Opinión

Los antiguos ya lo sabían

Hoy no voy a hablar de ciencia. Hoy me voy a poner algo más filosófico y voy a escribir sobre qué somos y qué pensamos que somos. Comienzo a escribir esto después de ver una de esas películas americanas sobre dioses de Egipto que nos presentan la mitología como como si fuésemos niños de parvulario. La peli no está muy mal ya que trata bien el mito de Isis, Osiris, Set y Horus de una manera algo decente. La tradición egipcia nos dice que al principio existía un océano inmerso en la oscuridad llamado Num. En Num existían los constituyentes para crear al Dios Atum que se juntaron y dieron lugar a los componentes para formar el sol (conocido después como Amón Ra). Gracias a su poder, Atum consiguió secar parte del océano formado por Num y se pudo posar para poder engendrar a sus hijos Shus y Mfenís, que representan al aire y a la humedad respectivamente. Si no nos hemos perdido por el momento podemos pensar que la tradición egipcia ya nos está presentando lo más simple para que un ser vivo pueda sobrevivir: luz, aire y humedad. Si consideramos dónde se genera esta tradición podemos llegar a la conclusión clara de qué nos quiere decir: la vida no es posible sin luz, aire y humedad (es decir, alrededor de la fuente de agua, el Nilo, la casi única fuente de vida en esa época). Pero hay más. 

Shu y Mfenís engendran a dos hijos: Gueb y Nut que representan la tierra y el cielo. Es decir, los hijos del aire y de la humedad engendran la tierra, sobre la que crecen las plantas que nos alimentan, y el cielo, que nos aporta el aire y el agua que mantienen la vida. Y de estas dos divinidades, Shu y Mfenís nacen –en un ejercicio de incesto propio de los dioses–, cuatro hijos: Isis, Osiris, Set y Neftis. Curiosamente son el yin y el yan egipcio. Isis y Osiris representan la germinación y la fertilidad mientras que Set y Neftis representan el desierto y la esterilidad. La peli que veía representaba la guerra de Set contra Osiris y contra su hijo, Horus. 

Posiblemente los egipcios afrontaban su dura vida considerando que lo malo y lo bueno que les ocurría venía determinado por “alguien” superior que controlaba lo que pasaba. Por eso, la mitología egipcia hace luchar a los dioses entre sí de forma que Set, el desierto, lucha contra Osiris, la germinación, y le vence, lo descuartiza y lo disemina por todo Egipto. Pero Isis, la fertilidad, consigue unir los trozos del desmembrado Osiris y lo hace vivir de nuevo para engendrar a un hijo, Horus, que finalmente vence a Set y consigue hacer florecer al reino de Egipto siendo justo con los hombres. Esta fantástica historia, que recomiendo encarecidamente que se atienda en más profundidad, para mí no representa más que la eterna lucha del hombre contra el medio ambiente y su victoria sobre éste. Set, el desierto, amenaza la vida del hombre con la esterilidad y la muerte, pero Osiris, la germinación e Isis, la fertilidad, vuelve y vencen para regenerar la vida: Horus, que acaba venciendo al desierto. Si tenemos en cuenta la dependencia de las primeras civilizaciones, como la Egipcia, de las crecidas de los ríos y de la consecuente germinación de las plantas de las que dependían, entenderíamos porqué a los procesos vitales que les daban la vida se les concedía la condición de dioses. 

Para no aburrir mucho podemos encontrar más o menos lo mismo en las divinidades griegas, romanas –muchas de ellas heredadas de las griegas-, e incluso escandinavas, aztecas o incluso orientales. En todas ellas se ensalza una divinidad relacionada con el Sol, fuente, en cualquier caso de la vida. Engendradas por el Sol encontramos a las divinidades relacionadas con el cielo y la tierra y, a partir de éstas, las relacionadas más o menos con la fertilidad y la carencia de ésta. Es decir, el ser humano primitivo era muy sabio en cualquier civilización que consideremos. Llegó a conocer muy bien de qué dependía su vida: del sol, de la tierra y de la capacidad de ésta para crear vida. 

Posiblemente el ser humano actual haya perdido el norte y haya llegado a la conclusión de que está por encima de los dioses y puede hacer uso del sol y de la tierra a su antojo sin darse cuenta de que está atacando frontalmente a la base fundamental de la supervivencia de cualquier ser vivo incluyendo al propio ser humano. 

A veces me pregunto si en este mundo tan dinámico, en el que todo va tan deprisa; tan drástico, en el que todo el mundo expresa verdades absolutas; y tan preciso, donde todo lo que se hace parece que es lo mejor que se puede hacer, no nos convendría mejor mirar hacia atrás, reinterpretar lo que los antiguos nos dejaron ver y comprender que abusar de aquello que nos permite vivir no es precisamente el camino más inteligente. O más bien, para decirlo más claro, el camino más absurdo, equivocado y peligroso. 

Somos seres humanos. Entendemos lo que ocurre a nuestro alrededor. Podemos crear ambientes controlados en los que nos sentimos cómodos y vivimos confortablemente, pero, sin embargo, no nos damos cuenta de que estamos descuidando, y mucho, lo que nos permite vivir: el aire, la tierra y la energía (el sol de los antiguos). En estos días fríos del invierno hemos comprobado cómo se nos contamina el aire en las grandes ciudades, cómo la tierra se puede volver yerma con la llegada de las heladas, los pedriscos y otros fenómenos climatológicos, y cómo jugamos con la energía que necesitamos todos para que grandes empresas ganen más dinero. ¿Qué demonios estamos haciendo? No buscamos la mejor y más eficiente forma de utilizar la energía sino que los casi monopolios energéticos continúan exprimiendo los recursos conocidos para subir más y más los beneficios usando el mercado como excusa. No usamos las enormes cantidades de energía que nos ofrece el planeta de forma gratuita (aire, sol, agua, energía geotérmica), sino que se utilizan las fuentes de hidrocarburos conocidas, petróleo y gas, a sabiendas de que son contaminantes y tienen una vida limitada. 

Los antiguos nos dejaron un claro mensaje: nuestra supervivencia depende de la energía del sol, del aire, de la tierra y de la fertilidad de ésta entre otras cosas. Nuestra civilización, tan preparada. parece que lo ha olvidado. Penoso, pero, a veces, creo que estamos caminando hacia el abismo pero no nos damos cuenta.