Cultura

Un tour por el espacio antes de regresar a casa con Iván Ferreiro en La Axerquía

Iván Ferreiro es de los que practica un Pop denso y poderoso, con temas que se alargan como chicle y en el que el mensaje nunca jamás cobra forma del típico estribillo, que no sólo sirve para quebrar el ritmo de una canción, sino que se usa como mágico descanso de la parte mecánica de una canción y, sobre todo, como karma para un público que quiere mantener el contacto mental y físico con su estrella elegida.

Ferreiro no tiene estribillos como tales, pero su paso por La Axerquía, en el XXXIX Festival de la Guitarra de Córdoba, en una noche bondadosa con los músicos y con la grada ha servido un tanto para reconciliar al estilo Indie (si es que lo que hace el gallego se puede considerar como tal) con la ciudad califal, que comulga de forma mucho más natural y mejor con el Rock en sus múltiples facetas. Algo más de media entrada y lejos, por tanto, del 'subfestival' Somos Submarinos de hace dos años, que no supo ocultar el fracaso de este estilo entre el público cordobés. Pero Ferreiro y sus 30 años sobre los escenarios, como líder de Los Piratas y ahora en solitario, es otra cosa.

Lo que no cambió entre lo de ayer y lo ocurrido en la edición 37 es un mal endémico que parece que persigue como maldición cordobesa a los que practican ese Pop profundo y astronómico antes citado. Letras que merecen la pena incluso plasmarlas en esmerados libros de poesía urbana y de carretera se pierden por completo aplastadas brutalmente con la literalidad de una contundencia instrumental, que suena como tiene que sonar. ¿Cuál es el fallo, entonces? El micro del artista: tan sencillo como lamentable.

A la grada llegaron como un 'tsunami' esas realidades que estremecen mente, cuerpo y alma en forma de notas musicales y unos juegos de luz y color que harían la envidia de más de un realizador cinematográfico, pasando del azul triste y melancólico, al naranja jugoso y esperanzador, un apasionado escarlata, blancos iridiscentes satinados con burbujas espaciales (como si el universo se encogiera hasta caber en una pecera) y brumas que siempre acompañan al hijo de Galicia allá donde vaya... Pero la voz, tan personal y única, que parece que no llega, aunque acabe sorprendiendo al romper límites psicotrópicos y de elevada especialidad estrellada, se perdía, se perdía, se perdía hasta no entender apenas el chorro de palabras que acompañan al genio de Ferreiro.

Eso explica la imparable peregrinación del público desde la grada hacia la base del escenario, como un gotero constante de personas, que previamente ascendía hasta El Ambigú para cargarse las manos con espumosa cerveza antes de continuar hacia la parte baja del Teatro, dejando atrás, como quien no quiere la cosa, su asiento y mezclándose con los más acérrimos seguidores del artista, de pie, saltando, balanceando cabeza y brazos y copando toda esa zona. Allí, al parecer, a Ferreiro se le entendía y, a falta de pan, las tortas del público, que cantaban ellos mismos las letras.

Desde sus baladas iniciales, que abrió con 'El Acontecimiento' y 'Tupolev'', cargadas de melancolía, pasando por los guiños orientales de 'El Viaje de Chihiro' a la pastosa Psicodelia de 'Casa', con ramalazos de Álex Cooper en 'Toda la verdad', la imparable 'Pájaro azul' o la enigmática 'Ciudadano A'. Todo un repertorio que en cualquier otro sitio servidría para encender ciudades, en Córdoba dieron paso a las chispas del incendio en la 'segunda parte' del concierto a partir del primer bis. Sí, a los mal llamados Indies aquí les hace falta un mínimo de una hora para despertarse y suelen acabar las citas con ganas de continuar, cuando empiezan a pasárselo bien con el concierto. Hasta entonces Ferreiro se desplazaba por el escenario de guitarra a guitarra o camino de su teclado caminando como si llevara grilletes ( no como estado de ánimo, sino que es us particular manera de bailar) y pasó a ser un espíritu libre, como su música.

¿Tiene esquinas el Universo? Parece que sí, y hasta infinitas dimensiones en su seno. Y por ellas se movía el hijo de Galicia arrasando máscaras con 'NYC' o la sempiterna 'Años 80', que logró arrancar grititos de placer a más de uno de los que aguantaban la respiración a la espera de esa canción liberadora con la que uno puede darlo todo. Es el vivo y el directo. Es la magia de la música. Es el espíritu de este ecléctico Festival tan cordobés y tan universal, que ayer, además, contó con el escenario único y fascinante del Patio de Los Naranjos de la Mezquita-Catedral para acoger un sentido homenaje al maestro Joaquín Rodrigo. Por cierto a la misma hora que el anterior.

Participaba la Orquesta de Córdoba, con su titular al frente, Carlos Domínguez-Nieto, para dar cobertura de lujo a los prestigiosos guitarristas Cañizares y José María Gallardo del Rey, con los que Flamenco y Clásica se dan la mano en una extraña danza de embrujo y pasión. El Concierto Mediterráneo para Guitarra y Orquesta a la memoria de Joaquín Rodrigo, de Cañizares, y Fantasía para un gentilhombre, con Gallardo del Rey de solista, llenaron la noche para terminar rebosándola con Diamantes para Aranjuez y el inmortal Concierto de Aranjuez. Un sábado 'de los de antes'.

TEXTO: J. M. COLLANTES.

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Cañizares en la Mezquita-Catedral de Córdoba
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