Opinión

El que juega con fuego, se acaba quemando

En mis clases de Inmunología en el Grado de Biotecnología suelo tratar muchos temas relacionados con la capacidad del sistema inmunológico para defenderse. Entre ellos trato la gran capacidad de las vacunas para erradicar enfermedades graves y mortales como la polio, el sarampión y la olvidada viruela. Ya parece que no existió nunca, pero se consideró erradicada tan solo en 1980, aunque para mis estudiantes eso es como el medievo. Normalmente aprovecho para usar el humor negro y comentar que tal vez alguien, en algún lugar tenga un vial guardado de virus de la viruela para una supuesta guerra biológica. Total, ya intentaron algo parecido tras el ataque a las torres gemelas en 2001 cuando hubo una campaña de envíos con esporas de ántrax (carbunco). Diseminar un organismo como este o un virus mutado con alta capacidad infecciosa en un aeropuerto internacional sería una auténtica debacle. Así que la idea no es tan extraña. De hecho ya se usó en la película de Terry Gilliam, Doce Monos, con Bruce Willis, Brad Pitt y Madelaine Stone en estupendos papeles. Lamentablemente a mis alumnos esta película les suena tan lejano como si les hablara del Origen de las especies, total, solo es una película de 1995 y ellos ni siquiera eran aún proyecto de bebé. 

Todo el mundo sabe que usar un organismo patógeno como arma biológica es como jugar a la ruleta rusa, no puedes controlarlo y lo más seguro es que acabes pegándote el tiro a ti mismo. Pero eso que parecía tan claro acaba de saltar a las primeras páginas de los periódicos hace unos días cuando nos hemos enterado de un programa de una agencia de la inteligencia militar estadounidense (DARPA: Defense Advances Research Projects Agency) llamada insect allies (Insectos aliados). En pocas palabras, se define como un proyecto para desarrollar un sistema basado en la transmisión de virus y patógenos modificados por parte de insectos que atacan a ciertos cultivos y también modificados. Con este sistema se modificarían las características de las plantas ya maduras para protegerlas de sequías, calor o frío extremo, plagas o, ¿por qué no?, un ataque de un posible enemigo. Como mecanismo de defensa, podría colar, pero a los científicos les ha parecido que la explicación no es muy plausible

De hecho, la conocida y valorada revista Science, ha publicado unas líneas expresando la preocupación de los científicos por un programa cuyas expectativas de funcionar para lo que públicamente se dice que se ha diseñado son bastante limitadas mientras que la posibilidad de desarrollar armas biológicas es bastante más alta. De ser así, esto iría en contra de la Convención sobre Armas Biológicas de la ONU que prohíbe el desarrollo, uso y almacenamiento de armas tóxicas y biológicas.

Lo que los científicos se huelen es que este tipo de tecnología puede ser usada para dispersar insectos que lleven consigo virus que causen estragos en los cultivos o dañen sus semillas provocando hambrunas en países en conflicto. Los insectos no llevan uniforme, ni usan insignias ni pueden decir de dónde vienen o quiénes les han entrenado por lo que no podría culparse a nadie de unos cultivos que sorprendentemente sufren una plaga inesperada que causa una crisis alimentaria en un país desafortunado. 

El punto flaco de este tipo de estrategia bélica es que se olvida de un pequeño detalle sobre la naturaleza: la gran cantidad de factores que la hacen impredecible. En este caso, los insectos podrían evolucionar rápidamente e invadir otros nichos afectando a países aliados y los virus o bacterias patógenas modificadas acabar llegando a tu país sobre otros tipos de insectos que acabarían haciendo de transmisores de esos mismos patógenos sobre otros cultivos importantes. Es decir, que aquello desarrollado como arma acabaría estallándote en tu cara y afectándote porque los organismos vivos no se van a dejar entrenar, ni aleccionar, ni a instruir por un sargento malhumorado y gritón con gana de gresca. 

Si alguna vez la guerra tuvo algo de honroso, cosa que dudo, sería cuando los guerreros se enfrentaban cara a cara en el campo de batalla y usaban sus capacidades físicas para derrotar al contrario. Tal vez eso se acabó cuando llegó la revolución industrial y las máquinas llenaron el campo de batalla de artilugios capaces de diseminar la muerte a distancia. A cada vez más distancia. Luego, el campo de batalla se convirtió en todo el territorio de un país y las ciudades comenzaron a ser blancos de artefactos mortíferos. Hoy en día un misil puede acabar impactando en un blanco disparado por un dron a miles de metros de distancia y dirigido por un señor o señora sentado en otro país que lo ve todo en una pantalla. Si a eso sumamos la posibilidad de la guerra económica, la ciberguerra, el uso de fake news para condicionar a la población y cosas por el estilo, la cosa ya no tiene nada de honroso. Ahora nos encontramos con la sospecha de que se están diseñando sistemas basados en usar insectos como portadores de posibles patógenos en acciones bélicas basadas en causar el hambre con la destrucción de cultivos del enemigo. Un auténtico sinsentido que puede acabar en un total desastre. Espero que los graduados de importantes Universidades que dirigen estos proyectos se sienten a pensar un poquito y aprendan algo sobre la Biología. No saben con quién se la están jugando ya que, como decían en Guerra Mundial Z, la naturaleza es una asesina en serie. Así que mejor no juguemos con ella.