Opinión

Paseando por las plazas de Obejo y San Agustín

Si en cualquier lugar es importante la plaza, como espacio de comunicación y encuentro, aún más lo es en los pueblos de Sierra Morena, de Castilla, Extremadura o de la Campiña Cordobesa. Esa plaza ancestral, vecinal, atiborrada de dimes y diretes, de noticias e inventos, es la Plaza del Pueblo. La ciudad tiene también sus plazas, pero menos íntimas, más fáciles de transitar y de pasar inadvertido, de pasar como una sombra sin dejar huella.

Estas plazas las he descubierto y las he paseado de forma reciente. Siempre las había vivido, pero no interiorizado, ni pensado como lugar de intercambio de ideas y opiniones, asumiendo el papel de foro popular, o mentidero actual y democrático.

La plaza de Obejo la he conocido y comprendido con un vaso de vino, de la mano de Paco con su infinita experiencia de la vida y de la naturaleza. Paseando por el olivar, donde es capaz de distinguir a más de quinientos metros un rastro de pisadas, su dirección y lo que es más difícil, su intención, o la huella de una zorra cerca del gallinero. 

He compartido con Eutimio su amistad, también el desayuno, media tostada con aceite de la cooperativa y tomate de las huertas, sus conocimientos del Olivar ecológico y de la gestión del ganado asociada al olivar, la rotación entre ovejas, caballos y pastos para controlar las hierbas y el crecimiento de las varetas, para llegar al otoño con los olivos preparados para recoger las aceitunas.

La plaza de San Agustín, hoy destruida, para reformarla de nuevo, para olvidar su pasado, para deshacerse de sus recuerdos, para querer ser otra y no la de siempre, ha causado una herida en las personas que la viven, como mi amigo Rikardo, artista del renacimiento de los años 70, marcado por la lucha y la trasformación social, el arte, la música y mecenas de más pintores, poetas y personajes que son arte en sí mismos.

Al modo de peña tradicional, los amigos nos juntamos los martes en el Gamboa o las Beatillas, bodegas tradicionales llenas de humanidad de historia y de vida, donde un plato de cortezas o unas patatas bravas mantienen un debate político trasformador, con Kurro, Dani, Rafi, Miriam y José Antonio y no me olvido de Diego, que soporta y enaltece el debate, nos purga y nos provoca para que profundicemos en los argumentos. Sobre la mesa de una taberna construimos un discurso y fortalecemos la amistad del que comparte las ganas y la necesidad de trasformar esta realidad gris pintada de purpurina.

Éstas son las plazas de Obejo y San Agustín, abiertas a todos y todas para crear un mundo más justo, donde las personas de los pueblos puedan vivir de su trabajo, puedan recibir más jornales que los derivados de la cosecha de la aceituna, donde se reconozca que los jornaleros y las  familias de olivareros son los que han construido un paisaje, una cultura y un pueblo. Donde no se dependa del precio de un mercado, especialmente especulativo, para sobrevivir o para abandonar la actividad agrícola o ganadera, porque esta actividad es una parte muy importante de la cultura de Andalucía.

En los momentos que estamos viviendo, que con la subida de temperatura podemos sentarnos en las terrazas de las tabernas en el mes de diciembre, seguimos sin valorar el papel equilibrador que tiene nuestra sierra, como captador de CO2. Los ecosistemas, basados en el olivar de montaña y la dehesa, son verdaderas oportunidades de paliar los procesos de desertificación, la pérdida de biodiversidad, tanto biológica como humana y cultural. Sólo conservando la población rural y rejuveneciéndola mediante la creación de riqueza en la agricultura y la ganadería, se podrá generar empleo y vida en el mundo rural. El sistema basado en subsidios y pensiones, siendo imprescindible hoy, no sirve de nada en el futuro, sólo para un lento morir de los pueblos.      

En estos momentos, únicamente vale el discurso televisivo, el espectáculo creado y provocado por las grandes multinacionales de la comunicación, el debate político aceptable y manejable donde se crean personajes y sus propios contrarios. Estamos de nuevo en la comedia del arte italiana, repartidos los papeles de arlequín, polichinela, docctore y pantalone, cuatro actores para una comedia social amañada y pactada.

No he oído nada de cuestiones fundamentales como la Banca Pública, la Sanidad pública y Universal, la Educación pública en manos de un Estado laico, de controlar los mercados estratégicos, el financiero, el eléctrico, el farmacéutico, el control de los recursos ya escasos e insuficientes para la humanidad como el agua y la energía.

 ¿Por qué estamos bajo un ambiente de guerra universal? ¿Qué defendemos o qué queremos conseguir de esa guerra? Nosotros, los que salimos de paseo por nuestras plazas, no obtenemos nada, sólo sufrimiento.

¿Por qué no puede haber déficit público, si la gente pasa hambre y frío? ¿Si esa gente es nuestra gente, nuestros vecinos, los que ayudamos comprando algo de comida y pasándola al banco de alimentos, o directamente en nuestras casas, dándoles apoyo y cobijo?

¿Cómo formar opiniones? ¿Cómo crear conocimiento saliendo de lo establecido y de lo previsto? ¿Cómo formarnos más allá de la mera información orientada y manipulada?

Sólo tenemos una respuesta y ésta es colectiva. Somos nosotros y nosotras los que compartiendo ideas, argumentos en las calles, en los bancos de las plazas de los pueblos y en las barras de las tabernas. Podemos ser independientes y libres, sin ser mediatizados por unos medios de comunicación, que ya repartieron las cartas de juego entre los personajes de la comedia italiana.