Opinión

Desmantelando la universidad pública española

Acabar con un servicio público que se quiere privatizar o “externalizar” como se dice actualmente es relativamente fácil; solo hay que hacer tres cosas. La primera, desprestigiarlo. Es sencillo, basta con lanzar mensajes negativos sobre las disfunciones, obviando lo que funciona bien, e indicar lo bien que funcionan otros servicios similares pero privados. Eso lo hemos visto y seguimos viéndolo en sanidad pública, educación públicas y ahora en pensiones. La segunda consiste en ahogar financieramente al servicio. Es de todos sabido que para que servicios públicos tan importantes como la educación, la sanidad o los servicios sociales funcionen bien deben disponer de medios, pero si presupuestariamente se les ahora, se les restringe, se reducen los fondos año tras año, los servicios comienzan a tener problemas. Y así encontramos colegios que carecen de calefacción o de aire acondicionado, materiales escolares que se reciclan, fármacos que antes eran gratis y ahora no lo son o servicios sociales que se ofertaban y que ahora hay que pagar. Y si en medio hay una crisis económica, mejor, porque los recortes están justificados.

Y en tercer lugar, la estrategia se refuerza enormemente desprestigiando a quienes trabajan en el servicio público y, además, haciéndoles cada vez más difícil su trabajo. Cualquier persona sabe que si en su trabajo comienza a estar a disgusto, se les ponen las cosas cada vez peor y, además, su perspectiva de futuro es cada vez más negra, se ha generado el peor ambiente para cumplir con su función de la más eficientes de las maneras. Pues bien, en lo que a este que les escribe incumbe y conoce, la Universidad Española cumple con las tres condiciones de esta estrategia. Y lo malo es que la estrategia no viene de un ente exterior, ni de un agente privado sino de la propia administración pública que debería velar por la mayor efectividad de los servicios públicos en lugar de convertirlos en blanco de las quejas de los ciudadanos, de mermarles las capacidades y de crear un ambiente tóxico de trabajo.

El día que escribo esto, 17 de Noviembre, se está culminando la tercera de las premisas en la Universidad Española. La primera hace tiempo que se está realizando. Es sabido la manía que tienen nuestros políticos de incidir en los rankings y en que no hay casi ninguna Universidad Española en los primeros puestos. A eso hay que sumar sus comentarios sobre lo mal preparados que están nuestros graduados pese a que cuando salen acaban realizando doctorados y trabajando en empresas de otros países. Claro, en España ni hay dinero para becas, ni para proyectos de investigación ni empresas que confíen en la capacidad de nuestros graduados y máster.

De la segunda ya traté el tema en un artículo anterior denunciando cómo se ha reducido la financiación en investigación en España de forma continuada desde 2011. Es decir, con Zapatero llegamos a los máximos niveles de financiación en investigación en España pero con Rajoy esa financiación ha ido mermando año tras año sin descanso. A eso hay que sumar que el presupuesto en investigación es completamente engañoso ya que se hincha en una partida que, se sabe, no se va a consumir mientras que merma en la partida que financia a los grupos de investigación de centros, organismos y universidades. Y, además, incluso esta partida llega a no consumirse completamente. En este año la partida del presupuesto para los grupos de investigación dejó de aplicarse en un montante de 226 millones de euros (de hecho el 62% del presupuesto total en investigación de 2016 no se gastó, algo que ya viene ocurriendo de otros años). Para ilustrar la importancia de este dinero, eso supondría un total de unos 1100 proyectos de investigación sobre cáncer, enfermedades crónicas, energía, clima, etc… con una buena financiación de alrededor 200 mil euros cada uno para tres años. Para mí, eso demuestra claramente lo que le importa la administración al gobierno del Sr. Rajoy.

Como les decía antes, hoy, 17 de Noviembre se culmina el tercer paso: hacer la carrera de profesor universitario prácticamente imposible. La ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) ha publicado las condiciones para acceder a un puesto de profesor de universidad funcionario (Titular y Catedrático). Para ser profesor universitario se deben demostrar una capacidad de aguante importante. Primero, se ha de realizar una tesis doctoral, que, con los tiempos que corren cada vez es más difícil por la falta de presupuesto para proyectos y la casi imposibilidad de obtener becas. En segundo lugar, es recomendable o casi una imposición realizar una estancia en el extranjero que demuestre la madurez como posdoctoral. En el caso de muchos de mis compañeros con solo billete de ida y sin saber la fecha de vuelta. Para aquellos que hablan mal de los funcionarios les podría recomendar la experiencia de viajar a un país extraño, buscar lugar donde vivir con alquileres bastante caros, dejar a la familia en España y verlos cada varios meses y afrontar una vida en soledad enfrentándose a una cultura diferente. He de decir que hay buenos y malos momentos, pero con el tiempo los buenos quedan y de los malos se aprende. Y una vez de vuelta hay que lidiar con una serie de evaluaciones para acreditarse y comisiones de contratación para ir escalando. Los últimos escalones son entrar en el funcionariado como titular y luego llegar al último peldaño como Catedrático.

Los criterios para acceder a titular o a catedrático han ido cambiando a lo largo de los años para combatir aquello que algunos llaman “endogamia”. Curiosamente muchos de estos que hablan de endogamia son los que entran en un partido cuando eran estudiantes y van escalando en puestos públicos conseguidos por ir en listas electorales y acaban jubilándose con una estupenda pensión. Pero eso no es endogamia, es servicio público. Como decía, la ANECA ha publicado los nuevos criterios donde para acceder a funcionario se tiene que haber demostrado casi que se es una supermujer o un superhombre. Y esto es porque en investigación se tiene que haber sido responsable de un proyecto importante, nacional o internacional, y haber publicado un número considerable de artículos de calidad (40 para Titular y 130 para Catedrático en el área en la que trabajo). Y ahí es donde viene el problema.

Me voy a explicar intentando ser breve. Para ser responsable de un proyecto de investigación, lo que se denomina investigador principal (IP), se ha de demostrar que se tiene una trayectoria importante en investigación y haber publicado en las revistas más punteras de tu área. Pero el trabajo requerido para publicar en estas revistas suele ser el trabajo de varios años con una gran cantidad de técnicas y de procedimientos y un gran presupuesto, que, dicho sea de paso, no tienes porque no eres IP, así que debe ser porque has dependido de otro. En el supuesto de que consigas ser IP porque has realizado un trabajo de investigación posdoctoral importante, que sigas siéndolo dependerá de que publiques importantes trabajos en estas revistas punteras. Y ahí viene el problema ya que eso supone un número menor de artículos publicados pero en revistas buenas mientras que para progresar en la Universidad y conseguir ser Titular necesitas un número alto de publicaciones. Para ser más claro, para conseguir financiación dentro del pírrico presupuesto para proyectos competitivos necesitas obligatoriamente publicar artículos de gran impacto en revistas importantes pero para conseguir la titularidad necesitas publicar muchos artículos que no es necesario que sean de impacto tal alto. La financiación vendrá de la calidad pero el puesto fijo vendrá de la cantidad. Un dilema en toda regla. Hagan un acto de fe y créanme, se ha creado una situación casi imposible que acaba con las perspectivas y los ánimos de todos aquellos que estaban esperando a poder opositar a profesor funcionario de las Universidades Públicas. Todo esto agravará una situación que ya se está detectando, el envejecimiento y la precarización de la plantilla del profesorado universitario.

Y, mientras tanto, nuestros políticos, aquellos que deberían velar para que la función pública se realice de la manera más efectiva posible, están a otras cosas. Cosas muy importantes para nuestro futuro como si la bandera debe ser bicolor o tricolor a juego con la nueva camiseta de la selección; como si el modelo político y social (me resisto a llamarlo régimen) del 78, aceptado en referéndum por los ciudadanos españoles que podían hacerlo en esa época, hay que derrocarlo para poner otro modelo diferente, chupigüay aunque indefinido; como si es mejor que estemos solos que mal acompañados por aquellos que hasta hace unos días eran nuestros compatriotas; o como si la justicia debe aplicarse según me caigan bien los investigados o sea mi partido o el del otro el que está pringado. Mientras, los ciudadanos seguimos con nuestros pequeños problemas sin importancia como llegar a fin de mes, que se eduque bien a nuestros hijos, que en los hospitales y centros de salud se nos trate y se nos cure, que podamos pensar que nosotros y nuestros hijos tendrán oportunidades de trabajo o si dispondremos de dinero para la jubilación. Pequeñas cosas sin importancia para los políticos que deberíamos considerar como asalariados a nuestro servicio. Y poco a poco, sin prisa pero sin pausa, los servicios públicos como la Universidad, la educación, la sanidad, la justicia, la dependencia o las pensiones públicas están siendo desmantelados delante de nuestras propias narices.