EFEMÉRIDES CORDOBESAS

Tal día como hoy, de 788, muere Abderramán I, el omeya que recuperó el esplendor de Córdoba

Poco se sabe de la muerte de este cordobés particular, que eligió para su sucesión al tercero de sus hijos, en lugar del primogénito, y cuyos restos aún no han aparecido porque no se sabe dónde está su tumba
Estatua de Abderramán I en Almuñécar
photo_camera Estatua de Abderramán I en Almuñécar

Mucho se ha hablado de este cordobés excelente que tras pasarse cinco años huyendo por medio mundo de las matanzas intestinas en Siria (la historia no ha cambiado mucho 1.232 años después) logró aunar en lo que hoy es Ceuta en su entorno a un grupo de fieles que le hizo tomar por las armas, a sangre y fuego, Córdoba e iniciar una de las historias más espectaculares de la humanidad.

Con él la dinastía Omeya da un giro espectacular que se reflejó en el devenir de la ciudad, capital del Al-Andalus, y en el desarrollo de lo que acabó siendo con los siglos España y nos 'las Españas'. Con él surgió uno de los monumentos más espectaculares del orbe con los primeros pasos de lo que hoy es la Mezquita-Catedral, creada para cubrir las necesidades de una población cada vez mayor y para lo cual compró a los cristianos de entonces (mozárabes) de la ciudad un terreno que le costó 100.000 dinares para su ejecución.

También a él se debe la ejecución de un hermoso palacio en la Sierra cordobesa que llamó de la al-Rufasa, llamada así en recuerdo de la finca de su abuelo, el califa Hisham, en Resafa (Siria), cerca supuestamente de donde se encuentra el Parador de la Arruzafa, donde creó bellos jardines con palmeras (dice que él extendió por la Península este árbol), así como frutales y productos de huerta que le recordaban a su tierra natal. De esa almunia no quedó ni los restos cuando Wadih la mandó destruir hasta sus cimientos durante las convulsiones políticas internas del Siglo XI.

De Abderramán I dicen las crónicas que era "alto y delgado, rubio y con poco pelo en las mejillas. Tenía un lunar en la cara y era tuerto. Llevaba dos trenzas o dos bandas sujetas al pelo. Vestía de blanco y usaba turbante. Era elocuente, gran orador, buen poeta y pluma fácil. Actuaba en política con prudencia y tino en un constante tira y afloja, porque era muy precavido y reservado. Era osado y resuelto, pues no vacilaba en ir al encuentro de sus enemigos, incansable e inquieto. Visitaba a los enfermos, asistía a los entierros y rezaba con la gente los viernes y fiestas canónicas. Presidía las procesiones de rogativas de lluvia, llorando e implorando a Dios. Por su coraje se le llamó el 'Sacre de Quraych' y se le comparó con el segundo califa abbasí al-Mansur. Dejó al morir 11 varones y nueve hembras'.

En el punto de los hijos, hay también leyendas sobre él que señalan que desde que los musulmanes vencieron en Guadalete (711) recurrieron a pactos económicos y dinásticos con la aristocracia visigoda, convirtiéndose las mujeres peninsulares en moneda de cambio.

Así, la leyenda conocida como Tributo de las Cien Doncellas, instaurado por Mauregato (783-789), indicaba que anualmente enviaba cien vírgenes a Abderramán I a Córdoba en gratitud por la ayuda brindada para ocupar el trono asturiano, destinándolas al servicio, esclavitud o al harén del emir cordobés. No era de extrañar, pues, que tuviera abundante descendencia, si bien se hace difícil pensar que en esos 32 años de emirato el cordobés concentrara en su reino a 320 mujeres norteñas.

También se comenta que tuvo una relación especial con su gran caballo blanco de guerra, que no cambió durante su victorias y traslados que llevó a cabo en su reinado, por lo que era signo de que confiaba en él y le tenía en gran estima, lo que suele ser recíproco por parte del animal.

Lo mas curioso es que tras más de tres décadas de batallas, luchas y un sinfín de intentos de golpe de Estado y asesinatos, se sabe bien poco de su muerte. Falleció en su ciudad, pero no de viejo (no había superado la sesentena de años), tampoco por ato bélico. Todo apunta a algún tipo de enfermedad, agravada por el hecho de que la última temporada de su reinado tuvo un exceso de problemas internos que tuvo que resolver y le acabó amargando el carácter, hasta el punto de que acabó echando de la ciudad al liberto y amigo de su niñez Badr, con quien cruzó a nado el río Éufrates en su huida de juventud y contemplando ambos cómo el principe Yahya, hermano del emir cordobés, no pudo cruzar y fue capturado antes de que lo decapitaran sin que Aderramán pudiera hacer nada.

Antes de morir, además, tuvo otro gesto extraño al ceder el trono no a su primogénito sino a su tercero Hisham I, que provocó una nueva guerra fratricida con sus dos hermanos, Sulaymán y Abd Al-lah. Se supone que sus restos están enterrados en la Rawda, tras el Alcázar, pero tampoco han sido localizados a día de hoy.