadalquivir desde la margen patrimonial, no deja que los pescadores utilicen los antiguos senderos de caña para colocarse estoicos e impasibles al paso de las horas en sus atalayas del muro que un día trató de domesticar las aguas bravas del gran río andaluz.

Si uno se adentra en sus entrañas, es como penetrar en el Corazón de las Tinieblas de Conrad (salvando las distancias entre el Congo y el Guadalquivir y el horror de la colonización humana en África con el de la 'colonización' sin trabas de una naturaleza, que se acaba apropiando de los propio y extraño y oculta en sus seno desde cabañas pobladas hasta nidos de ratas que tienen sus propios senderos para moverse sin trabas por su particular jungla).

Es bello y lamentable al mismo tiempo. Atrae y repugna a la vez cuando uno entra dentro. Mal cuidado, salvaje, sucio, con grafitis, monumentos asediados que juegan al escondite tras pantallas verdes y olores de los que cuesta definir. Pero también con sorpresas de estampas increíbles, frescor en una ciudad de termómetros elevados, sombras becquerianas y una reconfortante intuición de que la tierra no está muerta y a la mínima aprovecha la ocasión para demostrarlo.

Los de National Geographic podrían sacarle todo el jugo a un paseo muy desconocido por el río y la muralla, con edificaciones que más de un cordobés y cordobesa no han contemplado en su vida.

TEXTO Y FOTOS: Yolanda Pedrosa.