Opinión

La insoportable levedad de ser científico

He tomado prestado el título del famoso libro del escritor checo Milan Kundera. Espero que no se enfade nadie ni me acuse de plagio. En su libro, Kundera trata la soledad del individuo dentro de la colectividad en una compleja historia de amor en la que se entrelazan los personajes. Algo así les ocurre a los científicos ya que somos una colectividad en la que existen grandes filias y fobias, grandes y épicos enfrentamientos y, por otra parte, grandes ejemplos de logros colectivos pero que, dentro de la sociedad española es como si estuviesemos solos. En la sociedad española parece como que no existimos y cuesta mucho trabajo que se nos preste atención en los medios y cuando aparecemos de manera explosiva es cuando alguien la pifia o se produce un debate social sobre algún tema nutricional, medioambiental o energético donde a científicos y a defensores con menos rigor científico se les coloca al mismo nivel en una especie de balanza trucada en la que el peso de las evidencias importa poco.

Mi amigo Juan y yo tenemos muchas discusiones políticas. Él es mucho más enérgico que yo en sus reivindicaciones y más de una vez me ha mostrado su pesar porque los científicos no tenemos lo que hay que tener para plantarnos y ponernos en huelga. Aparte de nuestro puesto como docentes en la Universidad, que podría tener algún peso en una posible huelga reivindicativa, el hecho de ponernos en huelga como científicos sería, en mi opinión, totalmente irrelevante para la sociedad. Nadie le prestaría atención. Y eso es así porque el primer perjudicado de una huelga de científicos sería el propio científico. Si los proyectos no marchan o los objetivos no se cumplen, nuestros estupendos compañeros funcionarios de Hacienda y del Ministerio de Economía (del que depende la ciencia de este país ahora), se encargarán de auditar el proyecto, pedir explicaciones y, como no, la restitución del dinero subvencionado no suficientemente justificado. Y si no lo hacen ellos lo harán las auditoras privadas encargadas por los ministerios para recuperar hasta el último céntimo no justificado. Es decir, que la huelga haría que los proyectos no avanzaran y, encima, Montoro y De Guindos recuperarían más “pasta” para las arcas públicas, aparte de la no gastada en los presupuestos. A nadie le importaría. Por eso no podemos hacer huelga científica por mucho que el cuerpo nos pida dejar todo “para que se enteren”.

Yo aprendí de la falta de relevancia social de los científicos y de los licenciados y doctores universitarios en España cuando salí al extranjero a trabajar. Mi primer impacto fue el de la consideración social que se le daba a un doctor universitario en el Reino Unido. Llegas al banco, abres una cuenta, pides una tarjeta y, cuando entregas la documentación, al ver que eres Doctor, te miran con una sonrisa, te ofrecen una tarjeta de rango superior y te estampan el Dr. delante de tu nombre en la tarjeta. Eres Doctor, tienes el “privilegio” de mostrarlo a todo el mundo para demostrar que eres una persona académicamente formada. En España, vas y dices que eres Doctor y lo primero que se piensa es que eres médico. Si luego vas y dices que eres Doctor en Biología, y van, te miran raro y te preguntan sobre qué significa eso. Total, en España ni siquiera se toma en consideración a los médicos, cuánto menos a los doctores académicos, sean de lo que sean.

Otro de los aspectos más interesantes de la ciencia en España es el lugar que ocupa en las estanterías de las pocas librerías que van quedando. Si nos vamos a la sección de ciencia de las salud veremos que está repleta de libritos sobre consejos nutricionales, deportivos o sobre tratamientos a cada cual más curioso. Tenemos desde terapias que curan de todo, cocina saludable para evitar el cáncer, la obesidad, los problemas de alergia o el malestar general, libros sobre brebajes, tisanas y mejunjes con extractos de plantas con nombre y apellido, eso sí, en latín para que sea más chic, y hasta arteterapia para pintar rellenando huecos mientras te duele el alma o para que no te duela el alma. ¿Y algún libro serio sobre nutrición, dolencias, cáncer, inmunología, o algo por el estilo? Pocos, casi ninguno y, si acaso, escondidos. Hace poco eché un vistazo en una conocida librería y me encontré cinco ejemplares de “La enzima prodigiosa” de Hiromi Shinia y solo uno y escondido de “Comer sin miedo” de J.M. Mulét. Obviamente, el libro más popular es el que más tonterías contiene. ¿Cómo le vamos a hacer caso al científico que nos dice las cosas como son? La librería solo hace caso de la popularidad y, ya se sabe, cuantas más “likes” tenga en las redes, mejor será, no hay duda.

Y luego está la importancia del tipo de científico que eres. Hace unos días estuve con J. M. Mulét en un acto que organizó la Universidad de Córdoba sobre divulgación. Para quien no lo sitúe, Mulét es, aparte de escritor de diversos libros divulgativos como el muy recomendable “Comer sin miedo”, ese científico con el que Mercedes Milá usó el argumento de que su opinión no valía porque él estaba gordo. Y, claro, es de todos sabido que un científico gordito no puede hablar de nutrición. Pero ese ya fue tema de otro artículo anterior y no voy a seguir por ahí. Lo que quería decir es que Mulét comentó lo que ocurría cuando se le presentaba a alguien desconocido. Venía a decir algo así:

  • “Mira este es mi amigo José, es científico”.
  • “Hombre, ¡que guay!, científico, con sus batas y todo”, comenta el otro. “¿Y en qué trabajas”, pregunta.
  • “En plantas”, dice Mulét.
  • “Ah, ¡qué bien, plantas! ¿Y en qué tipo de plantas?, acaba preguntando el otro.
  • “En transgénicas”, responde Mulét.

Y ahí es donde el otro da un paso atrás, casi cruza los dedos y lo mira con una expresión de “Vade retro, satanás”. Claro, ser científico es guay, pero si haces cosas que los ciudadanos consideran dudoso, entonces ya no eres tan atractivo. Supongo que les pasará también a los físicos nucleares y a los químicos de las petroquímicas.

Otra de las particularidades de los científicos es que se equivocan y eso también es muy malo. Si un artículo se retira de una revista por supuesto fraude, la noticia es de conocimiento público y el prestigio se resiente. Pero lo que nadie cuenta es que cuando un estudio se retira de una revista es porque otros científicos han hecho bien su trabajo y han demostrado que lo que ahí se mostraba no era cierto o estaba mal hecho. La base de la ciencia es el ensayo-error, un sistema que consiste en elaborar hipótesis para explicar un hecho o prever qué puede pasar en unas condiciones determinadas, experimentar para comprobar la hipótesis y si los datos no la corroboran, desechar la hipótesis, elaborar otra y dar una explicación. Y en todo esto debemos tener en cuenta las condiciones en las que se desarrolla el estudio científico. Uno de los ejemplos más claros lo tenemos en los estudios epidemiológicos sobre hábitos nutricionales en los seres humanos y en los vaivenes sobre consejos nutricionales a los ciudadanos. El problema está en que intentar extrapolar los hábitos nutricionales de un habitante de Tampere (Finlandia) a uno de Sanlucar de Barrameda (Cádiz) o de Florencia (Italia), es absurdo si no se tienen en cuenta las condiciones ambientales. No es lo mismo comer para habitar a -20 ºC tres o cuatro meses al año que hacerlo para pasar de los 30 ºC durante 4-5 meses al año. Pero ahí están los estudios intentando comparar patatas con rábanos, los dos son productos de la tierra que crecen enterrados, pero ahí se acaba todo. Todas estas particularidades, sacadas de contexto, confunden a la población.

Los científicos estamos ahí, entre ustedes, intentando hacer las cosas como se deben hacer, poco a poco, con calma y equivocándonos para enmendar y seguir adelante. Y así ha sido en toda la historia de la humanidad a pesar de momentos críticos en los que muchos científicos murieron o fueron condenados a la cárcel en el altar de los dogmas preconcebidos. Galileo Galilei, Miguel Servet o Giordano Bruno son buena prueba de ello. Hoy día no existen hogueras, pero sí existen altares a las pseudociencias, a las ideas sin fundamento sobre lo perjudicial que es lo nuevo o desconocido y a una especie de necesidad a volver a los orígenes, a lo natural como si eso fuera lo mejor del mundo. Es una especie de eterno retorno a revivir lo ya vivido tal y como lo ideó Nietzsche y del que escribe Kundera en su libro: a una época de desarrollo científico y tecnológico le sigue un periodo de oscuridad donde el descreimiento y los fundamentos sin base campan a sus anchas. Pero los científicos seguiremos siendo tozudos analizando la realidad y buscando la mejor forma de explicarla porque cuando el gusanillo de la ciencia te roe el alma ya no puedes parar ni siquiera cuando vas andando con cara de despistado ya que estás pensando en la próxima presentación o en siguiente artículo que vas a escribir y en cómo explicar los resultados recientes. Estamos ahí, intentamos solucionar las cosas y avanzar, no nos den la espalda.