Opinión

Ni tratamientos inútiles ni abuso de fármacos

Tras mi última columna sobre la homeopatía he charlado con conocidos y amigos y hay quien me ha preguntado por qué me meto con algo que no produce daño si los tratamientos farmacológicos producen más daño. No les falta parte de razón ya que la homeopatía no tiene efectos secundarios porque tampoco los tiene primarios mientras que muchos de los tratamientos que tomamos, algunos de ellos diariamente, muestran importantes efectos secundarios. Si bien mi crítica a la homeopatía y a otros pseudotratamientos que intentan influir en la salud con pases mágicos de manos, piedras con pretendidas influencias astrales, o relaciones estrafalarias entre enfermedades y relaciones familiares de generaciones, es por su nulo efecto terapéutico he de reconocer que también hay que hacer una crítica general al uso y abuso de fármacos para cualquier cosa que nos pase sin atender a que pueden dar lugar a problemas importantes. 

Hoy, por tanto, voy a centrar la columna en el uso y abuso de fármacos para todo cuando hay alternativas menos gravosas para el organismo. Lo primero que debemos tener en cuenta es que cuando se ingiere un fármaco, el que sea, nuestro cuerpo va a metabolizarlo según la naturaleza de éste. Si se trata de un suplemento vitamínico o nutricional o un tratamiento con una sustancia que ya tenemos en el cuerpo, el metabolismo lo va a usar como hace con cualquier otra sustancia normal de nuestro cuerpo. De hecho, cuando comemos ingerimos muchas sustancias que metabolizamos normalmente pero que, a veces, necesitamos suplementar por carencias dietéticas o problemas de absorción intestinal. Cuando la sustancia que ingerimos tiene una naturaleza diferente a nuestras moléculas, el cuerpo la suele considerar como extraña y la metaboliza para eliminarla. Eso pasa con muchos fármacos y también con muchas sustancias naturales que ingerimos diariamente, especialmente cuando tomamos verduras que contienen grandes cantidades de sustancias que nuestro cuerpo utiliza. La eliminación comienza en el intestino y sigue en el hígado por lo que normalmente hay un filtro que elimina la peligrosidad de las sustancias extrañas. En esa eliminación se activan unas rutas metabólicas que, a modo de entrenamiento, ayudan a evitar que potenciales sustancias naturales o artificiales perjudiciales lleguen a nuestro interior. Un día trataré del interesante fenómeno de hormesis que tiene que ver con este proceso. 

Todo esto hace que nuestro intestino y especialmente el hígado, sean los principales órganos que eliminan sustancias y los primeros que se ven afectados cuando tomamos gran cantidad de sustancias extrañas a nuestro cuerpo. Por eso, gran cantidad de fármacos afectan a estos dos órganos. 

En segundo lugar deberíamos preguntarnos si necesitamos tanta cantidad de fármacos diariamente para todo. Con la edad el cuerpo va necesitando ciertas ayudas y es entendible que se utilicen fármacos para controlar la tensión arterial antes de que te cause infartos o derrames, para controlar la diabetes antes de que te cause problemas metabólicos como hígado graso o cirrosis, para controlar el colesterol antes de que se te cierren las arterias (aunque de estos ya hablaré en otro caso más tranquilamente). Pero, en otros casos, se ha disparado la necesidad de fármacos que intentan controlar nuestras sensaciones como antidepresivos, estimulantes, fármacos para dormir, ansiolíticos o analgésicos. A veces en cocteles muy complejos. 

Hace unos días asistí a unas conferencias sobre envejecimiento en las que se recalcó que uno de los grandes problemas en los tratamientos de personas mayores estaba en que eran medicadas por cada uno de los especialistas de sus principales dolencias, pero no de una forma genérica para lo que verdaderamente tenían, una disfunción orgánica general asociada con la edad. Se comentó que habría que revisar la necesidad de tanto fármaco y mejorar las condiciones mediante terapias basadas en la prevención y en los hábitos de vida. 

Es obvio que necesitamos fármacos efectivos para enfermedades que lo requieren como infecciones, cáncer, problemas neuronales diagnosticados, disfunciones metabólicas de origen genético, y un largo etcétera. Pero un importante grupo de enfermedades crónicas está asociado con los hábitos de vida y podría no requerir tantos medicamentoso si se modifican esos hábitos. Entre ellas tenemos la hipercolesterolemia, la hipertensión, la diabetes tipo II, la depresión, el insomnio, el estrés y otro largo etcétera. Aunque hay excepciones debidas a patologías muy serias, en la mayor parte de los casos, estas enfermedades pueden ser tratadas de forma preventiva e incluso curativa cambiando la forma en la que se vive. Podemos hacerlo mediante más ejercicio, más actividad social, no preocupándose por aquello que no depende de nosotros, y, en general, modificando nuestra forma de hacer las cosas. Por poner un ejemplo, se conoce, con evidencias científicas, que la actividad física y social son positivas para la mayoría de estas enfermedades. Así, simplemente manteniendo una vida más activa dejaríamos de depender de muchas de los tratamientos crónicos asociados a esas enfermedades. A eso podríamos añadir el hacer más vida social y cultural, aprender cosas como cocinar o bailar o tocar algo, hacer algo de voluntariado, ser más participativo, etc… En esencia, añadir vida a los años y a las horas muertas. Sabemos que todo eso mejora, pero parece que preferimos las pastillas a cambia de forma de vida. 

En Estados Unidos se están celebrando juicios contra las grandes compañías farmacéuticas por la gran crisis de dependencia de opioides que han sufrido. El abuso de analgésicos opioides ha llevado a una dependencia en personas jóvenes sin precedentes. En el mundo occidental, el abuso de antibióticos ha llevado a que las bacterias evolucionen creando resistencias que inutiliza el uso de antibióticos y nos retrotrae a la situación anterior a los antibióticos, a una situación mucho más débil. El uso (creo que abuso) de antidepresivos, ansiolíticos y psicofármacos no deja de subir año tras año intentando solventar problemas que desaparecerían con otra forma de afrontar la vida.

Sinceramente creo que los centros de salud deberían modificar su misión y afrontar el futuro de una manera más preventiva. La sanidad pública va a sufrir una presión enorme en los próximos años a causa del incremento de la población mayor, en muchos casos dependiente y crónicamente tratada. La sanidad debería derivar a una menor necesidad de tratamiento farmacológico de los pacientes y a una mayor modificación de los hábitos de vida para mejorar su calidad y su salud. Tal vez para eso se necesite que en los centros de salud se incorporen nutricionistas y especialistas en actividad física para hacer recomendaciones adecuadas a cada paciente según su edad, su dolencia y sus necesidades. Incluso, si me apuran, algún que otro psicólogo para asesorar en actitudes y formas de afrontar la vida. Los centros de salud deberían ser eso, centros de salud y no solo centros para tratar enfermedades. 

Y los ciudadanos deberían asumir que no siempre necesitan de un fármaco para tratar su enfermedad y que una simple recomendación para cambiar algún hábito o para adaptase a las circunstancias puede ayudarles para tratar su malestar de garganta, su debilidad pasajera, su dolor de piernas, su falta de motivación, su insomnio, o cualquier otra cosa poco grave. Y además que los tratamientos preventivos son, a priori, más efectivos que los curativos ya que evitan sufrir la enfermedad como hacen las vacunas. No hay pastillas para cualquier enfermedad y en muchas ocasiones prevenir es mucho más efectivo que curar.