Opinión

Las grandes amenazas para la salud: químicos

Dedicaré los próximos artículos a los grandes monstruos que se consideran amenazas para nuestra salud y que, por sus efectos, no deben ser tan fieros como se les pinta. Teniendo en cuenta todas las amenazas a las que supuestamente estamos sometidos, sería milagroso que siguiéremos vivos, pero no es así. En mi opinión, estas amenazas están sobredimensionadas y muchas de ellas no son más que exageraciones sobre potenciales efectos que producen alarma social siguiendo el denominado “Principio de Precaución o de Prevención”. Este principio ayuda a prevenir problemas futuros aunque aún no existan evidencias sobre la peligrosidad de cualquier factor pero, mal utilizado, puede llevar a decisiones cuyo efecto sea mucho peor del se pretende evitar. A todo esto hay que sumar el gran altavoz para información tanto buena como absurda que suponen las redes sociales que son utilizadas sin ninguna capacidad crítica. La mayoría de los mensajes transmitidos por las redes sociales ni siquiera permiten pensar en lo que se dice y cómo se dice, simplemente refieren dogmas sin fundamento demonizando tal o cual factor que, supuestamente, atenta nuestra salud y nuestra vida. Por eso, hoy comienzo una serie de artículos sobre estas supuestas amenazas y su verdadera importancia. Comenzamos con los productos químicos. 

Lo primero que debemos tener en cuenta es que todo nuestro metabolismo está basado en reacciones químicas que se encuadran dentro de lo que conocemos como química orgánica. Eso quiere decir que todo lo que ingerimos con la comida va a ser metabolizado siguiendo una serie de reacciones químicas que dependen de la estructura química de aquello que hemos ingerido. Es decir, los azúcares seguirán la química de los azúcares, las grasas, la de las grasas, las proteínas su propia química y la de los aminoácidos que las componen y, en la mayoría de los casos, esas químicas se entrecruzarán en algún momento. Eso ocurre con todos los productos químicos que forman parte de los seres vivos. Pues bien, si siguiéramos todos los mensajes sobre los peligros que nos acechan cada vez que comemos prácticamente no comeríamos. 

Entre estos peligros casi el número 1 en el ranking actual es el demonio llamado glifosatoal que no solo se le ha culpabilizado de acabar con todos los insectos de los campos sino que hasta juzgados norteamericanos lo han considerado un factor claro de causa de cáncer y, por tanto, su presencia en la comida es una amenaza para nuestra salud. En este análisis no importa mucho que la cantidad que pueda haber en las verduras y frutas de este compuesto sea ínfima y muy por debajo de los niveles considerados peligrosos para la salud. O que los estudios realizados con animales hayan llegado a dosis sin efecto de hasta gramos por kilo de animal y día (lo cual supone casi usarlo como usamos el azúcar del café). Por tanto, no importa que para alcanzar valores peligrosos haga falta comer tanto como para morir de gula, ni importa que el compuesto se degrade fácilmente (basta con ver que campos tratados con glifosato vuelven a reverdecer en breve tiempo aunque quede algo de residuo). Poco importan esas evidencias ya que simplemente es peligroso por haber sido introducido en la lista de compuestos posiblemente tumorales donde, como ya se ha dicho en esta columna, está también la cafeína, el extracto de aloe vera (presente como extracto hasta en yogures), trabajar de peluquero o comer carne roja. 

Otros de los grandes enemigos de la salud son los conocidos como disruptores endocrinos. Estos compuestos químicos son una amalgama de compuestos que, supuestamente afectan a la salud y al desarrollo humano por afectar las rutas de señalización de las hormonas. Lo curioso del caso es que estos compuestos están en prácticamente todos los productos que llevamos consumiendo desde hace mucho tiempo (y durante mucho tiempo sin atender a sus niveles): comida, bebida o productos sanitarios tanto personales como domésticos por lo que se sugiere prevenir su uso

Dentro de estos disruptores endocrinos tenemos a otro gran monstruo de la salud, el bisfenol A, un compuesto presente en múltiples envases plásticos, latas de conserva o cualquier plástico y, ya se sabe, los plásticos no tienen buena fama últimamente. Su peligrosidad ya se sugirió allá por 1930, pero en los últimos años la peligrosidad de este compuesto ha ido escalando y se ha utilizado como amenaza en cualquier cosa como usar plástico en el microondas, usar teflón en las sartenes, o cualquier uso de plásticos en envases, botellas, latas, etc, etc.. Hace unos días saltó a la opinión pública por el descubrimiento de su presencia junto con otros compuestos llamados parabenos en los calcetines de los niños españolesEl estudio, realizado por un grupo de investigación de la Universidad de Granada, indicaba que este compuesto es que parece que hace miles de cosas y que podría ser peligroso para el desarrollo sexual de los niños, la aparición de cáncer dependiente de hormonas e incluso para el desarrollo de la obesidad. La gran cantidad de efectos de estos compuestos ya produce cierto interés ya que los compuestos químicos suelen interaccionar con compuestos llamémoslos afines por lo que el que hagan muchas y diferentes cosas no es lo normal a no ser que haya una señalización hormonal común para todos estos procesos. Por esto, el mayor problema de estos trabajos científicos es su limitación según los modelos estudiados ya que se basa en estudios in vitro o en estudios epidemiológicos que tienen sus limitaciones y particularidades. Los datos obtenidos en una placa de cultivo no pueden ser extrapolados directamente a un organismo completo y en humanos, los datos los obtenemos a partir de estudios poblacionales que entran dentro de la epidemiología. Y con la epidemiología hay que tener cuidado a la hora de llegar a conclusiones ya que, a veces, pueden salir cosas tan curiosas como relacionar los suicidios con las apariciones en televisión de un determinado actor de cine.Sin estudios más fiables no se puede llegar a ninguna conclusión clara y, obviamente, no podemos tomar una población humana y darle bisfenol A a diferentes dosis para ver qué pasa. Por eso, estos estudios epidemiológicos influyen importantemente en el principio de prevención: hasta no tener datos fiables no podemos asegurar nada. Pero esto vale tanto para lo malo como para lo inocuo por lo que, finalmente, la sospecha acaba alimentando al miedo y a tomar precauciones cuando no son necesarias.

Para no cansar, hace unos días se activó otro caso de quimiofobia sobre un compuesto llamado triclosán, un desinfectante presente en colutorios y en pasta dentrífica que ha sido acusado de afectar la microbiota y de, cómo no, de ser disruptor endocrino. El mayor problema de estos estudios es que no está clara la dosis que una persona que usa un colutorio o un dentífrico puede acabar ingiriendo, por lo que la cantidad de este compuesto que llega a nuestro intestino puede ser de nuevo ínfima y no causar ningún efecto. Y, en segundo lugar, los estudios epidemiológicos vuelven a no demostrar ningún efecto claro. Y, como ya he dicho antes, aquellos que tienden a exagerar suelen acogerse a algunos datos que les vienen bien y obviar aquellos que no son adecuados para sus pretensiones por lo que alimentan la duda. 

Lo más curioso de todo este problema de salud es, según recomendación saludable, todos los días debemos ingerir comidas llenas de sustancias extrañas a nuestro cuerpo y que contienen compuestos que producen efectos sobre nuestra fisiología, sobre nuestro metabolismo, sobre nuestra salud. Me refiero a las verduras y frutas, que al ser vegetales y tener metabolismos algo diferentes a los de los animales, contienen una enorme cantidad de compuestos extraños a nosotros y que han demostrado producir efectos sobre nuestras células. De hecho, los fitoestrógenos y las isoflavonas (utilizadas como medicamento para la circulación) son también disruptores endocrinos naturales. Pero, claro, como son naturales, no hay problema. Pueden hacer lo que deben hacer aunque no sepamos muy bien lo que hacen. Podemos pensar que nuestro cuerpo está habituado para eliminar estos disruptores endocrinos naturales y que podrían también eliminar los artificiales por mecanismos similares dada su similitud en cuanto a estructura, pero eso parece no estar siendo considerado. 

Supongamos por un momento que todos, naturales o artificiales, influyen en las señales que producen nuestras hormonas. Lo siguiente que deberíamos preguntar es a qué dosis. Las hormonas de nuestro cuerpo tienen una estructura adecuada para los receptores que responden a ellas. Hormona y receptor se unen y podemos determinar cómo mediante un parámetro llamado constante de afinidad. Lo que viene a ser con cuánta cantidad de hormona voy a tener una señal que produzca efecto. Si un disruptor endocrino artificial o natural va a producir un efecto en nuestras células debería unirse a los mismos receptores de las hormonas naturales con una afinidad similar para poder competir. Pero parece que eso no es así y, el bisfenol A, por poner un ejemplo, tiene mucha menos afinidad por los receptores de nuestras hormonas que la hormona natural. Si esa afinidad es 100 veces menor, quiere decir que para producir efecto deberíamos tener en la sangre 100 o más moléculas del compuesto extraño por molécula de hormona natural para que pudieran competir en igualdad de condiciones. Algo que en una placa de cultivo podríamos conseguir pero es más complejo en un organismo completo. Teniendo en cuenta estos y otros estudios, los organismos internacionales, OMS, FAO, EFSA, indican unas concentraciones máximas, que suelen estar muy por debajo de las que han producido cierto efecto, a las que nos podemos someter sin que haya peligro para la salud. Pero, para muchos, siempre quedará el sí, pero…

Y para no aburrir y dejar aquí esta columna, lo más curioso de toda la prevención que hay alrededor de los compuestos químicos esto es que hay verdaderas amenazas para nuestra salud que sí que aceptamos tranquilamente y que no crean alarma ni requieren campañas mediáticas tan exageradas en las redes. O que, incluso, han recibido campañas a favor de mantenerlos. Por ejemplo, tenemos el tabaco, la acrilamida, conocido producto de las frituras, o el alcohol que se aceptan tranquilamente. Todos estos y otros de uso general y habitual sí que han demostrado su efecto canceroso, sí que son de ingestión habitual y sí que están en nuestra vida constantemente, pero, a pesar de las advertencias, son aceptados y nadie sale corriendo huyendo del humo de un cigarrillo pese a saber que hay decenas de compuestos en ese humo que nos pueden provocar enfermedad, o rechaza un buen churruscado de una chuleta o el socarrat de un arroz a sabiendas que tiene acrilamidas regado, eso sí, con un buen vino y acompañado después con una copa de cualquier combinado realizado con yerbas que no conocemos. Además, podemos llegar a cualquier herboristería o supermercado y ver decenas de extractos de plantas desconocidas y con nombres exóticos y cuya composición desconocemos que se toman en tisanas o se añaden a cualquier cosa pero que aceptamos ya que son naturales. Hay quienes piensan que darle lametones a la piel de un sapo es chachi e incluso piden la legalización para poder dar bocaditos a setas que te hacen volar sin pensar en los efectos, claros y evidentes, que producen en las neuronas. Parece que el problema esencial es si el producto es natural o artificial. Si es artificial se le escudriña hasta su menor concentración, pero si es natural, da igual, así de simple. Ese comportamiento recibe un nombre: quimiofobia.