FOTOGALERÍA: Coti puso en pie al Gran Teatro en un concierto íntimo y muy rockero a la vez
Ante una pequeña representación de Córdoba (bueno, uruguaya y argentina también) el argentino de Majadahona Coti demostró que es todo un profesional de la música, que no hay escenario en el mundo que lo pueda achantar y que le da igual ofrecer su alma en canciones ante cinco, 500, 5.000 o cientos de miles. Lo hace siempre de la mejor manera que sabe, acompañado por músicos de verdad, capaces de sacar un sonido de excelencia en su directo y apurando la acústica del coqueto Gran Teatro de Córdoba hasta extremos insospechados.
Un concierto de Coti es una actuación, a la vez, de Paulina Rubio, Julieta Venegas (con quien compuso 'Andar conmigo' en su casa del pueblo madrileño), Enrique Iglesias, Andrés Calamaro, Ismael Serrano, Nena Daconte o, por supuesto, Diego Torres. Para todos ellos, Roberto Sorokin ha escrito algún éxito, y ayer los recuperó para ofrecérselos como un regalo preciosamente envuelto al público de Córdoba.
Un concierto de Coti es, igualmente, una sorpresa constante. Tan pronto adopta el espíritu de Bob Dylan (con harmónica y guitarra únicamente) que recuerda enormemente a Mark Knopfler (de la mano y los dedos de Nico Nieto, guitarrista de Nicolas Nieto, que ayer lució una Fender Telecaster como la que puso de moda Keith Richards), que se lanza a hacer baladas acompañado de un maravilloso trío de cuerda (Milena Brody a la viola, Elisa Tejedor al violonchelo y Raquel Ovejas al violín) o transforma en un bailable Funky-Soul su exitazo 'Color Esperanza' (que ayer sonó por partida doble).
Una de esas sorpresas fue traerse a su hijo Iván Sorokin (al fondo, discreto, casi como si no quisiera molestar), que mostró su valía tanto con la acústica como con los teclados. Otra, el duelo que se marcaron Nico y Juan Torresi de punteos. "¿No querían guitarra? Pues ahí la tienen". Por cierto, que si unos se quedan cortos (Marcus Miller y Gregory Porter acudieron al Festival sin ninguna guitarra), Coti se pasó tres pueblos con hasta cuatro (más el bajo del maestro purista Carlos Bueno, que se nota que está enamorado de las cuatro cuerdas). Otra sorpresa más, el increíble juego de luces que acompañó a la banda en el escenario. ¿No les ha pasado quedarse embobados contemplando el fuego de una hoguera? Pues algo similar me pasó a mí ayer mirando los colores que teñían los tenues humos flotantes sobre las tablas del Gran Teatro.
¿Qué quieren que les diga? Aguantar sentado un concierto en el que el cuerpo te pide gritos levantarte y moverte es una tortura de encorsetamiento. La silla, por muy cómoda que sea, te sobra, y los posabrazos son como barrotes de una cárcel incómoda. Pero el propio público es sabio. Mucho. Y cinco o seis temas antes del apoteósico final optó por levantarse, liberarse de las cadenas de la compostura y, como se dice por ahí, soltarse la melena.
Y sí. Eso le sentó bien al artista. Se le notó a gusto. Bromeó con el mate ("en Uruguay no beben mate"), charló un montón como buen argentino que es, narró anécdotas a lo Ara Malikian amenizando el concierto y hasta ¡hizo cantar al público cordobés! Todo un lujo en estos tiempos que corren, siendo Córdoba una plaza realmente complicada para determinados estilos musicales.
Coti tiene ese algo que también empapa a Los Rodríguez. Una manera de componer y una voz muy reconocibles (demostró en varias ocasiones que tiene. un buen par de... pulmones), un arte (y perdonen que use términos flamencosos) que lo hace único. Y por eso se merece recuperar y reivindicar lo que otros y otras han cantado con otras voces.
FOTOS: FESTIVAL DE LA GUITARRA.
