Opinión

Caja vacía

Regresaba ya de noche a casa y en su rostro se dibujaba la alegría y satisfacción de haber tenido una cita con la persona que tanto tiempo llevaba persiguiendo. Era el fruto a la insistencia, a creer que las cosas cuando se pelean, se pueden conseguir y la salida de aquel largo túnel donde todo había empezado a oscurecerse.

Su historia empezó hace sólo tres semanas, una tarde, cuando el aburrimiento y la poca confianza que sentía al tener que relacionarse con los demás le llevaban a resguardarse nuevamente, tras la pantalla y el teclado de su ordenador. Después de escribir su primer “Hola ¿Qué estás haciendo?” y esperar varios segundos alguna contestación, asomó una solitaria respuesta: “Esperando a que alguien entre en mi vida”. Esa breve frase no era la de ocasiones anteriores, no contenía la misma literatura que el de otras conversaciones fallidas, era más esperanzadora, más ilusionante. Le respondió y la charla fue creciendo en contenido al unísono que el tiempo discurría y traspasado el ecuador de la madrugada, terminó por despedirse de esa primera vez.

Fue tan difícil conciliar el sueño aquella noche como saber en qué día se encontraba a la mañana siguiente. La normalidad no se instauró hasta que de nuevo la pantalla del ordenador se encendió y cayó en la profundidad de otro episodio de confesiones, de intimidad, de gustos compartidos, de empezar a entender que había otra persona que podía escucharle sin prisas, sin juicios, sin querer cambiar nada y eso fue lo que hizo que el tiempo que compartían se convirtiera en algo muy resbaladizo.

Y así fueron pasando los días hasta que el deseo y la curiosidad le condujo a querer conocerse. Después de intercambiar charlas, músicas, fotos, había llegado el momento de dar otro paso. Aquella mañana nada tuvo más sentido que imaginar cómo sería, si su diálogo se parecería al de sus conversaciones, cuán profunda sería su mirada o qué ropa estrenaría para responder a sus expectativas.

Le dio su número de teléfono, también le mostró alguna foto más personal, le trajo un pequeño pero generoso regalo que compró exprimiendo sus ahorros, esbozó alguna sonrisa  y así, plácidamente, fue transcurriendo aquella primera cita.

Tras la vuelta, el insomnio le acompañó esa noche, pasando el resto del día en una eterna espera por llegar a casa para sentarse frente a su ordenador.

 Esta vez el saludo de rigor, tras conectarse para iniciar su conversación, vino seguido de una ausencia interminable. La falta de respuesta hizo que revisara su conexión de manera reiterada, que comprobara que no se había equivocado de chat ni de contraseña, miró si había cambiado su estado o si se encontraba en línea, y así continuó hasta que minutos más tarde decidió marcar el número que habían intercambiado. Ese teléfono no daba señales de vida y las llamadas perdidas se acumulaban al mismo ritmo que su desesperación. Finalizó comprobando cómo todos los itinerarios que durante tres semanas los habían unido, ya no existían.

Ahora, su cuarto se ha convertido en un refugio donde aislarse y así no tener que explicar, ni contar, ni hablar. Ha dejado de salir y no va a clase, pues no tiene sentido hacerlo. Este curso, por supuesto, lo ha dado por perdido. No se acuerda de comer y menos de que existe el baño. Dejó de responder al teléfono hasta el día en que la batería se agotó y ni siquiera se preocupó de ello. Las malas contestaciones han tomado más presencia en su día a día y compartir un rato en familia juntos, pasó a ser un recuerdo

Probablemente nadie le enseñó a hablar sobre esto porque quien tenía que haberlo hecho no debió considerarlo importante. Quizá fue el mismo, o los  mismos que no le enseñaron, en casa, a frustrarse y lejos de ello le dieron todo, ya y ahora. A lo mejor nunca le hablaron de emociones, a expresarlas, a hablar de ellas. No se sentaron a conversar sobre el esfuerzo; o que algunos procesos vienen inestimablemente acompañados del transcurso del tiempo; o lo que repercute la conducta en los que nos rodean e importan. Puede que incluso normalizaran los resultados y no le mostraran que eran la consecuencia del trabajo personal y no eso que siempre se obtiene, hagas lo que hagas.

Son los mismos que puede que no hayan pensado que educar, no criar ni adoctrinar, comienza en el hogar desde el primer día, que es una responsabilidad y no un artículo de lujo. Que, el que "no vengan con un libro de instrucciones bajo el brazo", no justifica que deleguen su educación en no sé quién. Es un buen momento para mirar si las herramientas que les he dado a mis hijos (en caso de que así haya sido) para ese proceso de acompañamiento que es la maternidad/paternidad están presentes porque en muchos casos es una caja vacía.