RELATOS

El avestruz con gafas de lejos

El primer rayo de sol calentó su persiana… y una gota de rocío se precipitó contra el alféizar. Ella agarró su móvil y desapareció dejando tras sus tacones desazón e interrogantes. Él, dormido, ni siquiera la oyó. Como tampoco había escuchado la alarma de su vida durante los últimos años. Había preferido ocultar su cabeza bajo la almohada de la indolencia. Era un avestruz con vaqueros y gafas de lejos. Era un llanero solitario perdido en una peli de naves espaciales. 

Así que ella había decidido marcharse. Y él se sentía casi aliviado. Porque sabía que retenerla requería ser más hombre de lo que su indolencia le habría permitido. 

Otra gota de rocío se estrelló en su ventana y al unísono, en la calle dormida, otra gota salada rodó por la mejilla de la chica de tacones. Sus dedos temblorosos no atinaban a desenmarañar las llaves de su coche, y su bolso traicionero las escondía en rincones imposibles. 

Él se movió en su cama. Su mano buscó su cuerpo y sus rizos. Pero se topó con su ausencia, pegajosa e invasiva. Y nada más. 

El coche arrancó finalmente calle abajo y los húmedos adoquines anunciaron su adiós. 

El avestruz consiguió colocarse las gafas. Buscó su móvil. Ni rastro. Como la mujer de tacones y rizos. Como su hombría. Como la luz de sus ojos. Ni rastro. 

Intentó llorar pero ni siquiera pudo. Se tapó con la mano las lentes de miopía emocional y se sintió cansado. Cansado y vacío. 

Cuánto habría querido enfundarse los vaqueros y lanzarse escaleras abajo a buscarla descalzo. Habría querido decir que estaba vivo. Sin embargo, el avestruz se giró hacia el muro y fijó sus ojos en las fotos del pasado. Cuando no era un avestruz. Cuando era un cisne. Blanco, exuberante, con soberbio pecho y mirada confiada. Cuando era el rey del lago de la vida. 

Entonces, sí. Entonces sí lloró.

* Alberto Segundo Esteban es periodista y escritor. Su última obra: 'Un otoño innombrable'