FOTOGALERÍA: Música que hace crecer vello en el pecho con el Jazz a sorbos de John Scofield
Es lo que tiene la música, que sigue sorprendiendo por mucho años que pasen. Ayer tuvo lugar uno de los conciertos del Festival de la Guitarra de Córdoba 2022 que teóricamente debía haber dejado una muy buena entrada en el Gran Teatro cordobés, el de John Scofield y su banda, pero no fue así. Córdoba es una ciudad difícil; un bastión complicado de tomar si te dedicas a componer tus propias creaciones y a evolucionar con el tiempo recreándose en el Jazz (en el más infinito sentido de este vasto estilo musical).
A Córdoba le van las versiones sencillas, que entre tan fáciles como un vaso de agua, por eso es ciudad de combos versioneadores y con eso se triunfa. Y el amigo Scofield no es precisamente un trago ni dócil ni cómodo. Es como un lingotazo de bourbon casero, de vodka ilegal, de cognac añejo, de poteen clandestino. De los que te hace carraspear, mientras notas cómo brota natural el vello en el pecho. Y como estamos en Córdoba, el símil que le podría venir mejor es el de un medio de fino que hay que degustar sorbito a sorbito en medio de una conversación trascendental sobre la metafísica musical.
Aún así, su fama le precedía como guitarrista en un festival dedicado en exclusiva (o eso dicen) a la guitarra. "Tenéis un gran Festival", llegó a decir a su público, antes de recomendar el encuentro que habrá esta tarde-noche en el Gran Teatro con tres bestias de las seis cuerdas: Peter Berstein, Mark Whitfield y Jesse Van Ruller. "Si pudiera me quedaba a verlos, pero no es mi festival, es el vuestro" y tenéis que mimarlo, le faltó por añadir a sus palabras.
Esa fama no bastó para atraer a más público. Al menos, para consuelo de la organización, quienes estuvieron allí eran sibaritas musicales, que saben lo que es interpretar como esa curiosa mezcla del general sudista William Read Scurry y de Rooster Cogburn/Jeff Bridges en el físico que es Scofield sabe hacerlo sobre un escenario. Al finalizar la actuación hablaban de las escalas que había usado el artista, de cómo aprovechaba las subidas y bajadas como parte fundamental de una composición, de su manera de mover los dedos o de si había estado mejor que aquel otro concierto en...
A tenor de los ropajes, y siempre con la precaución que se deriva del aforismo 'No juegues un libro por su portada', se podría considerar que allí había más de un guitarrista de grupos para disfrutar del buen hacer de un colega.
Desde el punto de vista de un profano (que soy yo), musicalmente hablando Scofield en un mismo concierto tiene momentos ultrabrillantes (los más) y otros en los que da la sensación de que ha perdido audición. Sus dedos exploran hasta el límite un camino y cuando lo agota, simplemente se detiene y vuelve a meterse en materia acompañando a la banda por otro camino. Así de sencillo y complicado la vez. Ayer no hubo ni un milímetro del traste en el que no dejara impregnadas a fuego sus huellas dactilares, ya fuera a ritmo de Modern Jazz, Latin Jazz, Hard Jazz, Funk de quilates y si me apuran ¿Jazz-Reggae?
Scofield es como un confitero de grandes creaciones. Es incapaz de fabricar caramelos en unidades. De sus dedos nacen kilométricas composiciones en las que se incluyen lo mejor y lo peor de una interpretación, pero el sabor final sigue siendo dulce. Cualquier músico medianamente inteligente podría aprovechar uno de esos temas de no menos de 11 minutos para dividirlos en unidades menores cada una de las cuales podrían ser por sí mismas un éxito de Pop-Rock. Pero eso no es lo que busca el de Ohio.
"Es mi concierto", parece decir, "tú has venido voluntariamente a verme y te atienes a las consecuencias". Personalmente, el brujo de la guitarra me tuvo prácticamente dos horas moviéndome (tuve la suerte de verlo de pie en lugar de sentado, lo que me daba cierta libertad limitada de movimientos) bailando con la cabeza y con las piernas fijas en un punto. Es capaz de vestir con prolongados ropajes cualquier tema hasta hacerlo irreconocible, salvo cuando de forma generosa lo asoma a través de algún punteo, como ocurrió ayer con el Mr. Tambourine Man, de Bob Dylan, sin ir más lejos.
"Vamos a tocar viejos temas del siglo XX", explicó al principio. "Los mayores del lugar los conocerán, pero si hay algún joven en la sala que pregunte al mayor que tenga a su lado de qué canción se trata". Ejercicio harto difícil por su afán de experimentación pura y dura a ver hasta dónde llega o aguanta un tema. Por cierto que su Ibanez JSM100 VT aporta a todos sus temas un sonido de Blues de fantasía.
Y como todo buen caballero viaja con escuderos de lujo para cubrir con su arte esos 'huecos' en la genialidad del líder.
Muy destacable fue ayer la figura de Josh Dion, el baterista, una auténtico ovejero encargado de que el rebaño de locos no se le desmadrara acompañado magistralmente por Vicente Archer al bajo de cuerda. Dion ya de por sí sorprende por su forma de tocar.
Siente como propia la menor vibración de timbales y platillos y no duda en usar cualquier cosa que tenga a mano para golpear y hacer ritmo con ello (salvo la botella de agua que le sirvió para reponer líquidos perdidos, claro está). Se mueve de forma similar (que no igual) a otro gran loco de la batería, como fue Keith Moon, pero Dion tiene su estilo propio, particular, artístico, interesante y con un ritmo que te cagas.
Archer se atreve con un instrumento que podría resultar poco agradecido. Como base rítmica es fundamental y es capaz de ir de la mano de Dion en todo momento. No pierde la compostura ni la melodía y es el culpable de que la cabeza se mueva siguiendo un compás, a pesar de que la guitarra quiera obligarte a ir por otros derroteros. Pero no tiene ese sonido limpio de los bajos eléctricos. ¡Qué coño! Vicente ES Jazz y el sonido de su instrumento (cuya voluta provocaba mágicos destellos de oro con la luz) busca exclusivamente eso, como ha demostrado ya en otros puntos del país acompañando a otras grandes jazzistas.
Y al igual que los dos anteriores Jon Cowherd es una pieza de ajedrez que sirve para muchos tableros. Hoy está con Scofield, pero mañana formará parte con sus teclados de cualquier otra formación o combo a lo largo y ancho del mundo. Lo normal en cualquier profesional que se precie y que ha mamado la música desde la cuna (y no es una exageración).
A Scofield y sus muchachos habría que responderles que si tenemos un gran festival es porque hay músicos que como ellos ( y cada vez más ellas) lo hacen grande.
TEXTO: J. M. C.
FOTOS: IMAE / RAFA ALCAIDE
