Cultura

GALERÍA FOTOGRÁFICA: Apoteosis de la guitarra con un Mark Knopfler que llenó la plaza de toros en su última gira

¿Cómo describir a Mark Knopfler después de un concierto apoteósico en la Plaza de Toros de Córdoba, que más se parecía a la Torre de Babel por la cantidad de acentos e idiomas que allí se han escuchado esta noche? ¿El Hombre Tranquilo? Porque no tiene prisa por rematar la faena y se recrea con la menor de sus individuales, estéreas y vivaces notas líquidas que se multiplican con sus veinte dedos de la mano izquierda. ¿El Hombre que tenía auténtico horror al vacío? Y no sólo por el acompañamiento de una superbanda (con diez músicos más sobre el escenario) cubriendo melodiosamente cada posible hueco por el que pudiera asomarse el silencio, sino por su absoluta capacidad de cubrir la noche de sonidos propios, tanto con las manos como con esa voz tan característicos y, a la vez, complicada de imitar, pero que le señala e identifica de forma irremediable. ¿El Hombre que hacía el amor (e incluso follaba por momentos) con las guitarras? Quizá sea el apelativo que mejor le vaya, porque uno puede pensar a veces que si añade letras a sus temas en los que hace lucir las seis cuerdas con maestría y soltura es porque el mercado se lo exige, aunque también es verdad que sus mensajes con palabras pesan y moldean con fuerza su discografía.

La plaza de toros, el Coso de Los Califas, se llenó. Las cosas como son. Dice la organización, Riff Producciones, que se vendieron las 9.000 entradas que se habían editado para la ocasión. Y es una cantidad bastante creíble. Es más, de haber contado con un escenario más pequeño y si también se hubiera acotado más el espacio donde el 'Capitán Kirk' hizo milagros con su particular 'Enterprise' para recrear un sonido casi de estudio y una iluminación de lujo (se contabilizaron hasta siete ordenadores independientes en la mesa de control), quizá hasta hubieran cabido otras 2.000 personas más. Maduritos y maduritas en una proporción interesante, grupos de treintañeros para los más jóvenes, pero auténticos connaisseurs de las canciones que se fueron desgranando en la velada, desde que se prolongaba la tarde hasta la caída de la noche (allá por el sexto quinto) con sus estrellas (escasas), sus avioncitos surcando el negro mar etéreo con luces de posición de otra galaxia y sus miles de móviles luminosos a través de los cuales contemplar una realidad que parece que tiene que doler si la miras directamente.

Entre ese público, que no hacía ascos a gastarse sus buenos cuatro euros por un vaso de cerveza que no sobrepasaba el tercio de cantidad, estaban los que claramente venían a ver al escocés de voz inconfundible en todas sus múltiples y eclécticas facetas y los seguidores de Dire Straits (en el lenguaje de Shakespeare y Los Apuros, traducido al de Cervantes), que se revolucionaban y mecían con más brío el cuerpo cuando sonaba alguno de sus himnos. Para ellos interpretó 'Romeo and Juliet', tempranito, en el quinto tema, cuando el cielo se teñía de violeta y morado antes de decantarse por lo profundo de la ceguera. Y sí, sonó puro, lleno, repleto y sin huecos y su jodida voz particular y propia, que apenas había cambiado con los años, aunque en algunos momentos (minúsculos, sólo perceptibles por los que no son fanáticos o los que tienen el oído algo educado) con cierta flojera; la que otorga los años como un don que nadie quiere.

Prometió la organización un sonido de excelencia, y lo fue. Desde el primer minuto. No defraudó en absoluto el amigo Knopfler. Prometían en las redes sociales y en la web que al ser una gira de despedida, los artistas (diez más uno sobre el monstruosos escenario) iban a mantener una relación especial con el público y, por tanto, no iba a ser una actuación más. Y eso tardó algo más en llegar. El de Glasgow habla poco; prefiere que sus canciones se presenten por sí mismas; es un hombre elegante y de estilo personal y propia, ¿para qué darle forma, pues, con palabras si ya se muestra tal cual es con el idioma musical? Ése para el que utilizó hasta siete guitarras diferentes en diferentes momentos de la noche. Guitarras caras y baratas (sic); 'guitarras, guitarras, guitarras", como él mismo dijo con cierto hastío (dicen que cuenta con 120 en su haber) y eso que comenzó con sólo una (como todos). No en balde, ya había anunciado que se jubilaba en Barcelona. En más de una ocasión lo dijo claramente: "Soy un hombre viejo y tengo que parar"... Por mucho que los presentes se lo negaran. Él sabe la realidad y hasta dónde se puede llegar.

De hecho, la actuación fue como una gran película con una banda sonora de excelencia. Sin prisas, sin prisas, deshojando margaritas que se extienden como chicle al sol; trayendo sonidos del caribe, de la patria de Yeats (con violín, gaita irlandesa y bodhrán, incluidos), del más profundo Sur americano con folk a caballo, intercambiando pieles por momentos con Townshend, los Morrison (Jim y Van), Simón y Garfunkel... Todo bien mezclado en un mix personalizado de fuerza diestra pese a ser zurdo y, sí, otra vez, su voz reconocible entre millones de voces. Una voz hace a un grupo; una voz hace a un cantante, y Knopfler no imita... Ni es capaz de ser imitado. Un elemento envidiable.

Me dijo en plena arena toril el maestro Juanjo que sonaba Telegraph Road (otro de los Straits) con el que suele acabar los conciertos justo antes de lanzarse con los bises. Habían sonado ya antes 14 temas (sin prisas y prolongados) y el que hacía 15 sirvió para recrearse con la música, con la vida y con su despedida. Si hay que decir adiós, mejor a lo grande. Delirio de los 'dairinianos'. Apoteosis. Gran, gran actuación. De las que dejan buen sabor de boca....

¿Luego? Vino otro subconcierto más de casi un cuarto de hora. De lujo.

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